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La muerte de un príncipe

Gilberto Serna

En noches lúgubres las personas que deambulan en el aeropuerto de Guadalajara, si aguzan el oído, pueden escuchar voces susurrantes ininteligibles que vienen del más allá, como viento que se desliza por una rendija enmohecida, saliendo de gargantas resecas, con sus cuerdas vocales atrofiadas por el miedo; repitiéndose ruidosos disparos de metralletas que no logra acallar el bullicio de la gente que aterrorizada, con el corazón saltando enloquecido en sus pechos y los ojos desorbitados por el pánico, huyen despavoridas. La muerte, con afilada guadaña, ronda el lugar. Un automóvil, extrañamente quieto, con un alto prelado de la Iglesia católica, recostado en el asiento delantero, distinguiéndose claramente que porta vestimentas propias de su rango. Los murmullos alucinantes y sombríos se funden con el ruido de las turbinas de un aparato aéreo que hace su aterrizaje donde un nuncio papal permanece en su asiento. Todo es un caos, envuelto en un desconcierto generalizado, que aprovechan siniestros personajes para escabullirse.

Una turba de rufianes, después de vaciar la carga de sus cuernos de chivo en el pecho del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, se alejan alegres y campantes sabiendo que nadie se atreverá a detenerlos. El desgarrador griterío, de una muchedumbre espantada por el estruendo de los disparos, rebotan de pared en pared llenando el ambiente de desesperación y obscuros presagios. Un individuo con un walkie-talkie en la mano, sentado en su sillón, mientras fuma su puro con parsimonia, participa a su jefe, al que escuetamente le dice: mon shery, asunto arreglado. Después se queda pensativo. Los recuerdos se le acumulan llevándolo a la campaña electoral cuando usaron a la gente de Juan, actualmente detenido en una cárcel tejana de alta seguridad, para asesinar a dos políticos de un partido de oposición que aparecieron al día siguiente en el interior de un vehículo. Dos momentos, el mismo modus operandi y el uso de profesionales del crimen.

El conductor de un carro celebrity, azul marino, que se desplazaba en el estacionamiento del aeropuerto Miguel Hidalgo de Guadalajara, aparentemente abriendo paso al auto en que viajaba el prelado, fue despedazado a tiros. Al chofer del auto de su eminencia le destrozan la cabeza. Lamentable desacierto, desagradable casualidad, muerte accidental, eran expresiones de las autoridades que salieron en los periódicos al día siguiente del lamentable suceso. Desde ese entonces han pasado diez años, en que la impunidad se ha enseñoreado de este país. No había necesidad de asesinar a Juan Jesús Posadas Ocampo en un lugar tan concurrido, expresó alguien muy satisfecho de su agudeza mental, defendiendo la teoría del fuego cruzado, negando que se hubiera tratado de un atentado resultado de una conspiración, ya que, agregó, pudo hacerse, con menos alboroto, al salir por la puerta de su desguarnecida residencia, en la que no había, ni tan siquiera, un ujier que lo cuidara.

En contra de ese argumento se puede decir que en realidad, sí contaba con protección: La que le daba su investidura, pues era un príncipe de la Iglesia, a quien no se podía privar de la vida como si se tratara de una persona común. Hubo de elaborarse un arriesgado plan, que obviamente no hubiera funcionado sin la protección de las autoridades, para lo cual se requería montar un escenario apropiado. El asesinato debería ser considerado como un comprensible percance no premeditado. Lo que, como sabemos, les salió a pedir de boca. No obstante, se les fueron de las manos los pequeños detalles. En el caso Posadas, no puede hablarse de confusión. Al contrario, su ropaje eclesiástico era notorio. De donde se advierte que los matones llevaban la consigna de quitarle la vida. El estrépito que se produjo no logró esconder las verdaderas intenciones. Que los malhechores creyeron estar frente a un capo del narcotráfico, no es creíble pues eran las primeras horas de la tarde. Más de una docena de impactos de bala, en la región pectoral del purpurado, provenientes de un arma de grueso calibre que se encontraba a un escaso metro de distancia, lo dicen todo.

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