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La muerte, ¿pues?

Emilio Herrera

La muerte fue para mi niñez algo así como un día de descanso, después de otro de fiesta. Sucede que por Eureka o El Barro, mis tíos tenían a un compadre, Santos Llaca que gustaba de celebrar en grande su santo, es decir matando un marrano, cebado para tal objeto desde meses antes, llevando un grupo musical, haciendo derroche de su don de gentes e invitando a sus familiares y amigos de Gómez y Torreón. El tren ranchero salía de la estación, que entonces estaba por la Alianza con un buen grupo de sus conocidos que luego, al pasar por Gómez aumentaba con otros de allá.

Otros llegábamos por tierra en aquellos fotingos de los veinte que al caminar por aquellas veredas más que caminos y menos carretera, que el tránsito de humanos y ganado habían ido formando desde antes de que Ford hiciera su primer automóvil, los adultos para acompañar a celebrar su día a aquel hombre cordial, alegre, de palabra fácil, pero que no podía decir una frase sin usar en ella, con naturalidad, eso sí, una palabra fuerte, que en otros labios sonaría hasta grosera, pero que en los suyos resultaba no sólo tolerable sino imprescindible.

Ya para la tarde los que iban a estar en su fiesta estaban todos y comenzaban los tente en pie y las primeras bebidas, que no recuerdo si eran cervezas, vino tinto u otras, pero sí que la alegría subía con ello y con la plática de don Santos. No era yo el único chiquillo que asistía, los otros matrimonios llevaban a sus hijos y entre todos hacíamos nuestra propia fiesta corriendo de un lado a otro con entera libertad, sin que nadie nos dijera que nos mantuviéramos en paz, pues el espacio daba lugar a nuestra inquietud y más. De los chiquillos cada uno se iba durmiendo según le llegaba el sueño. Y el día siguiente, Día de Muertos era, como digo arriba, día de descanso.

Por otra parte, mi familia no tenía, por entonces, muertos. Mi madre había muerto antes de que yo tuviera un año y desde entonces viví felizmente con mis tíos Manuel Hoyos y Emilia Herrera de Hoyos.

La muerte, pues, no ha sido una de mis preocupaciones. Muy pequeño una “adivinadora” me tomó una mano y empezó a decirme cosas, de las cuales las únicas que he recordado siempre fueron aquellas que me aseguraban que viviría ochenta años y en ellos ando, tratando de no hacerla quedar mal.

“Si muero, -escribió Lorca- dejad el balcón abierto”. Y también dijo que “Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo” y esto es cierto con excepción de que sólo en España, pues esto sucede también en México, donde jamás olvidamos a nuestros muertos, a los que siempre llevamos en el corazón. Así que ¿cuál Día de Muertos? Día de muertos son todos los días del año. Cualquiera hora es buena para morir, pero son preferibles las diurnas. Morir por las mañanas, a toda luz, es lo correcto, sin despertar ni molestar a nadie.

Gerardo Pardo García, lo ha dicho bien: “Siempre hablo de la muerte con inmensa ternura. / Su nombre lo he escuchado sin pavor desde niño, / cuando en la antigua casa familiar, escondida / bajo una soledad de cedros y de pinos, / alguien decía, en medio del estupor nocturno: / “La sombra de la muerte pasó por el cortijo”. Sí porque va con nosotros desde que nacemos. Es nuestra guardiana más fiel. Es la única que sabe nuestra fecha y nos salva de todas las demás que quisieran llevarnos.

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