La guerra de Iraq nos distrajo de lo que pasa en la guerra contra el narco, donde nuestras fuerzas armadas están logrando victorias sin precedente que se explican por el cambio de régimen, y por una notable mejoría en su capacidad de operación y producción de inteligencia. Me detengo en esto último.
Una prioridad del gobierno de Vicente Fox fue el combate a los cárteles de la droga. A juzgar por la oleada de detenciones, el éxito no puede atribuirse -o al menos no solamente— a la casualidad o a la buena suerte. Las capturas de docenas de cuadros del narco (entre los que destacan Benjamín Arellano Félix, Osiel Cárdenas y Arturo Hernández González, “El Chaky”) fueron el resultado de operativos cuidadosamente preparados que tuvieron inteligencia de primera. El mérito principal recae en las fuerzas armadas que acumulan elogios e influencia. Vale la pena delinear los factores que hicieron posible este resurgimiento castrense. Es una historia gruesa, sin refinar, a la que contribuyeron las sugerencias de especialistas mexicanos sobre el tema (en especial Raúl Benítez Manaut y Jorge Chabat).
Por décadas los militares tuvieron dos funciones en la política gubernamental de combate a las drogas: interceptarlas en retenes instalados en carreteras y erradicarlas buscando los cultivos para destruirlos y, en algunas ocasiones, detener a los campesinos que la cuidaban o cultivaban. A las corporaciones policíacas federales correspondía reunir la información necesaria para detener y procesar a los narcotraficantes. La política no funcionó y en los años ochenta el Estado perdía la carrera frente a quienes producían y traficaban con drogas. Lógicamente, en 1987 Miguel De la Madrid puso a las drogas como la principal amenaza a la seguridad nacional. El decreto fue insuficiente porque el poderío de los cárteles siguió incrementándose durante los años noventa, década en la que las piezas del ajedrez gubernamental se reacomodaron.
La corrupción que irradia el narco desahució dos piezas clave del aparato de seguridad (la Federal de Seguridad y la Judicial Federal). Por ello, los arquitectos e ingenieros que diseñaron y construyeron el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) la sacaron de la generación de inteligencia sobre el narcotráfico; así evitaron la contaminación que acabó con su predecesora. La tarea fue asignada al Centro de Planeación para el Control de Drogas (Cendro) que se encarga de generar inteligencia sobre el narco pero que no es operativa. En consecuencia, los gobernantes civiles se fueron apoyando cada vez más en las fuerzas armadas que también vivieron una profunda reforma interna.
Si después de 1968 el ejército redefinió su misión y se abstuvo de reprimir a opositores pacíficos, a partir de 1981 se embarcaron en un ambicioso programa de mejoras en su capacidad profesional. Ese año las secretarías de Defensa y Marina inauguraron los cursos del Colegio de la Defensa Nacional y el Centro de Estudios Superiores de Mando y Seguridad Nacional respectivamente.
A partir de 1990 empezaron a crear Grupos Aeromóviles de Fuerzas Especiales (Gafes) que se distinguen por su movilidad y versatilidad (lo mismo reaccionan ante desastres naturales que detienen a narcos). Un complemento natural de los Gafes fue el Centro de Estudios del Ejército y la Fuerza Aérea que estableció, a mediados de los años noventa, la Escuela Militar de Inteligencia donde capacitan a niveles medios de la jerarquía militar (sobre todo a Mayores). Aquí entra una biografía individual. Entre los impulsores de esta revolución educativa está el general Gerardo C. R. Vega García que después de dirigir El Colegio de la Defensa fue Rector de la Universidad del Ejército y la Fuerza Aérea. El general Vega es una pieza clave en esta historia.
Profundamente institucional, también entiende lo inevitable de una transformación del instituto armado que incluye la producción y utilización de buena inteligencia. En 1988 escribió que “todo sistema de seguridad sin datos transformados en inteligencia... tendrá severas dificultades” (Seguridad nacional. Concepto, organización, método. Edición del autor, 1988, p. 249). Siempre entendió que, a la hora de tomar decisiones, la diferencia entre el éxito y el fracaso puede estar en la calidad de la información disponible.
Estos antecedentes salieron a la luz cuando el general Vega se convirtió en el secretario de la Defensa Nacional de Vicente Fox. Si Marcelino García Barragán fue el último Secretario de la Defensa que había combatido durante la Revolución, Vega es el primero formado en El Colegio de la Defensa Nacional. Su formación y antecedentes facilitaron la adecuación militar a los nuevos tiempos y explican, en parte, los resultados que está teniendo el ejército en el combate a las drogas. Un enigma es el efecto que tuvo la alternancia en la presidencia. Es decir, ¿hasta qué punto la mayor efectividad puede deberse a que se rompieron los ciclos de la corrupción, tan frecuentes en los usos y costumbres del viejo régimen? Entre las críticas que se hacen al general Vega al interior del instituto armado, no aparece nunca la de deshonesto (en ese sentido, que haya permanecido en instituciones de educación superior lo aisló del contagio que vivieron algunos de los militares que combatieron directamente al narco).
Hay otro aspecto que vale la pena mencionar, aunque sea de pasada. En términos comparativos las fuerzas armadas están mostrando una mejor capacidad para adecuarse al México que gradualmente se democratiza; más que otras dependencias gubernamentales. En parte se debe a la formación y visión del mundo del general Vega y mandos que lo acompañan; pero, tal vez más importante, sea que tiene la posibilidad de hacerlo porque el ejército es una institución profunda, intensamente, jerárquica en su cultura y en sus reglamentos que empezó su metamorfosis hace varias décadas. Otros -y es inevitable pensar en Francisco Barrio- se montaron sobre la cúspide de una burocracia que ni los respetaba ni los obedecía.
El resultado es que las fuerzas armadas -y eso incluye a la Secretaría de Marina-han dado mejores resultados que otras dependencias del área de seguridad (pienso, por supuesto, en la Procuraduría General de la República). Por ahora funciona la estrategia oficial de romper en pedazos los cárteles para, de esa manera, reducir su peligrosidad. Es positiva, muy positiva, la mejoría en la capacidad de nuestros soldados en la producción de inteligencia y la realización de operativos. Hay, sin embargo, consecuencias no deseadas. Es comprensible pero no deseable que nuestros soldados estén por tanto tiempo en la trinchera de la lucha contra la corrupción. Estaría, en otro orden de ideas, la creciente relación que tienen con Estados Unidos (país que ha proporcionado buena parte de la capacitación a los Gafes). Ante las transformaciones que vive el mundo, México (y en particular su Congreso) deben enterarse de lo que sucede en este campo. En asuntos de la seguridad nacional es tan peligrosa la ignorancia, como la indiferencia que pueden incubar nuevas amenazas.
La miscelánea
El desenlace estrictamente militar de la guerra en Iraq se hace inminente y los gobiernos del mundo entero guardan un discreto silencio mientras reevalúan el qué hacer ante un Estados Unidos indiferente a las críticas y confiado en su enorme poderío. Cuando los funcionarios callan, es indispensable que la sociedad reivindique los métodos pacíficos y el respeto a la legalidad internacional. Por ello es que resulta indispensable respaldar la Jornada Nacional y Mundial de Acción por la Paz que incluye una marcha el próximo sábado 12 de abril (partirá a las cuatro de la tarde del Monumento a la Revolución para dirigirse hacia el Zócalo). Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx