Los antiguos personajes de la farándula política tenían la arraigada costumbre de hablar con una jerigonza incomprensible para el común de los seres humanos. Eran los tiempos en que el presidente, se rodeaba de una aureola de misterio, manteniéndose en un estudiado hermetismo. En efecto, cada uno de los que fueron presidentes quería que se le viera con la apariencia del indio de Oaxaca, Benito Juárez, parco en el decir, que no dejaba traslucir sus pensamientos, de rostro inescrutable. Un hombre que acabó con el invasor y les dio a los mexicanos una nacionalidad. Era una pose que usaban los presidentes, poco elegante, de agenciarse la fama ajena, con la obvia pretensión de disimular su propia medianía. El presidente de entonces no abría la boca, pues para eso había oradores expertos a los que el pueblo denominaba jilgueros. Al caminar de los años dejaron de utilizar tribunos, que hablaran en su nombre, para volverse ellos mismos dicharacheros, parlanchines y faramalleros.
Nos trajo el recuerdo, por asociación de ideas, las frases lapidarias e intimidatorias del actual huésped de Los Pinos, quien dijo con ribetes admonitorios: “Todos aquellos que quisieran ver caer a la pareja presidencial”, a lo que la gente se pregunta: ¿Quiénes son todos aquéllos tan tontos como para no darse cuenta que jurídicamente el único susceptible de ser derribado es el Presidente? ya que su muy respetable compañera no tiene otro título que el de esposa. Enseguida Fox agregó: “Todos aquellos que están esperando a ver cuándo se tropiezan”, ahí sí, no dice quién es, pero parece estar mirándole las barbas, -ya que si el Presidente no especifica quiénes desean verlo trompicar da lugar a que libremente se tenga que elucubrar-. A lo que añadió, con cierto regüeldo a tortilla quemada: “Van a beber una sopa de su propio chocolate”, con lo que de nuevo no nos dijo los nombres, de los artífices del cacao con azúcar, por lo que podría especularse que vuelve otra vez a sus fijaciones mentales en que culpa a los medios informativos de ser culpables de todo lo malo que le pasa. Bueno, sea lo que sea, diremos que un presidente que sepa darse su lugar, no necesita recurrir a estos verdaderos galimatías.
Pero quizá lo que más llamó la atención fue que se refirió a la presidencia como si se tratara de un cargo que se desempeña con un par de escritorios. La Constitución al hablar del poder Ejecutivo dice que lo ocupará un solo individuo, no habla para nada de que el mando se ejercerá con dos manubrios, como en las bicicletas tándem, de los días de nuestra loca juventud, que contaba con dos sillines, uno ante otro. La única persona legitimada para pedalear ese artefacto, llamado Presidencia de la República, es Vicente Fox que no se ha dado cuenta que, desde el principio de su mandato, se le olvidó ponerle a su biciclo la cadena y, por lo que se ve, también omitió los guardabarros, dando la impresión de que está subido en una bici estacionaria. El vehículo tiene un solo sillín, no debe dejar que se trepe nadie más, a menos que suba en el cuadro, aunque siempre hay el peligro de que estorbe el movimiento de los pedales o que por ir tomados de la mano se vayan de bruces. –No anda muy lejos de la realidad esta alegoría-.
El Presidente, al permitir y alentar a que su costilla aparezca como su alter ego, está cayendo en el nepotismo, que el diccionario de la lengua define como: La protección desmedida que dan algunos políticos o funcionarios a sus parientes y amigos. Lo mejor para ambos, lo mejor para el país, es que cada cuál ocupe su lugar. No hay pareja presidencial sino un Presidente y una consorte a la que nadie le ha dado una encomienda oficial. Que se sepa, nada más en la fiesta de los toros, el llamado arte de Cúchares, se da la posibilidad de que dos personas puedan lidiar un mismo astado, en la suerte denominada al alimón, es decir, al mismo tiempo, a dúo, por pareja, entre dos, con un mismo capote. En la ley no. De ahí que el poder Ejecutivo no pueda ser bicéfalo. Un gobierno en que dos personas manden al unísono no es concebible en un gobierno democrático, aunque sí en una monarquía. No es sano para la República que se ejerzan funciones en que no haya la obligación de rendir cuentas. Hay que decirlo sin circunloquios, la cónyuge de un presidente debe permanecer al margen de la administración pública. Nadie, que tenga dos dedos de frente, ignora el protagonismo de la actual primera dama de la nación a la que, por qué no, hay que darle el beneficio de la duda, pensando que lo hace con el mejor de los propósitos, aunque olvida lo que dicen los clásicos: El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.