Las palabras son muy mañosas. Con frecuencia caen en extraños acomodos y hasta parecen ideas sensatas. Se oyen bien, por eso las repetimos una y otra vez, hasta que, de pronto, ya se apoderaron de nuestra mente. Todo ocurre sin aviso oficial. Cuándo sucedió, difícil encontrar la respuesta. El “costo político” es la expresión de moda ya desde hace algunos años. Por “costo político” se hace o mejor dicho se deja de hacer. Hay así una balanza imaginaria a la cual acuden los políticos, como un templo: de un lado se coloca alguna medida considerada impopular y dependiendo del movimiento del plato se conocerá el “costo político”. La balanza imaginaria tiene una capacidad inhumana de predicción electoral. El “costo político” advierte a los políticos de lo que no deben hacer si quieren ganar, así en general. Al final de cuentas la balanza actúa como un gran amedrentador. Es el nuevo “coco” los políticos. Allí viene el “costo político” y todos salen corriendo.
La habilidad del “costo político” es que ha sacado de la discusión a la contraparte necesaria, la balanza del “beneficio político”. Los ciudadanos critican y reconocen, en un ejercicio que sólo es consistente en el largo plazo. Si los ciudadanos y sus percepciones, aglutinados para todo fin práctico en la opinión pública, sólo condenaran, no habría político capaz de sostenerse y ascender, que es en ellos un impulso innato y deseable. Su éxito es, en algún sentido, nuestro éxito. Si les va bien nos va bien. Si los políticos sólo pudieran tomar medidas populares no habría nación que hubiera alcanzado estadios superiores de desarrollo y bienestar. La habilidad estriba en calcular los tiempos de maduración y cosecha para que costos y beneficios sean claros al ciudadano elector. En el fondo toda acción razonada de gobierno, con cosecha, deberá traer más beneficios que costos.
Los tiempos electorales fuerzan a los gobernantes a una dinámica en que pueden tomar decisiones difíciles y tratar de cosechar. Las acciones de López Obrador han seguido esa clara lógica: cosechó su monumental obra vial justo antes de las elecciones. Las obras le pagaron. ¿Dónde quedaron los meses de monserga? Cayeron, como lo muestran las cifras, rápidamente en el olvido. Existe así una relación costo-beneficio que, bien manejada, posibilita a los políticos a tomar medidas necesarias y dolorosas. Pero cuando el costo se queda sólo en la balanza todo se pervierte. Eso es lo que ha ocurrido desde hace por lo menos seis años. Pero ha sido tal la exageración de la tesis que ya no cuadra. Por “costo político” los legisladores panistas no apoyaron la reforma eléctrica propuesta por Zedillo. ¿Fue acaso por ello que ganaron la Presidencia? Para nada, la Presidencia la ganó Fox con una buena estrategia capaz de derrotar al partido contrincante, metido en un entuerto de “costos políticos” que incluso lo llevó a romper con su presidente —Zedillo— que contaba con una aprobación de más del 70 por ciento, sí el mismo impulsor de la impopular reforma. El “tecnócrata” presidente que encaró la crisis del 94-95, se dio tiempo para cosechar crecimiento y estabilidad. Algo similar hizo Gore en su relación con Clinton y así le fue. Lo desesperante de la parálisis que vivimos es entonces la miopía provocada por el “costo politico”. Además de todo pareciera una pésima estrategia.
¿Acaso le fue muy bien al PAN en las elecciones intermedias y eso sin haber tomado una sola medida impopular? Viceversa: ¿qué beneficios electorales le trajo al PRD su discurso contrario a cualquier reforma de fondo? El castigo del elector fue terrible. La lección del PRI es inolvidable, cuando en el 2000 decidieron darle la espalda a los “tecnócratas” y sus medidas para garantizarse votos, lo que lograron fue construir una derrota estruendosa. Lo genial del caso mexicano es considerar el infierno como el mejor de los mundos: sin reformas no hay “costos políticos”, tampoco cosecha, eso sí el desprestigio del servicio público y en particular de los señores legisladores no podría ser mayor. Le ganan hasta a la policía.
El escenario es bastante claro. El PRD no va a ir a una reforma hacendaria ni a la apertura del sector eléctrico. No es deducción sino lectura puntual de su discurso. Las reformas las tendrán que pasar PRI y PAN, como en el pasado. Necesario fin entonces del discurso del rencor. Aunque lo nieguen, en esto, son aliados. El PRI va dividido tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados. ¿Será esta diferencia motivo de una nueva división histórica? Difícil creerlo, basta revisar la encuesta de salida de Reforma el día de la elección. La autodefinición ideológica no deja dudas: las clientelas políticas del PRI y del PAN son ya evidentemente de centro derecha, el PAN con un 89 por ciento y el PRI con un 86 por ciento. Sólo 14 por ciento de los electores del PRI se identificaron como de izquierda. Fueron esos votantes de centro derecha los que le dieron el triunfo en el 2003 y serán los mismos que votarán en las locales del 2004 y en el 2006. Si PRI y PAN van juntos a las reformas simplemente no hay forma de asignar un “costo”. Eso es pura imaginería.
A estas alturas la tesis del “costo político” ya no explica nada. Ni el Presidente Fox, ni los senadores, ni los diputados se pueden reelegir. Las elecciones del 2006 están muy lejos y las locales siguen las coordenadas locales. ¿De qué estamos hablando cuando se alude al “costo político”? Tesis inversa: es tal la desesperación popular por la parálisis y falta de liderazgo, que quien de el paso va a conseguir reconocimiento popular. La presidencia ya no quiere ir al baile como convocante. Los cálculos de imagen presidencial pesan demasiado. Qué triste. El PAN tiene demasiado en mente quedarse en Los Pinos. Imaginemos que el PRI saliera con un desplante nacional, apoyado por la mayoría de sus gobernadores, no todos, —es imposible y quizá no deseable— a favor de una apertura racional del sector energético y una reforma hacendaria, con lo inevitable, la generalización del IVA. A la par podría proponer canastas de alimentos y medicinas populares, aumentos controlados en las tarifas y etiquetar paquetes de gasto. Dentro de un año podría estar cosechando con un aumento sensible en la recaudación y cobrando sus paquetes etiquetados. Dentro de dos se podrían estar inaugurando algunas plantas generadoras. Serían tiempos de cosecha. Para entonces López Obrador andará entregando ciclopistas, puentes, distribuidores y demás. Igual lo podría hacer el PAN o el Verde o la propia Presidencia. Es cuestión de elevar las miras, de dejar atrás la pequeñez, de recuperar el arrojo y de hacer de la política algo más que el mezquino cálculo del “costo político”.