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La posguerra aquí y allá/Sobreaviso

René Delgado

La favorable microatmósfera que el presidente Vicente Fox logró crear durante las últimas semanas, toca su fin. Viene una pausa y, luego, una de las últimas oportunidades del gobierno.

En la pausa marcada por la Semana Santa, el mandatario tendrá ocasión -si lo quiere- de reflexionar, de replantearse la estrategia de gobierno y de apreciar que, en la política como en la música, el silencio tiene tanta importancia como el sonido y muchísima más que el ruido.

La postura mexicana en Naciones Unidas que le generó apoyo al mandatario, el ataque de Estados Unidos a Iraq que jaló la atención sobre la atrocidad cometida y disminuyó la tensión política nacional, y la reclusión del jefe del Ejecutivo que lo dejó descansar a él y al país, ya dieron su fruto. Más no hay, y apenas termine la Semana Santa, la agenda nacional reconcentrará la atención dejando ver los pendientes, los problemas y las oportunidades.

El mandatario tendrá que dejar ese microclima y, en su reinserción a la escena nacional, se jugará las últimas cartas para darle sentido a su gobierno. Muy corto es el espacio temporal que tiene Vicente Fox para reorientar el rumbo. Si no lo hace, en cuestión de semanas se esfumará aquel microclima y el marasmo político provocado por la elección intermedia volverá a cerrar su margen de maniobra y atropellar la oportunidad que se le presenta a él y al país.

La gran interrogante es cómo regresará el mandatario y qué dirección le dará a su gobierno. Si equivoca la decisión, si juega a decir y desdecir, a tensar y a atemperar, no sólo despilfarrará la oportunidad que le abrió la coyuntura internacional y la circunstancia personal, sino se le irá una de las oportunidades de darle sentido a su sexenio y, desde luego, a la alternancia. En suma, convertir verdaderamente la alternancia en alternativa.

*** La marcha contra la guerra de esta tarde marcará el fin de una etapa. De la condena del agravio cometido contra Iraq y la Organización de Naciones Unidas, de la condena del desprecio del sentir ciudadano opuesto a la violencia como razón de Estado habrá que pasar a la reconstrucción no sólo de Iraq sino, sobre todo, de aquellas instancias multilaterales y democráticas que limiten el abuso del poder.

Esta tarde, en la marcha convocada por legisladores, activistas, militantes, intelectuales y académicos, George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar escucharán aquí y en distintos puntos del planeta el repudio a sus afanes imperiales y al engaño que, en nombre del desarme y la libertad, practicaron. Satisfecho ese punto, habrá que darle vuelta a esa hoja para plantear esa reconstrucción que, en el caso mexicano, se traduce en la urgente necesidad de poner al centro del debate nacional lo que une y no lo que separa a los mexicanos.

Si el presidente Vicente Fox limita su actuación ante el conflicto al ámbito internacional, sin encontrar su derrame, su traducción y expresión en el ámbito nacional, se diluirá el llamado nacional a la unidad. Sin sustancia y traducción política, esa unidad y la coincidencia nacional se perderán sin dejar nada bueno al país.

Podría pensarse que darle contenido a la unidad nacional es buen deseo, pero es más que eso: es una necesidad. En esta nueva etapa, en la posguerra, la decepción de George W. Bush frente a México por no haberlo apoyado en su aventura militarista, repercutirá por fuerza en la relación bilateral con Estados Unidos. El constante señalamiento de que, a raíz de la postura mexicana, el Congreso estadounidense podría ofrecer resistencia a atender los asuntos de la agenda bilateral es un aviso serio de que la relación entre los dos países está tocada, sentida. Entonces, será preciso avanzar en aquellos asuntos domésticos que le den fortaleza al país para encarar las represalias o dificultades comerciales, sociales, económicas y políticas que podrían sufrirse.

Quienes conocen a Bush aseguran que es un hombre al que no le gusta que sus aliados le saquen conejos de la chistera y, por lo que se dice, el gobernador que ocupa la Presidencia estadounidense siente que el gobierno foxista lo hizo. En esa circunstancia, si no se aprovecha el benéfico microclima nacional generado por la postura mexicana ante el conflicto y el silencio presidencial provocado por la operación que sufrió Vicente Fox, se perderá la ocasión de resolver algunos de los problemas domésticos que podrían fortalecer al país, hacia dentro y hacia afuera.

*** Durante las últimas semanas, un conjunto de factores relacionados crearon ese microclima que, hasta ahora, no se ha aprovechado en la generación de una atmósfera política menos tensa y más amplia y amistosa.

Poco importa, después de todo, si el presidente Fox se mantuvo en la posición correcta frente a Estados Unidos en función de lo que las encuestas le reportaban o si lo hizo por la correcta interpretación de los principios de la política exterior mexicana. Quizá se combinaron ambos elementos y el resultado, al final, fue favorable para los gobernados y el gobernante. A diferencia de otros países, en México coincidió el sentir ciudadano con la postura presidencial y eso fue bueno.

A la combinación de esos factores, se agregó el silencio presidencial y el acotamiento de su presencia pública. Sea producto o no de su convalecencia, al presidente Fox se le vio y se le oyó menos. Y, en esa circunstancia, el mandatario debe tomar nota: no sólo hablar y hablar le reporta puntos de popularidad, el silencio y la presencia discreta también se aprecian. Después del lamentable rol jugado en la elección del Estado de México, los asesores presidenciales deberían hacerle notar al mandatario que nada mal le vino salir de la escena pública y actuar con discreción, combinando principios con prácticas políticas.

Si el mandatario reconoce eso, y utiliza los días santos en reflexionar qué nuevo derrotero debe imprimirle a su rol personal y a la estrategia de gobierno, quizá podría derivar beneficios para él y sobre todo al país. Si no lo hace, en la semana de Pascua, cuando es previsible que reaparezca, el juego de declaraciones y contradeclaraciones, de marchas y contramarchas lo llevará a tropezarse con las mismas piedras que ya lo han hecho tropezar más de una vez.

*** En estos días en que la conciencia se estremeció por la atrocidad cometida por Bush, Blair y Aznar en Iraq, en el país también ocurrieron cosas que obviamente se vieron disminuidas por la obra de demolición emprendida por aquellos mandatarios. Ahora, es preciso tomar nota de lo que aquí ocurrió y de lo que es preciso hacer, reconociendo la coyuntura nacional e internacional.

En el curso de estos días, dos secretarías de Estado cambiaron de titular, el giro en la situación provocada por los Amigos de Fox deterioró aún más la relación entre el gobierno y su partido, se avanzó en las negociaciones pero no se concretó el Acuerdo para el Campo y, como agregado, la subprocuradora María de la Luz Lima Malvido abrió un juego peligroso: confundir delicados asuntos nacionales, como lo es el magnicidio del cardenal Posadas, con líos personales y familiares que es preciso aclarar a fondo.Si los cambios operados en el gabinete y la apertura de las cuentas de los Amigos de Fox suponen verdaderamente una decisión reflexionada y de fondo, el presidente Fox debería acelerar el Acuerdo para el Campo para mandar la señal de que su estrategia ha cambiado y está dispuesto a reconsiderar su conducta política así como la del gobierno. Dejar en claro que sí hay capacidad para llegar a acuerdos, sin transitar necesariamente por el camino de las reformas estructurales que el momento político impide realizar.

Enviar ese mensaje y actuar con mesura y discreción, podría darle otra oportunidad al gobierno de Vicente Fox.

*** De las reformas estructurales como del resultado de la elección intermedia se ha hecho, fiel a la costumbre política mexicana, un tabú. Si no hay reforma, no hay desarrollo; si el gobierno no logra la mayoría en la Cámara de Diputados, el cambio seguirá frenado. Esa es la lógica con la que se está actuando y, sin embargo, ni las reformas ni la elección tienen la importancia que se les quiere dar.

Lo cierto de esto es que, si bien es importante darle marco jurídico a esas reformas, hay toda una serie de recursos políticos y de medidas administrativas para destrabar el desarrollo. Podría incluso legislarse al respecto y, aun así, toparse con que la implementación no prosperará. Desde esa perspectiva, insistir en que el único camino para destrabar el desarrollo es emprender la reforma legislativa, es tanto como renunciar al cambio.

Por otra parte, está bien claro que la elección intermedia no tiene, por mucho que se quiera, la importancia que se le quiere dar. El Senado de la República seguirá siendo el mismo en la próxima legislatura, el desatino de los partidos políticos no permite suponer un cambio considerable en la correlación de fuerzas en la Cámara de Diputados y visto el perfil de los posibles coordinadores parlamentarios de la próxima diputación es claro que esa elección no será un parteaguas en el curso del gobierno.

Desde esa perspectiva, el equipo presidencial tendría que aprovechar el microclima que todavía prevalece para diseñar una estrategia que borre de la cabeza de los mexicanos que todo o nada cambiará con la elección. Si trabaja en ese escenario se desperdiciará la oportunidad de imprimir un giro en el gobierno y, a la vez, se tendrán que encarar desde la debilidad los efectos que la posguerra necesariamente va a acarrear.

*** La posguerra ya empezó, el trabajo de reconstrucción en la escala nacional e internacional es grande y hay una pequeña oportunidad para generar una mejor atmósfera política, la interrogante es qué hará el Presidente de la República.

Si no aprovecha el reducido espacio para reflexionar y reinsertarse en la escena nacional con inteligencia y mesura para ampliar su margen de maniobra y, entonces, darle sentido a su gobierno, puede ya empezar a grabar más y más spots, al final él mismo terminará por apagar el radio.

Hoy, por lo pronto, hay que dejar constancia del repudio a los afanes imperiales de quienes ven en la artillería, el abuso del poder, el genocidio y el engaño, el argumento de su pobre ambición.

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