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La representación desproporcional/Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Luego de que durante tres años los diputados electos en julio del 2000 mostraron su mediocridad, ineptitud y desvergüenza, el descontento popular ante su paupérrima actuación se ha canalizado de muy diversas maneras. Una de ellas (y no necesariamente la más interesante) es cómo se ha venido colando en los medios de comunicación la noción de que, si se ha de tener una Cámara de Diputados pletórica de holgazanes (con sus muuuuuuy contadas excepciones), entonces que de perdida sean menos los que retocen con sus mal ganados sueldos, pagados a nuestras costillas. Según esta conseja es mejor (y más barato) tener 300 ganapanes que 500. Los doscientos a eliminar serían los diputados de representación proporcional. Esto es, los que no compiten (ni ganan ni pierden, realmente) en ningún distrito, sino que llegan a la Cámara en base a la votación que su partido obtuvo en una determinada región del país, y del lugar que ocupan en la lista elaborada por el instituto político que tiene a bien postularlos. La pregunta recurrente es: ¿Por qué se convierten en legisladores quienes nunca dan la cara, no hacen campaña ni representan a un núcleo electoral identificable?

La elección en base a la representación proporcional tiene sus orígenes, como tantas de las malformaciones de nuestro sistema político, en las singularidades del autoritarismo priista que padeciéramos durante tanto tiempo. Veamos sus raíces históricas:

En 1976 los panistas, la “oposición noble” de aquel entonces, se agarraron de la greña por diversos motivos y no postularon candidato a la presidencia de la República. Así, José López Portillo llegó a Los Pinos sin haber tenido contrincante real (las ridículas entelequias que eran el PPS y el PARM también postularon a JoLoPo; Valentín Campa participó por el casi clandestino Partido Comunista, sin registro oficial; en las primeros comicios en que participó un servidor, voté por él escribiendo su nombre en una rayita al fondo de la boleta; creo que ni la contaron en la casilla; eran esos tiempos...). Ello hacía quedar muy mal ante la comunidad internacional a la supuesta “democracia dirigida” priista. Por supuesto, elecciones tipo Cuba, Iraq o Norcorea (con un solo candidato) no son muy efectivas que digamos para legitimar a ningún régimen. La ausencia de oposición huele sospechosamente a totalitarismo. Así que López Portillo decidió no sólo demostrarle al mundo que lo ocurrido 1976 había sido una anomalía; sino que ésta no se repetiría. Para ello se apoyó en el zorro político más astuto de esa época, Jesús Reyes Heroles, quien elaboró una reforma al sistema político y electoral que permitiera mayor participación de la oposición, abriera (un poquito) el sistema a la competencia y permitiera que voces disonantes tuvieran cabida en la Cámara de Diputados. La mejor manera fue seguir el ejemplo de otros países e introducir la representación proporcional como uno de los elementos más novedosos de esa reforma.

El objetivo básico de la representación proporcional es darle oportunidades a las organizaciones chiquitas que, pese a su tamaño, son portaestandartes de las inquietudes de ciertos sectores de la población; los cueles por perversiones del sistema, o las reglas tradicionales de éste, suelen quedarse sin voz ni voto a la hora de la hora. El ejemplo típico sería el PAN antes de 1979. En esos entonces la votación histórica de los blanquiazules oscilaba entre el 15 por ciento y el 17 por ciento. Pero como esa votación se repetía con variantes (que iban del uno por ciento al 35 por ciento) en cada distrito electoral federal, los del bolillo no ganaban ni una diputación: de los 300 distritos, el PRI se quedaba con los 300. Y sin embargo, uno de cada siete mexicanos (de los que, en todo caso, se molestaban en votar) apoyaba al PAN. ¿Cómo se podía ignorar a un electorado minoritario pero (sobre todo en las zonas urbanas) numéricamente considerable? Bueno, según la reforma de Reyes Heroles, para deshacer ese entuerto se le daría al PAN (y a cualquier partido que cumpliera ciertas condiciones, no muy estrictas, por cierto) un porcentaje del número total de curules, en base a la votación nacional. Así pudieron entrar a la Cámara fuerzas políticas que, peleando por distritos (sobre todo con las marrullerías de aquellos tiempos) no iban a conseguirlo pero ni de faul.

Durante las siguientes dos décadas el sistemita se fue adaptando a las necesidades del momento. Salinas también buscó legitimar su muy cuestionable elección creando una institución que es de las pocas de las que podemos estar orgullosos como mexicanos: el IFE. Y de ahí p’al real, como dirían en mi tierra. Ahora México tiene procesos electorales que le dan un quién vive a cualquier país del mundo; son incuestionablemente más limpios y eficientes que en la mayor parte del planeta; y, eso sí, nos cuestan como lumbre: la elección federal del 2000 ha sido, contando todo (credenciales, listados con fotografía, subsidios a los partidos reales y ficticios, capacitación a los encargados del proceso y hasta los feos crayones negros), la más cara de la historia DEL MUNDO. Pero bueno: lo que sirva para dar certidumbre y transparencia es dinero bien gastado. Lástima que otra parte de esa lana termina en manos de vivales, como los depredadores dueños de franquicias como el PVEM o el PSN.

Así pues, teniendo en cuenta que nuestras elecciones ya son sensatamente confiables y funcionales (sobre todo si las comparamos con el pancho que hicieron los gringos con las suyas en noviembre del 2000), y que los partidos chicos tienen ya tanta chanza como los grandes, ¿vale la pena continuar con la representación proporcional?

Sí, dicen los abogados de ese sistema. Aún cuando haya garantías de equidad, por cuestiones tanto históricas como reglamentarias, en una elección basada en distritos de mayoría relativa (peor si son de mayoría absoluta, como en Francia), los partidos chicos siguen en desventaja en relación con los grandes. Para darles chanza es necesario un sistema proporcional. Ahora, que quienes forman parte del Legislativo por esa vía conformen el 40 por ciento (200/500) de la Cámara, ése es ya otro cantar.

En Alemania, que elaborara su Constitución en 1949 con un ojo puesto a los defectos de la República de Weimar (1919-33) y otro al monstruo que esas ineficiencias habían engendrado (el nazismo, 1933-45), se tiene un sistema híbrido (como el mexicano); esto es, en el Bundestag (Parlamento) hay diputados elegidos por mayoría relativa (los que tuvieron más votos en un distrito dado); pero también los hay sacados de listas partidarias nacionales, en base a la votación obtenida por los partidos a nivel federal. Eso sí: para tener derecho a un diputado de representación proporcional, un partido debe obtener al menos el tres por ciento de la votación nacional, o haber ganado tres distritos de mayoría relativa. O sea que, según las reglas alemanas, no pocos de nuestros minúsculos partidos morralla, hechos en microondas, que nos cuestan un ojo de la cara y no sirven para maldita la cosa, hace buen rato que hubieran (justamente) desaparecido. En el Bundestag, un 50 por ciento de los diputados son de representación proporcional. Sí, más todavía que en México.

En Italia también existe un sistema híbrido. Pero ahí sólo el 25 por ciento de los diputados llegan a esa muy jolgorienta cámara vía la representación proporcional: el 75 por ciento restante tiene que sudar la gota gorda para ganar sus respectivos distritos, en donde compiten, a veces, un par de docenas de candidatos... entre los que se pueden llegar a contar, para darle sabor al caldo, actrices de películas porno, fanáticos del Opus Dei de-cilicio-en-la-espalda apoyados por El Vaticano y nietas de Mussolini de muy buen ver. No, si no la tienen fácil.

Eso sí, con el fin de evitar la proliferación de partiduchos minúsculos (que tanto daño le hicieron a Italia en la inmediata post guerra), para tener representación un partido necesita alcanzar el cuatro por ciento de la votación nacional. En Italia se puede decir que sí están todos los que son.

Bueno, así está el asunto en México y en otros lados. Les dejo a su consideración si necesitamos o no la representación proporcional. O, si a ésas vamos, si son necesarios 300 tipos para no hacer gran cosa. Sobre eso comentaremos la próxima semana.

Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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