“Donde su caballo pasa ni la hierba crece”, dicen que se decía del poderosísimo e implacable Atila hasta que llegó el momento -siempre llega- en que también Atila cayó en desgracia y prefirió suicidarse antes que enfrentar el juicio de sus enemigos.
Con ligeras variaciones sobre el tema, la historia nos enseña que todo líder encuentra alguna vez su Waterloo, que nada es para siempre, que esta absurda guerra también pasará y que aún con la impotencia con que estamos viviendo el más reciente atropello a la razón y a la globalizada voluntad de paz, no podemos negarnos cierta esperanza al constatar que algo ha cambiado y que las circunstancias ahora son distintas porque los ciudadanos del mundo vamos tomando conciencia de la responsabilidad que tenemos los unos de los otros.
Lo que hay que tener presente para no desesperar, es que hasta hace bien poco, aún las culturas que se han considerado avanzadas le han concedido escaso valor a la vida. La dignidad y los derechos humanos son conquistas muy recientes y la felicidad misma, es un concepto que arranca apenas en el siglo XVIII. Aunque parece que los hombres no estamos hechos para conseguir la perfección, algo hemos avanzado aunque sólo sea por el hecho de que hoy somos conscientes de la necesidad de unir nuestras voces para gritar NO al delirio, NO a la megalomanía inspiradora de todas las guerras. Ahora ya sabemos que los pasos hacia la luz de la tolerancia y el diálogo se dan lentamente y con mucha dificultad.
Es una pena constatar que el manoseo de los medios informativos además de trivializar la guerra, nos mantiene confundidos. Mientras el tiempo transcurre muerto de risa en cualquiera de las inviables vías de esta ciudad, la radio ameniza nuestra frustración con los constantes partes de guerra. Más tarde en casa, apoltronados frente a la tele, con palomitas y cacacola hasta nos permitimos disfrutar de los estallidos de las bombas, que en medio de la noche iraquí en lugar del olor de cadáveres achicharrados, de sangre, orfandad, pavor y llanto, más bien nos hacen pensar en las alucinantes películas de violencia a las que nuestros vecinos de USA nos tienen tan acostumbrados.
Por la oportunidad de las batallas que aparecen en los horarios triple A, no resulta tan descabellado pensar que existe una jugosa negociación entre quienes tienen el poder de programarlas y las cadenas televisoras. En la oficina, en el Metro, en el taxi, mientras nos hacemos manicure en el salón de belleza o con una copa en la mano en las reunioncitas sociales, la guerra es el tema del día aunque sean tan pocos los que saben algo y tantísimos los que no entendemos nada, aunque eso sí, nadie parece albergar la menor duda de que todo se resolverá con el apocalíptico juicio final que Bush ha prometido a los iraquíes.
Así es esto del poder terrenal, todo imperio tiene sus quince minutos de gloria, lo demás son giros insospechados en la historia y estrepitosos fracasos. Todo es cuestión de tiempo. De momento hay que tener presente que unas guerras nos corresponden más que otras y que nuestra propia situación es explosiva. Tenemos el tiempo en contra para resolver la marginación y pobreza que ha llevado a muchos de nuestros hermanos a la ira, a la exasperación y a los machetes. Lo que nos apremia es trabajar y es creer de corazón, que la libertad, la paz y la prosperidad son un derecho de todos los habitantes del planeta. adelace@avantel.net