El señor Fox es de un optimismo fuera de serie: en estos días, cuando con motivo de la proximidad de las grandes y costosas festividades del mes de diciembre, que mañana empieza, todos los trabajadores, sean de cuello blanco o descuellados, cuentan lo que tienen y aún lo que todavía no tienen, como su aguinaldo y se dan cuenta de que no les va a alcanzar, pero nuestro señor Presidente, de seguro para levantar el ánimo de sus gobernados, declara que “el país va de maravilla”. ¿Qué será el país para nuestro señor Presidente?
Porque, claro, si para él, ahora, el país no es esta nación donde la mitad de sus habitantes tienen dificultades económicas serias y al vivir así se ha dado en llamar vivir bien, ni modo; si moviéndose hoy entre gente como Carlos Slim, o Montemayor, o Salinas eso le impide seguir viendo con claridad la situación de aquellos a quienes hace cuatro años pidió su voto prometiéndoles, en cambio, una vida mejor y eso le hace creer que todos los mexicanos viven como ellos, ¿qué podemos hacer?
Si porque hoy el Señor se viste, según las revistas capitalinas, con trajes que le cuestan el doble de los que antes vestía, cree que a todos sus gobernados les va igual que a él, sencillamente peca de puro. A los hombres de negocios y eso no a todos, a los audaces, seguro que les ha de ir de maravilla; pero, ellos no son el país, el país va por allí tirando como puede y sólo se pueden ver sus llagas si se camina entre ellos, si se habla con ellos y, ¿desde cuándo no hablará con ellos nuestro señor Presidente?
Digo: con ellos; no me refiero a los que sus secretarios, sus ayudantes, le escogen para una charla que se ha de televisar sino alguna imprevista, hasta donde fuera posible de incógnito. Vería entonces cómo eso de que “el país va de maravilla” no tiene sustento en la realidad. El que a dos o tres, o a media docena de audaces les vaya bien, no quiere decir que al país le va bien.
Está bien lo de aumentar el número de contribuyentes y merece felicitaciones por ello, pero, eso no resuelve nuestro problema y pudiera decirse que allí empieza: porque el problema está en lo que con él se hace: quién lo maneja, cómo lo maneja, cómo se demerita, quién lo desvía en el camino y por qué no se castiga a los grandes desviadores de nuestra economía.
No le va al mexicano, a los trabajadores de nuestro país, de maravilla. Por más que nuestro señor Presidente lo quisiera, no les va así. Sobrevive, porque ha tenido que aprender a sobrevivir en las peores circunstancias. Algo ha mejorado, pero de eso a que le vaya de maravilla hay una gran diferencia. Y eso es lo que el país pide: que no se le engañe más. Puede resistir la verdad; hay que hablarle con la verdad. Vamos bien, pero de eso a ir de maravilla hay un exceso.
El mexicano ha perdido muchas cosas, pero ha sabido conservar la fe en sus guías; el día que la pierda estará perdido. Para conservarla tiene que hablársele, en todo momento, con la verdad.