Atrapada desde su elección por el entramado de intereses particulares en el PRD, Rosario Robles jugó su última carta en el proceso electoral concluido el seis de julio. Apostó su propio cargo —aun su propio prestigio, su propia carrera— y la solvencia financiera del partido, y perdió. Ofreció su renuncia en prenda de un triunfo que midió en porcentaje de votos y no en número de curules, y no obtuvo reconocimiento por ese resultado, que casi duplicó el número de diputados perredistas. No consultó sino con sus allegados la actualización de aquella oferta de renuncia, y al privilegiar su destino propio sobre el del partido que dirigía, si bien ejerció a plenitud un derecho personal, añadió un grave factor de inestabilidad al frágil equilibrio perredista. Añadió otro recoveco al laberinto en que deambula el perredismo.
Tras el alejamiento de Rosario (que sólo será cabal cuando se dictamine sobre sus cuentas), el PRD quedó en riesgo de acelerar sus reyertas internas, que lo han reducido electoralmente a tener presencia significativa en sólo un tercio del país. Para su fortuna, el perredismo consiguió resolver el ingrediente más activo de esta crisis dentro de su crisis con prontitud y prestancia. De haber quedado Carlos Navarrete en la presidencia, aun a título provisional, por aplicación del estatuto, se habría ofrecido la imagen de que la conspiración es rentable. A pesar de todo, ese partido acertó al encarar la nueva crisis que ahonda la que vive permanentemente.
Leonel Godoy fue designado para encabezarlo durante un año. Aunque no emplea la expresión, se considera un soldado del perredismo, que acata con disciplina el rumbo que se le marca. Era secretario de Seguridad Pública en el gobierno capitalino cuando Lázaro Cárdenas Batel lo llevó a su lado, número dos, secretario de gobierno en Michoacán. A todas luces era una promoción que convenía a sus intereses personales, pues la reubicación lo colocaba en posición de ser candidato a la gubernatura, en el turno siguiente.
Pero la asumió también con la convicción partidista con que ahora vuelto de Morelia a la ciudad de México: Su retorno a Michoacán, el año pasado, explicó, “fue una decisión colectiva, no personal”, en que intervinieron López Obrador y Cárdenas Batel, y él mismo. “Creo que hay que estar en la trinchera que se nos ponga...Creo que si hay un proyecto importante para el PRD es el DF.
Pero también creo que se busca gobernar bien en donde el PRD gane...Creo que Michoacán forma parte de un proyecto nacional en el que intento colaborar en lo posible para que cristalice en México”. Godoy es cardenista hasta por origen geográfico, pues nació en Lázaro Cárdenas, Mich., en 1950. Se graduó de abogado en la Universidad Nicolaita, de donde fue funcionario y profesor. En 1980 ingresó a la administración estatal, cuando Cuauhtémoc Cárdenas fue elegido gobernador. Director jurídico primero y después subprocurador, terminó aquel sexenio como secretario de gobierno. Al cabo de esa tarea, y por un breve lapso, fue subdirector jurídico de Banca Cremi, entonces propiedad estatal. Formó parte de la enorme cifra de michoacanos que siguieron a Cárdenas a su salida del PRI. Fue elegido diputado en 1988 y participó al año siguiente en la fundación del PRD, que lo autorizó a ser fiscal especial para esclarecer el asesinato de su antiguo jefe, el ex procurador Francisco Xavier Ovando (y su colaborador Román Gil), ultimados en la víspera de la elección de Salinas, cuando cumplían funciones en el Frente Democrático Nacional. La averiguación previa conducida por Godoy logró que los homicidas, miembros del gobierno que sucedió al de Cárdenas, fueran procesados y sentenciados. Después de un segundo turno como diputado federal, de 1994 a 97 (lapso en que también representó al PRD en el IFE), Cárdenas lo nombró subsecretario de gobierno del Distrito Federal, bajo Rosario Robles que al ser promovida a jefa de gobierno hizo lo propio con Godoy, que la reemplazó en la secretaría. López Obrador vaciló entre designarlo procurador de justicia (basado en los postgrados en criminalística que Godoy obtuvo en el Instituto Nacional de Ciencias Penales y en la UNAM) o secretario de seguridad pública. Optó por asignarle este último cargo, pero aceptó su renuncia en febrero del año pasado, cuando volvió a Michoacán. Dada la división interna del PRD, uno de sus lastres mayores, la súbita aunque no sorpresiva renuncia de Rosario Robles hubiera podido paralizarlo en busca de avenimientos en que todos los grupos querrían surgir gananciosos en ese río revuelto.
Aunque estaba reunido el Consejo nacional, autoridad a la que competía conocer la renuncia y recibir la protesta del reemplazante, la decisión se gestó en una reunión informal de la comisión política consultiva, que como su nombre lo indica carece de facultades decisorias, pero en cuyo seno actúan los gobernadores perredistas. Estos se convirtieron en generadores de la fórmula que permitió resolver en lo inmediato el grave intríngulis suscitado por la dimisión de la presidenta. Godoy es ya el octavo presidente de su partido, el tercer interino. Como coordinador, la lista se inicia con Cárdenas mismo, que dejó en su lugar a Roberto Robles Garnica (médico michoacano que renunció al PRD y volvió al PRI de donde había salido). Siguieron Porfirio Muñoz Ledo, Andrés Manuel López Obrador y Amalia García (precedida por un interinato de Pablo Gómez). Es abrumadora su tarea, aunque sólo fuera sobrevivir.