Dolores Montoya ha dedicado 56 años de su vida a la docencia
TORREÓN, COAH.- Mujer sencilla y reservada, de claros ideales y desgastada memoria, guerrera incansable que ahora disfruta sus logros desde el sillón en verde tapiz que la acoge por las mañanas. La acompañan Don Quijote de la Mancha posando en una estatuilla, algunos reconocimientos que decoran la pared en tono claro, las fotos de familia y el bullicio de niños y jóvenes que cada día, desde hace 27 generaciones, disfrutan de la hora del recreo.
Desde niña, María Dolores Montoya Díaz tuvo la inquietud de ser profesora. Nació en Viesca, Coahuila, en donde cursó la primaria; se trasladó a San Pedro de las Colonias para estudiar en la escuela Islao Cobantes; y terminó en la Normal de Saltillo.
Regresó a San Pedro en 1948 en donde inicia su labor docente, impartió clases en la escuela Venustiano Carranza de Francisco I. Madero, ocupando la Dirección Técnica Local de Educación; posteriormente se mudó a Torreón para hacerse cargo de la Dirección en la escuela Francisco Sarabia y de la Subdirección en la Secundaria Federal Número Dos, tiempo después. Con 30 años de experiencia en escuelas municipales y federales, le vino la idea de formar un patrimonio familiar.
En septiembre de 1973 fundó su propio colegio, el cual comenzó con muchas vicisitudes y problemas económicos. “Algunas ocasiones no se completaba ni para pagar la nómina, y muchas veces uno tenía que poner de su bolsa”, recuerda Dolores.
Para gestionar la licencia ante la Secretaría de Educación Pública tuvo que demostrar que contaba con un lugar apropiado, un permiso de salubridad que indicaba que el inmueble estaba en condiciones de higiene, una planta de maestros titulados y el plano de las instalaciones en donde se ubicaría el colegio, “pero en eso no tuve problemas, ya que siempre he llevado las cosas como se deben”, afirma la profesora.
El colegio inició sobre avenida Presidente Carranza y calle Galeana. Contaba con 32 alumnos, cuatro aulas de nivel secundaria, una dirección, una subdirección, una cafetería, un patio central y dos áreas de sanitarios.
Al siguiente ciclo escolar se mudaron a una vieja casona sobre la avenida Ocampo con el número 368, eran ya 100 alumnos, “ocupaba dos fincas” –explica la directora sin dar demasiados detalles- y justifica el porqué no inició con jardín de niños como se hace comúnmente: “es que siempre tuve el grado de secundaria a mi cargo, así que comenzamos de atrás para adelante”. Con infinidad de altibajos el Colegio Torreón logró cumplir sus primeros seis años.
Las piedras en el camino
Dolores es muy perseverante. Siempre ha logrado todo lo que se propone y en muchas ocasiones sin ningún tipo de apoyo. Nada le ha sido gratuito.
Sus tres hijos aún eran adolescentes, sus padres dependían de ella (aunque era la menor de seis hermanos) y perdió a su esposo; todo ello justo tres meses antes de dar marcha con el proyecto de la institución educativa. “Mi marido murió a la edad de 54 años. Padecía del corazón, estaba enamorado y mal correspondido”, dice en son de broma y ríe.
José Milán Pérez era nacido en San Luis Potosí, “pero nos conocimos en Francisco I. Madero, Coahuila, nos flechamos y nos casamos”, advierte tajante, al tiempo que una ensordecedora chicharra anuncia que la población estudiantil debe reanudar sus clases.
La directora de la Institución recuerda lo difícil que fue cuando su esposo estuvo internado en Cardiología durante un año y medio en la Ciudad de México. “Yo viajaba cada fin de semana, me iba el viernes en la noche, me estaba todo el sábado con él y me regresaba el domingo en la noche”. Todos se turnaban para cuidarlo: “su tía que lo quería como si fuera su hijo, Magda mi hija y quien pudiera hacerlo” y así Dolores continuaba con sus actividades.
Fueron muchos sacrificios. “Para acabarla de amolar también muchos gastos”, Dolores pedía su sueldo con anticipación, “siempre vivía con una quincena adelantada”. Y mucho cansancio, “pero no podía darme por vencida”.
En una ocasión “...estaba tan cansada del viaje –suspira y mueve su cuerpo como si volviera a sentir aquel agotamiento- que le dije a una muchachita que se sentó a mi lado:
-Voy a echarme un sueñito y cuando digan Torreón ¡me hablas!
-Sí, sí, duérmase –contesta la desconocida-.
Pues me dormí y cuando voy despertando... ya me había pasado, entonces le digo al chofer:
-Oiga, ¿cuando llegamos a Torreón?
-Señora, pero si estuve grite y grite... ahora estamos en Camargo.
-¡No puede ser!... en plena madrugada ¿y ahora cómo me regreso?
Dolores se dirige una vez más hacia la despistada jovencita y le recrimina:
-¡Niña, pero cómo no me hablaste!
-Es que estaba roncando y me dio lástima despertarla –responde la considerada mujer-.
La profesora le dice al chofer:
-Oiga, hágame favor de regalarme el boleto, yo no traigo dinero para regresarme, ¿qué hago?
-Bueno, ándele pues, tenga el boleto.
Y fue como me regresé porque yo no traía la mitad de un cinco”; relata Dolores moviendo sus delgadas manos marcadas por el paso de 76 años.
Triunfo y sacrificio van de la mano
Poco a poco el colegio fue creciendo y sus hijos integrándose, Dolores quedó a cargo de la dirección de jardín y primaria; José Luis, el mayor, de la secundaria y la subdirección de preparatoria; María Magdalena como administradora; y sólo faltaría Julio César, el más chico, quien prefirió dedicarse a los bienes raíces porque a él no le gusta estar entre cuatro paredes.
Decidieron adquirir más terreno y para ello solicitaron un préstamo al Banco, “...pero en 1974 se vino una devaluación y duramos muchos años atrasados porque sólo pagábamos los intereses, el capital seguía igual. Tardamos como cuatro años para liquidar el monto total, incluso hipotecamos el colegio...”, explica Dolores.
Comenta que la mayoría de la gente piensa que todo ha sido muy sencillo. “No sé de dónde sacan tantas cosas. Seguido me preguntan los alumnos:
-¿Maestra, es cierto que se encontraron dinero y con eso construyeron el colegio?
Una compañera también me cuestionó:
-¿Pero cómo le hiciste?... si salimos de la misma escuela.
-Ah, pues a ti no te gustó sacrificarte, ni trabajar día y noche, -le contestó Dolores con la sinceridad que la caracteriza-.
Y el otro día una amiga me pregunta:
-Oye Dolores, ¿está bueno el viejito verdad?
-¿Cuál viejito?
-Pues el de los “chenchitos”, -Dolores dibuja con sus dedos un signo de pesos–.
La directora del Colegio Torreón nunca permitió que ese tipo de comentarios le afectaran, sin embargo siempre le ha importado el “qué dirán”. No tenía tiempo ni para ella misma, debía cumplir muchos roles: el de hija, esposa, madre y maestra, “...y no lo digo porque me esté quejando, todo lo he hecho de buena gana, nunca ha sido una carga para mí, -frunce el ceño y reflexiona- creo que por eso he soportado y sobrellevado todo lo que me pasa...”. Dolores habla en presente porque de un tiempo a la fecha su salud se ha visto severamente afectada, pero eso es algo que prefiere seguir guardando para ella y su familia, considera que el sufrimiento es algo que debe llevarse dentro y no andarlo pregonando.
Cosechando frutos
Dolores piensa retirarse en dos años más. “Yo ya estoy muy grande, mientras esté en posibilidades de trabajar lo seguiré haciendo, pero definitivamente es un patrimonio para mis hijos y ellos deben hacerse cargo del colegio”.
Ha sido una madre ejemplar. “Mis hijos son muy apegados a mí, será porque así los enseñé. La clave es quererlos y apretarles mucho, porque siendo de “manga muy ancha” no se logran los muchachos”. También les inculcó el afecto entre hermanos.
La directora se siente tan orgullosa de su familia, que muestra una fotografía en la que están todos reunidos: “Ésta es mi hija, -que no se parece a Dolores- su esposo y sus dos niños”. Enseguida señala otra parte de la foto y explica: “El de acá es Pepe, -quien sí es la misma cara de su mamá-, de este lado está su esposa y ellas son sus dos niñas, -que más bien ya son adolescentes, pero su abuelita las sigue viendo muy pequeñas- Pepe tenía 22 años cuando se casó, por eso ya es abuelo y yo bisabuela”, ríe mucho.
Para el mes de junio del año entrante Dolores cumplirá un año más de continuo trabajo, pero no lo celebrará porque no le gustan los protagónicos. “Nunca me he festejado, no me agrada llamar la atención, ni salir en el periódico, -se queda meditando- ¡es más, no sé por qué estoy diciendo todo lo que dije!”. En constantes ocasiones han acudido de diversos medios de comunicación en busca de una entrevista, pero Dolores se rehúsa a hablar: “Esta vez no sé qué me pasó”. Después del comentario es posible explicar la introvertida actitud que Dolores mostró desde un principio y que justificó al decir que no recordaba nada de su vida pasada.
El pelo cano de la profesora, que empieza a reaparecer detrás del color castaño, evidencia que la primera generación se graduó en 1976. “Los muchachos vienen a saludarnos y nos platican a qué se dedican”, algunos son ingenieros, otros licenciados y unos más arquitectos, “es muy bonito saber que continúan preparándose para ser gente de bien”. Es notoria la satisfacción que experimenta Dolores cuando imagina a los niños que un día iniciaron en su casa de estudio y que ahora puede observar como exitosos profesionistas.
Actualmente el Colegio Torreón cuenta con 550 alumnos y ocupa aproximadamente un cuarto de la manzana que colinda con las calles Donato Guerra y Leandro Valle.
La blusa a rayas café y dorado es la ideal para lograr el contraste con su tez morena, que resalta con la iluminación natural que baña cada rincón de la pequeña y acogedora oficina, en la que ahora Dolores hace un gran esfuerzo por relatar su pasado. Tal vez por el peso que implican 56 años de docencia ininterrumpidos o porque prefiere guardar sus vivencias y disfrutar el presente con el entusiasmo de una colegiala.