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Las bodas del futuro/Actitudes

José Santiago Healy

Agosto 13 de 2045. César Augusto Herrera, residente de Buenos Aires, recibe una invitación para la boda de la hija de sus vecinas y queda sorprendido cuando advierte que la novia tiene tres madres y un padre, mientras que la “otra” novia tiene dos padres, pero por ningún lado aparece el nombre de la madre.

Inquieto investiga el motivo de esta situación y rápidamente su hijo lo pone al tanto.

La novia Christine fue adoptada por un matrimonio de mujeres homosexuales cuando era una recién nacida, pero una de las “mamás” descubrió más adelante su heterosexualidad y se casó con el ahora padre postizo de la novia.

Años después su primera mamá se volvió a casar con otra mujer, quien también aparece en la invitación por evidentes motivos. “¿Te imaginas el escándalo familiar que se arma si dejan fuera a alguna de las parejas relacionadas con las madres “originales” de Christine?”, cuestiona el hijo de César Augusto.

“En cuanto a los futuros suegros de Christine –añade el hijo— son homosexuales que se casaron legalmente hace muchos años, adoptaron a una hija y han logrado educarla y mantenerse unidos”.

¿Quieres decir que a pesar de la ausencia de una madre han podido darle una buena educación a su hija?, interroga el padre.

“Aparentemente sí papá. Aunque alguna vez escuché que sus padres no la dejaban salir con hombres porque no querían que terminara en un matrimonio tradicional, le decían que ella debía seguir los pasos de ellos, es decir unirse con alguien de su mismo sexo. Según ellos las parejas heterosexuales ya pasaron de moda y requiere demasiado esfuerzo tener hijos naturales”.

Esta historia, desde luego ficticia, se repetirá una y otra vez en el futuro si persiste esta extraña moda que se extiende por el mundo de legalizar las uniones de homosexuales, bajo el argumento de que tienen derecho a recibir las mismas garantías y responsabilidades de un matrimonio entre un hombre y una mujer.

Actualmente se permite con distintas modalidades la unión legal de personas del mismo sexo en Holanda, Dinamarca, Bélgica, Francia y Alemania, además de las provincias de Ontario y British Columbia de Canadá.

En Buenos Aires, Argentina y en el estado de Vermont, Estados Unidos, se legalizó la unión civil de personas del mismo sexo pero sin gozar de los mismos derechos y responsabilidades de un matrimonio entre un hombre y una mujer.

La polémica se desató hace unos días cuando el presidente George W. Bush se manifestó en contra de legalizar los matrimonios entre los llamados “gays”, en tanto la Iglesia Episcopal de Estados Unidos designaba al reverendo homosexual Gene Robinson como nuevo Obispo de New Hampshire.

A su vez El Vaticano condenó las bodas entre homosexuales y calificó de inmoral a aquellos políticos o legisladores que voten a favor de tales disposiciones. El documento de la Iglesia Católica sostiene que la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo “viola la Declaración de los Derechos del Niño”.

En México estamos todavía lejos de que alguna Legislatura sea estatal o federal apruebe una situación de tal naturaleza. Por fortuna las tradiciones mexicanas y el respeto a las leyes de la naturaleza son más importantes que las modas que prevalecen en el exterior.

Sin embargo es preocupante que periodistas nuestros de reconocido prestigio como Sergio Sarmiento y Sergio Muñoz se manifestaran la semana pasada a favor de la unión civil entre homosexuales. Ambos coinciden en que esta medida reduciría el trato discriminatorio contra los “gays”, además de otorgarles derechos claves como la custodia mancomunada de los hijos, acceso a seguros de vida, pensiones, ventajas fiscales, etcétera.

Como todo ser humano en edad adulta, los homosexuales están en todo su derecho de mantener las relaciones que mejor les parezcan, pero de ello a legalizar la unión con personas del mismo sexo es sencillamente ir en contra de la naturaleza humana.

Por algo Dios creó al hombre y a la mujer cuando pudo haber formado sólo a hombres o sólo mujeres. Sarmiento dice que el Gobierno no tiene derecho a meterse a la alcoba de nadie y tiene su razón, pero tampoco tiene derecho a legalizar situaciones que aunque sean comunes o se hayan puesto de moda desvirtúan la esencia del ser humano.

Es tan ilógico como si el Gobierno legalizara de una vez por todas la poligamia y la unión entre menores con adultos. ¿Acaso usted estaría de acuerdo en el matrimonio de un anciano de 80 años con una joven de 15?

No debe negarse ningún derecho como ciudadano a los homosexuales como tampoco es justo aplicarles un trato discriminatorio como ocurría con frecuencia en el pasado, cuando los “gays” y las lesbianas eran despreciadas y reprimidas por las autoridades y por la misma sociedad.

Pero darles los mismos derechos y garantías a las uniones civiles entre un hombre y una mujer sería negar el objetivo principal del matrimonio que es la procreación de hijos.

Aquí no está a discusión si la homosexualidad es algo natural, si es una desviación sexual o si se trata de una enfermedad que pueda corregirse. Lo que está en juego al tratar de legalizar la unión entre los homosexuales es la institución de la familia a través del matrimonio que en la Iglesia Católica, entre otras religiones, ha sido elevado a sacramento por la trascendencia que reviste.

Estamos seguros que las personas más liberales la pensarían dos veces para apoyar la unión legal de homosexuales si ello implicara haber crecido y educado en un hogar con “padres” o “madres” del mismo sexo.

El autor es licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego. Comentarios a josahealy@hotmail.com

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