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Las drogas: encrucijada

Patricio de la Fuente González-Karg

Desde la preadolescencia tuve acceso a ellas, siempre hubo un compañero de salón que me ofrecía mariguana pues ?es natural y hace menos daño que el cigarro?. Afuera de la escuela nunca faltó el contacto para adquirir tachas, grapas, en fin, cualquier índole de pastillas. Invitaciones al pueblo Real de Catorce con el objeto de probar los hongos alucinógenos promovidos por María Sabina nunca faltaron. En las discotecas más prestigiadas de este país existían claves y señales entendidas para que a tu mesa llegasen con la misma naturalidad que una cuba o al asistir a las fiestas de la ?alta sociedad? tanto en México como en Acapulco, sí, ésas dónde los personajes frívolos y de apellidos rimbombantes retratados en las páginas de sociales conviven, pasaban por igual charolas: unas con canapés de caviar y otras con líneas de cocaína pura. Desde muy chavo caí en la cuenta de estar caminando por mantequilla; afortunadamente jamás resbalé a pesar y lo digo con mucha honestidad, estar tentado a hacerlo. Y es que nada se compara a un buen vino tinto acompañado de aquellos que quieres.

Seamos realistas: la batalla en contra del narcotráfico nunca la vamos a ganar, es causa perdida condenada al fracaso. Existen demasiados intereses de por medio y aunque muchas veces las autoridades logren confiscar dicha basura, la realidad es que la capacidad de los cárteles para reorganizarse y operar por toda América es impresionante. Nada me provoca más asco que un narcotraficante: atentan contra la vida, atacan la inocencia, corrompen a los menores, con tal de conseguir sus fines matan a sangre fría, envenenan sin piedad a México, compran, amedrentan, en fin, son la efigie a la estulticia, aquello plenamente denigrante y en mi justa opinión merecen ser tratados más allá de la ley; a la fregada con los derechos humanos: que saquen a relucir los instrumentos de tortura de La Santa Inquisición y en plena plaza pública los exhiban. No hay nada en este mundo que justifique las atrocidades cometidas por el puñado de mafiosos hacia quienes jamás debería existir la piedad y el perdón.

Bernardo Bátiz, procurador capitalino, hombre honesto, recto en toda la extensión de la palabra, ha tenido la valentía para proponer legalizar el uso de las drogas. Tres estados de la República ya se han sumado a dicha iniciativa y estemos o no de acuerdo con esos preceptos es admirable poner sobre el fuego un asunto tan delicado. Aclaro: falta un millar de elementos para estudiar a fondo el tema, carezco de las armas para pronunciarme a favor o en contra y es por lo anterior que simplemente cuestiono.

Conseguir drogas es relativamente sencillo, quien tenga el ansia por probarlas lo puede hacer con extrema facilidad. ¿Legalizarlas promovería un aumento en términos de consumo? ¿La sociedad empezaría a ver como algo natural la utilización de las mismas? ¿Se perdería a una generación entera, aquella que ronda entre los quince y los veinte y en mi opinión carecen (muchos) de valores firmes? ¿Establecer -como en el caso de Holanda- cafés donde ?a la carta? exista el acceso a diversas sustancias no sería emular la figura del narco pues en el fondo también se facilitaría corromper a los parroquianos? ¿Vendrían tiempos de frenesí? ¿Se les caería el teatrito a los narcotraficantes, el negocio por los suelos? ¿Disminuirían los asesinatos y secuestros? ¿No sería mejor apostar a ganarles a dichos bandoleros mediante castigos más severos y contundentes?...

En México, para nuestra desgracia, existen millones que son incapaces de resistir los cañonazos de a ?cincuenta mil pesos oro?. Aquellos con la convicción de nunca dejarse cooptar son amedrentados con clásicas apologías: sabemos dónde vives, quiénes son tus hijos y por ende, si no te haces de la vista gorda o en su caso no aceptas lo que te estamos ofreciendo la vida de todos los tuyos corre peligro. Estimo lo anterior es la encrucijada, el dilema moral más grande ante el cual un ciudadano íntegro y responsable se puede enfrentar. Para nuestra tristeza se acaba por aceptar los términos del mafioso pues la culpa y el sufrimiento implícito en la pérdida de un hijo es algo que nunca se supera y termina por hundir a toda la familia. El vástago se puede salvar, a pesar de ello la culpabilidad de haber aceptado la mierda tampoco es fácil de digerir, se entra en pleno estado de degradación ante sí mismo, no te puedes ver al espejo pues si bien salvaste la vida de lo más preciado que tienes en el fondo la sangre, el corazón, la mente y el alma presientes se irán pudriendo a pasos agigantados.

Las drogas, el aborto, el matrimonio entre gays y la eutanasia son temas delicadísimos que hay que tratar con sumo cuidado. Frente a ellos existen demasiados cuestionamientos, amplia división y una inmensa dificultad para llegar a consensos. Muy bueno ponerlos sobre la lupa, no debemos tenerle miedo a retroalimentarnos y abrir un debate serio y mesurado.

Correo electrónico: pato1919@hotmail.com

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