EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Las escobas

Gilberto Serna

Las boletas electorales están hartas de que cuando a las autoridades se les antoja tengan que volver a las urnas para que las gentes voten por las mismas personas que ya compitieron una vez, sin que hubiera un resultado definitivo que le hubiera dado a alguno de los contendientes el triunfo de una vez por todas. Es como volver al cine a ver la misma película en la que ya se sabe que el mayordomo es el asesino, por lo que la trama ha perdido todo interés. Los protagonistas repetirán de memoria lo que dice el libreto, sin mucha convicción pues conocen de antemano que cualquier cosa que digan no influirá en el resultado. Los electores lucen fatigados. Los candidatos que repiten vuelven a las mismas andadas de creer que su sola presencia en algunos domicilios de su distrito será suficiente para ganarse el voto de la ciudadanía. No tienen en la cabeza ni idea de qué hacer para ayudar al país a salir del bache en que se encuentra, se muestran aburridos, apáticos, desganados, malhumorados, hastiados de tener que sonreír a desconocidos, de estrechar manos sudorosas, de caminar bajo los quemantes rayos del sol, de tocar puerta tras puerta cual si en vez de aspirantes a una diputación federal fueran vendedores de escobas.

Todo para qué. Para que unos señores, con el gesto de gravedad de quien siente la importancia de su cargo, apoltronados en sus escritorios, examinando las protestas presentadas por los partidos que contendieron en pasados comicios y sin mayor conmiseración al pueblo del distrito que sufragó, resuelvan que se inicia de nuevo la celebración del proceso, anulando todo lo anterior. El esfuerzo de los aspirantes, la decisión de quienes fueron a votar, la permanencia de todo el día con un gesto de indiferencia del personal de casilla, leyendo revistas para matar el tiempo.

Es comprensible, ¡hubo más moscas que votantes! En la actualidad las boletas han sido condenadas a ser quemadas sin la menor consideración a la voluntad ahí expresada. En su momento fueron la materialización de los ideales democráticos de una generación, al día siguiente, siendo inocentes, fueron maldecidas, vituperadas, acusadas y convictas ordenándose fueran a parar a la hoguera. No se ha visto mayor iniquidad desde que Alfredo Dreyfus, (1859-1935) oficial de artillería francés, celebre por la polémica que suscitó su proceso, su caso se convirtió en sinónimo de injusticia, dado que en un error craso se le condenó por espionaje, enviándolo a compurgar su sentencia a la pavorosa isla del Diablo.

Las boletas elaboradas para contener la voluntad ciudadana serán destruidas. Los partidos políticos anuncian que saltarán a la arena las mismas personas que compitieron la vez anterior. Se anularon los votos pero no hubo escarmiento alguno a quien infringió la ley electoral, si es que en realidad hubo una violación. Lo de menos era esperar que hubiera una sanción que inhabilitara a uno o dos de los participantes impidiéndoles que se presentaran de nueva cuenta al ser declarados culpables de entorpecer la elección. Al dar paso a otro proceso electoral están castigando a quienes no se les ha censurado por cuanto a su comportamiento. También están condenando a las personas que acudieron a votar.

¿Qué culpa tienen los electores de lo que hayan hecho, si es que lo hicieron, partidarios de uno de los candidatos? Igualmente se gastará dinero de los contribuyentes en la repetición de algo que hubiera quedado definido si el tribunal electoral con los documentos en la mano y algo más, hubiera decidido, sin mayor trámite, quien de los distintos partidos políticos obtuvo el triunfo al ser anulados sólo los votos de quien aparecía como puntero. Eso sucedería en un país serio. Al ordenar la celebración de nuevos comicios da la impresión de que se trataba de dar un chance a los candidatos, a los perdedores y aun al ganador defenestrado, menos al ciudadano que en reiterada invitación a comer le cocinan la misma sopa.

Estas y otras profundas meditaciones agobiaban a las papeletas condenadas a consumirse en las llamas, después de ser impresas con los logotipos de los partidos políticos en disputa. Había las cruzadas a favor del Partido (de) Acción Nacional, otras rayadas para el PRI, aquellas de más allá, en menor número, eran del PRD. Al principio habían mostrado suma arrogancia, según su número, separándose unas de otras. Al juntarlas para su incineración el humo sofocante, frenéticas, al borde del paroxismo, arrojadas a las lengüetas del fuego, retorciéndose y arqueándose, con postrer aliento parecían apostrofar a alguien, al gritar: timoratos, pusilánimes, follones.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 54661

elsiglo.mx