EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Las laguneras opinan.../Estampas chiapanecas

Rosario Ramos

Sin pretender permanecer indiferentes ante la temible y letal guerra, de dimensiones desconocidas y devastadoras que la estupidez y la aberración de Bush y de Hussein, han hecho estallar, no es mucho lo que podemos hacer. La guerra se libra entre ellos y nosotros vivimos nuestras propias guerras. Pero prefiero hablar de la realidad que nuestros compatriotas viven en la otra orilla del país. La magia, el color, el misterio, que se palpa en el estado de Chiapas, en su gente, en sus calles, en la selva, es algo sorprendente y asombroso. Van estas dos estampas chiapanecas.

San Cristóbal de las Casas

La ciudad amaneció envuelta en una niebla espesa. Era temprano y el frío se colaba por las rendijas de mi cuerpo. En la escalinata de la puerta principal de la famosa catedral, una indígena, acurrucada en un rincón daba el pecho a su pequeño hijo.

Escondido en el rebozo de lana azul añil de su madre, el niño parecía no enterarse de que el día comenzaba y la niebla se apoderaba de su entorno. Apurado mamaba la leche materna, mientras sus cachetes resecos por el frío, brillaban. Una niña de cinco o seis años, era difícil calcular su edad, porque los niños están muy desnutridos, concentrada extendía un pedazo de plástico, sobre el que iba acomodando la mercancía. Llaveros con figuras hechas en lana rellena de los otrora legendarios líderes zapatistas, personajes que quizás la niña no tenía idea de quienes eran, ni alcanzaba a comprender lo que habían sido; rebozos multicolores, animales rellenos de lana, huipiles de algodón, bordados con hilos nacidos de las manos de las mujeres y huipiles de telar de cintura. La escena parecía sacada de una película surrealista.

Más tarde, la niebla levantó, el cielo se puso azul y las montañas verdes servían de escenario a la mañana. Tomé el corredor Santo Domingo-El Carmen, y pasé una vez mas frente a la catedral que con sus colores completaba el paisaje real. La mujer de ojos tristes con el niño, ahora en sus espaldas y la niña vendiendo la mercancía estaban en el mismo lugar. Me detuve a comprarle unos llaveros con las figuras de los zapatistas. Me recitó los nombres de aquellos personajes y me dio el precio. No hubo mas diálogo. Josefa, la niña de los muñecos zapatistas quedó atrás y pensé que quizás cuando crezca, estará en el mismo lugar que ahora tiene su madre en las escalinatas de la catedral.

San Juan Chamula

Aquí casi no vamos con el doctor, -me dice el mayordomo de la iglesia de San Juan Chamula. El hombre, estatura baja y piel morena, viste la túnica típica del chamula, que ellos mismos confeccionan en lana negra y peluda. Aunque está acostumbrado a los turistas, que como yo, llegan atraídos por la cultura indígena, me mira con desconfianza. Me siento un poco intimidada, hay tantas cosas erróneas que le dicen al turista, pero una vez que le pregunto si él es encargado de la iglesia, asiente con la cabeza y la conversación se facilita.

Mi función, - me dice, es cuidar que los visitantes no tomen fotografías, aunque hay algunos que son irrespetuosos de nuestras tradiciones. Además es curandero.

Los miércoles es el día que lavan el piso y lo cubren con ramas de pino recién cortadas, como si fuera una alfombra. Celebro que hoy sea miércoles, porque el olor a pino y la sensación de caminar sobre ramas es maravillosa.

El verde brillante del pino, el blanco de las gladiolas en el altar y la luz de las veladoras encendidas, añaden al ambiente un tono mágico.

La iglesia no tiene bancas, sólo altares para los santos, en las paredes de los costados y en el altar central, el patrono del pueblo: San Juan.

Me arrodillo sobre las ramas de pino, junto a un grupo de mujeres que hacen oración. Los niños pequeños a sus espaldas y otros, más grandes se tienden acostados sobre la cama fresca y acolchada por el pino. Las mujeres sirven el aguardiente, “el posh”, que acostumbran tomar y le ofrecen al santo junto con una botella de coca cola, que es la bebida que más valoran.

Afuera la fachada blanca de la iglesia con ribetes en color azul le da un toque alegre y único a la iglesia. En lo alto el frontispicio es coronado por tres cruces. El atrio se extiende como una gran sábana y sirve como mercado para que los indígenas venidos de los poblados vecinos, vendan sus productos. En esta época del año todos venden mandarinas.

Tres cruces de madera, coronan el cerro, junto al pueblo. Subimos y vimos a muchas mujeres cuando bajaban del monte con la leña cargada a sus espaldas, sostenida por el mecapal en su cabeza. Cargar la leña, aunque sea una tarea pesada corresponde al mundo doméstico. Ellas bajan y suben sierras y montes con la leña, seguidas por sus niños que también la cargan.

La gente es amable, aunque callada y la algarabía viene de los niños, que por montones se acercan a ofrecer al turista su mercancía: pulseras que ellos mismos tejen. Visten las ropas tradicionales, las niñas, enredos de lana y sus huipiles, descalzas, y con su pelo trenzado con listones de colores y los niños, túnicas de lana. Les compré varias pulseras y sus diseños me dejan admirada. Me pregunto si el precio de cada una valía su trabajo. Trato de encontrar una respuesta, mientras ellos corren apresurados a comprar el refresco a la tienda de la esquina.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 24581

elsiglo.mx