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Las listas que se pasaron de listas

Juan de la borbolla R.

A partir de que un representante del PRI ya no habita en Los Pinos ni puede portar la banda tricolor sobre su pecho en los actos más solemnes del calendario político y diplomático, se constata que la otrora admirable disciplina interna que manifestaba dicho partido, no puede ser mantenida, al contrario, por momentos pareciera que existe un enorme conflicto intestino que aflora cada vez que se tiene por abrir la convocatoria para la selección de algún representante de dicho partido en unas elecciones municipales, estatales o federales.

Una de las facultades metaconstitucionales que mantuvo el presidente de la República desde poco antes de aquel marzo de 1929 en que el ex presidente Plutarco Elías Calles fundó el Partido Nacional Revolucionario, fue la de ser la cabeza real del partido que durante 71 años mantuvo su hegemonía casi absoluta respecto del sistema político mexicano.

Ese gran dedo decisor, esa última instancia mantenida por el presidente en el famoso palomeo de las listas para senadores y diputados federales, para gobernadores de los estados, para las más importantes presidencias municipales y para los liderazgos de los congresos estatales, así como para las embajadas y algunos de los más importantes consulados hizo posible el surgimiento de muchos de los dichos y frases célebres de la política nacional como por ejemplo “el dedazo”, “el tapado”, “la cargada”, “el carro completo”, “quien se mueve antes no sale en la foto”, “al que ya besó el diablo”, “la política es como la rueda de la fortuna”, “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, “hay que estar dentro aunque sea fuera”, “No te pido que me des sino que me pongas cerca”, Ya me hizo justicia la Revolución”, etc., etc.

Pero independientemente de dicho folklore político a la mexicana, la subsistencia de tal poder extraconstitucional presidencial de instancia máxima del sistema político mexicano en el partido si no único sí hegemónico, mientras durara el poder sexenal a partir del caudillismo de Lázaro Cárdenas, consiguió que los diferendos que pudieran darse entre los diferentes actores políticos de las diversas líneas ideológicas encuadradas dentro de la “gran familia revolucionaria” pudieran ser subsanados sin grandes fracturas, ni manifestaciones al exterior del partido que de ese modo aparentaba una gran unidad monolítica.

Hoy estamos viendo un gran conflicto entre diversas facciones del PRI, más específicamente gobernadores que en su momento apoyaron la precandidatura de Labastida frente a los que se manifestaron abiertamente madracistas, con ocasión a la conformación de la lista definitiva de los candidatos a diputaciones por la vía plurinominal, la cual curiosamente fue entregada al IFE en el último momento posible.

El problema no se reduce a los dimes y diretes que pudieran haberse lanzado Elba Esther Gordillo y Arturo Montiel; los priistas guerrerenses y los oaxaqueños, o los comentarios de los gobernadores de Colima y Tamaulipas. No es siquiera que las secuelas de la pugna en pos de la candidatura entre Roberto Madrazo y Francisco Labastida, sigan manteniendo beligerancia de sus seguidores la cual se manifestó en la campaña en pos de la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, y volvió a plasmarse en esta precampaña federal. El problema de fondo radica en que el PRI fue un partido nacido desde el poder y no para aspirar a llegar al poder.

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