José de Jesús Espinoza Arellano
Campo Experimental La Laguna de INIFAP
En las últimas semanas se han estado observando situaciones preocupantes en la actividad melonera de la región: melones que se arrojan frente presidencias municipales y dependencias federales como medida de presión para exigir apoyo, melones que se regalan o de plano se tiran. Dos explicaciones destacan como factor común entre los productores al ser cuestionados por lo anterior: 1) el “coyotaje” y 2) el argumento, por parte de los intermediarios, de que está lloviendo en los centros de consumo.
Ciertamente la actividad melonera es de alto riesgo. De entrada el producir melón es muy costoso: entre 25 mil y cuarenta mil pesos por hectárea, dependiendo de la tecnología utilizada. Luego la dificultad para conseguir crédito. Ante la escasez de recursos de la banca de desarrollo y los requisitos de la banca comercial, se tiene que recurrir con frecuencia a prestamistas locales, quienes cobran tasas de interés usurarias y en otros casos se recurre a los propios compradores (bodegueros) o intermediarios con quienes se compromete la futura cosecha. Luego viene la siembra, con semilla importada costosa, cotizada en dólares y con precio sujeto a las variaciones del tipo de cambio. Una vez realizada la siembra, continúan las preocupaciones: que si germinó o no la semilla o que si ya se la comieron los topos (roedores). Una vez que la semilla ha germinado, vienen entonces los pájaros. Atraídos por lo tierno y suculento de las plántulas, llegan en parvada y dejan sin plantas a surcos enteros haciendo necesaria la resiembra, lo cual implica gastos adicionales y retraso del ciclo productivo. Después de los pájaros vienen las liebres. Éstas se acercan a las huertas y consumen gran parte de los brotes de la planta con el consecuente retraso en el ciclo productivo. Finalmente, superados los anteriores obstáculos y se ha logrado la cosecha (asumiendo que no se descompuso la noria durante el ciclo del cultivo) vienen los famosos “coyotes” a quienes los productores atribuyen todos sus males cuando de comercialización se trata.
El mercado del melón, como el de casi todos lo productos agropecuarios, está regido por las fuerzas del mercado de oferta y demanda. El mercado del melón, como el de otras frutas y hortalizas, es aún más sensible por su naturaleza altamente perecedera. Cuando se presentan cambios en la oferta de melón, se observan cambios en los precios. Lo mismo ocurre cuando hay cambios en la demanda. A donde voy aquí es a lo del argumento de las lluvias. He estado en la Central de Abastos de la Ciudad de México en un día “normal” observando la gran actividad de compra-venta de frutas y hortalizas. Y he estado también en días lluviosos donde es significativa la baja en el flujo de compradores por efecto del clima, observándose una caída en las ventas. Un bodeguero que esté recibiendo y vendiendo, en un día normal, digamos 5 camiones diarios, al ver reducidas las ventas y observar que se acumulan inventarios baja los precios para poder vender el producto y ordena a sus “comisionistas”, en las zonas productoras, que en vez de 5 le envíen 4, 3 o menos camiones y bajen el precio. Entonces lo que estamos viendo aquí es que la caída de la demanda se transmite a través de los canales de mercado hasta las zonas de producción. Cuando las lluvias en los centros de consumo se presentan uno o dos días, el efecto en las zonas de producción es mínimo. Pero cuando las lluvias se prolongan por días e inclusive semanas y esta situación se presenta simultáneamente en varios mercados importantes, ocurre lo que hemos estado observando en nuestra región últimamente.
Lo anterior no debe tomarse como un argumento que trate de consolar a los productores ni una justificación para los bajos precios que en los últimos días han pagado los compradores. El hecho de estar dedicado por varios meses a producir melones, invertir recursos económicos y tiempo para encontrarse finalmente con que su producto no tiene mercado, es verdaderamente frustrante. Sin embargo está situación debe tomarse como una llamada de atención para los productores de melón de la región para mejorar su organización. El problema no son los “coyotes”. ¿Qué pasaría si un día llegara un productor con su cosecha a un centro de acopio y no hubiese ningún comprador? Más bien lo que se requiere es que haya muchos “coyotes” y que compitan entre ellos por comprar nuestro melón y no competir entre los productores a ver quién les quiere comprar. Hay mucho por hacer en materia de programación de siembras, promoción del melón lagunero en los mercados, vender el melón empacado en lugar de “a granel” y aplicar medidas tendientes a la inocuidad tanto en el campo como en los empaques. Y como dijo atinadamente el gerente de una compañía privada productora de hortalizas, “nosotros en lugar de producir y luego buscar a quién vender, primero nos sentamos a platicar con los compradores y definimos qué volumen de producción necesitan, cuándo lo quieren, de qué calidad y en qué tipo de empaque y entonces decidimos cuánto y cuándo vamos a producir”.
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