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Las manos del despotismo

Gilberto Serna

Los partidos políticos, en algunas entidades federativas, se aprestan a escoger a la persona que será su candidato a gobernador. La política se ha democratizado, aunque debe reconocerse que no todos los gobernadores han podido asimilar el cambio. En el caso del PRI los jefes de gobierno tienen el control de lo que queda de los sectores popular, obrero y campesino. Buscan la manera de descartar a quienes, no siendo parte de su equipo, se asoman con ojos de azoro por los ventanales de los palacios gubernamentales. Traen los mandatarios estatales una faltriquera repleta de mañas para desbrozar el camino a sus protegidos y cubrir de estorbos las veredas que sigan los espontáneos. Lo malo es que arman su tinglado con tan poca maestría, que en un descuido dejan el rabo de fuera. No hablo en falso, eso le acaba de pasar al gobernador del estado de Colima, según un fallo del Instituto Federal Electoral. En tanto, desafían la paciencia del pueblo montando un teatro donde no cabe la consulta abierta a las bases, con la excusa de que se carece de un entramado reglamentario, o que no hay dinero para costearlas, o que las pasiones desatadas, de los grupos creados alrededor de los aspirantes, puede escindir las filas partidistas.

Es esa una vieja cantinela que usan los políticos en el candelero para entrampar el resultado de las asambleas, a las que mejor debiera dárseles el nombre de conciliábulos. Los gobernadores mantienen una actitud mesiánica, como resabio de un pasado que no acaba por irse, pretendiendo emular a Narciso, ser mitológico que se enamoró de su propia imagen mirándose en las aguas de una fuente. -La única diferencia es que los narcisos de ahora no necesitan ver su reflejo para sentirse soñados-. Bien, los delegados son susceptibles de ser persuadidos. Aun priva en ciertos estamentos políticos una férrea disciplina de partido. No hay sorpresas que pudieran surgir en el curso de esas apañadas juntas. Si se acudiera a las bases priistas o panistas para celebrar una consulta a la sociedad, semejante a los comicios entre candidatos de diversos partidos, con ánforas, boletas y casillas abiertas por todo el estado, otro gallo cantaría, pues a los gobernadores se les dificultaría manipular el proceso y, por ende, obtener un resultado a espaldas de la colectividad. Dígalo si no Patricio Martínez, gobernador del estado de Chihuahua. Ahí la comunidad escogió.

El partido blanquiazul, coincide con el tricolor argumentando que, el abrir las puertas a una elección interna de todos sus militantes, corre el riesgo de desperdigar sus fuerzas políticas. Tan es así que optará por eventos atrancados en los nueve estados de la República donde se dirimirán gubernaturas en el año 2004. Alega en su favor que carece de la estructura necesaria para controlar un proceso abierto. En fin, el efecto que produce en los electores es de absoluto repudio, por que escoger al abanderado de un partido en reunión de unos cuantos, es dar pábulo a que se considere, si se toma en cuenta lo que ha venido sucediendo en ese tipo de asuntos, que habrá tongo, es decir, un fraude electoral orquestado desde las oficinas de gobierno. El solo hecho de que no tenga lugar mediante el voto directo, de cada uno de los integrantes del partido, deja flotando en el ambiente una hedentina que la ciudadanía olfatea a varias leguas de distancia.

El ciudadano sabe cuando, al asistir a las urnas, su voto va a ser respetado. Las masas populares están cada día más vigilantes de sus derechos cívicos. Los que parece se han quedado en el siglo pasado son los partidos políticos, a los que por su estulticia, su arrogancia o su despotismo, no logra entrarles en la cabeza que nuestro país requiere autoridades legítimas y que una manera de lograrlo es democratizando los procesos internos. Todo lo demás es embeleco y demagogia. La modernidad invita a salir de los castillos medievales y a acabar con los criterios mezquinos que estorban la liberación de los procedimientos electorales. Que saquen las manos los señores gobernadores, es el clamor que se escucha en las calles.

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