Hace unos días asistí a una muy interesante conferencia en las instalaciones del Mount Royal College en Calgary, desde donde les escribo. El tema parecería a simple vista muy alejado de los presentes ajetreos: “La metafísica de la brujería: El juicio de Tempel Anneke, 1663”. El conferencista fue Peter Morton, un filósofo que de manera totalmente inocente (Tecleó “Witch” en el buscador del archivo municipal de Brünswick, Alemania, y dio con el legajo del proceso) se topó con este caso y le ha sacado un jugo portentoso.
En resumidas cuentas, la cosa va así: Durante un buen rato (entre 1450 y 1700, más o menos), en la Europa cristiana y sus posesiones en América el enjuiciar y ejecutar personas acusadas de brujería fue una actividad muy frecuente y favorecida. Aldeas enteras fueron juzgadas y llevadas a la hoguera. Decenas de miles de personas (entre 100,000 y 200,000, según cálculos moderados) tuvieron ese fin. Si el panorama les parece exagerado, los remito al libro póstumo de Carl Sagan “Demon haunted world: Science as a candle in the dark”, que en México tradujeron como “Los demonios en nuestro mundo”, o algo así. En él Sagan expone cómo la irracionalidad llevó a la muerte a miles de inocentes, que se podían haber salvado mediante la simple aplicación del método científico y el haber intentado explicarse cualquier fenómeno mediante las leyes naturales, y no con supercherías y las trampas del pensamiento mágico y religioso... el que utiliza quien cree en horóscopos y el “mal de ojo”, por cierto.
Ahora bien, las instituciones que enjuiciaban eran de muy diversos orígenes. Las brujas (entre el 75 por ciento y el 80 por ciento de las víctimas eran femeninas) eran cazadas por ayuntamientos civiles, curas católicos y pastores protestantes. Los permisos para torturar en busca de confesión en ocasiones procedían (como en el caso de Tempel Anneke) de universidades. La persecución no era desarrollada sólo por la Inquisición católica o los atarantados tribunales puritanos de Salem, Massachusetts, presionados por un montón de adolescentes histéricas en 1697; la caza de brujas fue un fenómeno universal en Europa y América durante siglos.
(Paréntesis extenso: Siempre pensamos en la Inquisición española como el implacable modelo de estas acciones represivas y crueles; pero la verdad es que en todos lados se cocían habas, y los protestantes fueron tal vez más activos que los católicos a la hora de mandar gente a la pira. Y si a los números nos vamos, es evidente que al Tribunal del Santo Oficio le sigue pesando la Leyenda Negra Española, creada por los enemigos históricos de Hispania. Vaya, en una sola aldea alemana las autoridades civiles quemaron más gente que la Inquisición en tres siglos en Nueva España. En México hay líneas de camiones foráneos que en un año matan más gente (¡y cómo torturan a los que sí llegan a su destino!) que la Inquisición durante toda su historia en nuestro país. Lo interesante es que en México sigue habiendo descastados que reniegan de su origen y le siguen el juego a la antihispana propaganda político-religiosa de hace cuatro siglos; que, la verdad, ya debería verse desde una perspectiva más incluyente: La Inquisición era uno de tantos instrumentos al servicio de los poderes de la temprana época moderna, ni mejor ni peor que otros contemporáneos suyos; y no sólo en la cristiandad, sino en la India de los mongoles y la China medieval, donde tampoco cantaban mal las rancheras en lo que a crueldad se refiere: Se dice que aplicaban tormentos chinos).
Con este marco de referencia, pasemos al caso en cuestión. Empezando porque Tempel Anneke (algo así como Anita la Tabernera) no se llamaba de esa forma, sino Anna Roleffes (aunque todo mundo la conocía por su apodo, y es como aparece en las actas del proceso), y en 1663 andaba entre los 55 y 60 años. Las autoridades se empezaron a fijar en ella cuando un vecino acudió a denunciar que le habían robado unas cazuelas y peroles. Como al paso comentó que ya había acudido a Tempel Anneke para que ésta, con sus poderes, localizara lo robado, pero que ni así. En una vuelta de eventos digna del bizarro sistema judicial mexicano, las autoridades multaron a la víctima del robo por andar con brujerías, y echaron a andar una investigación sobre las artes y ciencias de la tabernera. No, nunca se recuperaron las cazuelas.
El legajo del juicio contiene diversos testimonios, en donde quedan claras varias cosas (claras para una mente moderna: Vaya uno a saber cómo sacaban conclusiones en aquellos entonces): Primero, que Tempel Anneke le hacía a la curandera, utilizando emplastos y baños de yerbas para curar dolencias. Más aún, tenía “dos libros grandes y uno chico, con dibujos de caballos y sirvergüenzadas”, como declaró un testigo. Probablemente eran tratados de medicina, lo que no constituía un delito, pero sí resultaban harto sospechosos en manos femeninas: Pocas mujeres sabían leer entonces. La dama también le hacía a la “mujer sabia”, haciendo conjuros para asuntos triviales y no tanto, como recuperar cosas, buscar novios inconstantes y adivinar cuántas sandeces pueden llegar a decir los dueños del PVEM en una primavera. También resulta evidente, por los testimonios, que sus vecinos le tenían muy mala sangre, y que la señora no era ningún ejemplo de rectitud, siendo acusada por una de sus detractoras de haberla visto “hasta las trancas” (traducción libre del alemán altomedieval) en compañía de uno de sus huéspedes.
Como según el derecho de entonces no se podía declarar culpable a nadie si no había testigos oculares del crimen (¿cuál?), o si la acusada no confesaba, las autoridades de Brünswick procedieron a pedir autorización para torturar a Tempel Anneke: Si admitía así sus culpas, todo quedaba resuelto. La Universidad de Jena concedió el permiso, y la mujer fue prestamente sometida a castigos tremendos. Finalmente confesó ser agente de Satanás, haber participado en aquelarres, y haber tenido... digamos... encuentros cercanos con el Demonio. Según la acusada, y contrario a lo que Mick Jagger aseguraría luego, “su semen es frío, y el contacto es breve y doloroso”. Y uno se pregunta, ¿entonces, pa’ qué? ¡Qué afán!
Dado que Tempel Anneke confesó sus culpas y mostró arrepentimiento, se le concedió la gracia de no ser quemada viva: El 30 de diciembre de 1663 (ocho meses después de iniciado el proceso) fue decapitada. Luego su cuerpo y cabeza fueron incinerados. Recordemos: Semejante suerte corrieron miles y miles de mujeres en toda Europa y algunas partes de América durante siglos. La pregunta es ¿por qué?
Según explicaba el Dr. Morton, en un principio la iglesia persiguió básicamente a los herejes, a quienes se alejaban de la ortodoxia; pero luego, en el siglo XV, de alguna manera esto se empató con la brujería satánica: El andar realizando actos para allegarse los favores del Maldito. El problema es que, como lo muestra el caso de Tempel Anneke, cualquier actividad o conducta extrañas podían ser consideradas como diabólicos; incluso fenómenos naturales raros (la muerte nocturna de una oveja en apariencia sana, la súbita coherencia intelectual de un diputado) podían ser tomados como efectos de un embrujo o hechicería. Y de ahí a acusar a la vecina a quien le debemos dinero, sólo hay un paso.
Aquí lo interesante es que, según lo que aparece en el legajo de Tempel Anneke (y en miles de juicios como ése), la principal acusación era que la encausada era “distinta”. En este caso: Curaba gente, ayudaba a encontrar cosas perdidas o robadas, leía libros y se ponía gloriosas guarapetas con sus inquilinos (aunque esto no era tan raro, la hipócrita testigo acusadora hizo un escándalo al respecto). Buena parte del veredicto de culpabilidad recaía en la reputación de la acusada... como si el qué opinaran los demás de ella fuera la principal evidencia. Y en base a eso, terminaba la gente en el cadalso.
La persecución de brujas, resulta evidente, era una reacción de quienes tenían una visión del mundo sumamente estrecha y limitada, y por ello se veían impelidos a eliminar a quienes no pensaran como ellos, fueran distintos o cuyas actividades les resultaran incomprensibles. Que la persecución fue usada como instrumento político y de control, también es patente. Pero lo interesante es cómo el recurso de exterminar a “los distintos” se justificaba con un argumento irracional: No comprendo qué hacen, no entiendo mi entorno, entonces hay que acabar con los que no son como yo. ¿Les suena conocido?
Cuando George W. Bush (a propósito de tener visión limitada de las cosas) apela continuamente a Dios, y dice punto menos que platica con él; divide el mundo en buenos y malos, y dice que va a castigar a quienes no se mostraron amistosos (casi todo el planeta); empieza a apuntar dedos a quienes no piensan como él (actores, periodistas); cuando el valor fundamental de la democracia americana, la libertad de expresión, empieza a ser reprimida por los Savonarolas de la Casa Blanca; cuando algunas expresiones de gobernantes modernos parecen encantamientos dignos de una tribu inmersa en el pensamiento mágico; y cuando se empiezan a hacer rituales de magia simpática (si no mato a Saddam, tumbo su estatua... como clavarle alfileres a un muñeco vudú); entonces, hay que ponerse a temblar: Los nuevos inquisidores están buscando nuevas brujas qué quemar. Y su marco mental no es más abierto ni ilustrado que el de los burgueses de Brünswick que condenaron a muerte a Tempel Anneke. Parece que estamos al inicio de un período oscuro, que no augura nada bueno. Entrando en ambiente: ¡Virgencita, que los Demócratas ganen en el 2004! ¡A prender veladoras, raza!
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