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Las plegarias del horror

Federico Reyes Heroles

“Ni siquiera saben ser imperio” Gabriel García Márquez ¿Cómo se contará esta historia? ¿Cuál será la gran epopeya a ser narrada? ¿Qué tipo de épica puede rodear al episodio? La incontenible globalización mediática arroja las imágenes: niños muertos, sin piernas, tendidos en alguna maltrecha cama, sangrando y con los ojos idos; madres lanzando alaridos, cadáveres pestilentes saliendo de unos hierros retorcidos que fueron alguna vez un automóvil.

Mercados, hospitales, escuelas, centros comerciales volados en mil pedazos. Errores que ocurren en las mejores familias, nos dicen. La tecnología se ha superado notablemente, en parte gracias a la guerra, es la versión oficial. No volverá a suceder, pero de inmediato sucede. ¿Cuántos muertos llevaremos? Quizá nunca lo sabremos. Son ellos mismos los que provocan esos incidentes, dice Rumsfeld, todo para desconcertar a la opinión pública. El cinismo no podría ser mayor.

No puede haber épica porque la mentira cruza todos sus actos. Los ataúdes cubiertos con la bandera estadounidense desaparecen furtivamente. Los magníficos helicópteros se caen solos. Las operaciones quirúrgicas devastan toda una ciudad.

El país de las libertades persigue a Martin Sheen o a Susan Sarandon por atreverse a discrepar. ¡Traidores! les gritan. Se destruyen discos masivamente, se amenaza por e-mail a los disidentes. El nuevo macartismo goza de las bondades de las mejores tecnologías, faltaba más. Las grandes cadenas de televisión defensoras del “ciudadano global”, de un mundo sin fronteras, reaccionan con una autocensura selectiva: puede haber escenas que humillen a la tropa o dañen el espíritu guerrero.

El que fuera valiente corresponsal en 91, Peter Arnett es hoy despedido por poner en duda la estrategia de los altos mandos militares. Al final de cuentas ese “ciudadano global” no es apto para seleccionar por sí mismo. La guerra no será tan breve como pensábamos, lanza un Bush que trata de disimular con fanfarronería lo que al mundo le resulta evidente: no han encontrado armamento de destrucción masiva, no han logrado establecer vínculos con Al Qaeda y no han atrapado entre vítores a Hussein. ¿Epica? Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, reza la definición clásica.

Pero los dichos y los hechos no cuadran. ¿Cómo explicar que el ánimo de ese pueblo puede ser pisoteado, como en España donde más del 90% de la población está contra la guerra? ¿Cómo explicar que el equilibrio de poderes funciona si Blair ni siquiera respeta a la resistencia de su propio partido?, véase la renuncia de Robin Cook. ¿Cómo creer en la defensa de los derechos humanos cuando se arrasa a la población civil y se oculta información, cuando se mantiene en Guantánamo a un número indeterminado de detenidos en condiciones oscuras, cuando se niega la validez de la Corte Penal Internacional para los propios casos estadounidenses? ¿Qué tribunal juzgará las atrocidades de esta guerra? No puede haber épica porque nada hay de grandeza en arrasar desde el aire villorrios indefensos.

¿Dónde está el país de Jefferson, de Hamilton, de Washington, de Lincoln? ¿Dónde el de Whitman, el de Twain, el de Faulkner, el de Hemingway? Algo se torció. “Nuestra guerra contra Iraq fue una verdadera guerra religiosa”. Es 1991. Habla Harold Bloom (La Religión en los Estados Unidos, FCE, 1992) uno de los críticos más agudos de la cultura occidental, en particular la de los EU. Pero no se confundan advierte el autor, no se trata de guerrear contra el Islam. Sería burdo. Bloom apunta a un fenómeno menos evidente. Se remite a esa idea de Tolstoi de una “religión estadounidense”.

Es entonces una guerra en contra de todo aquello que niega una condición especial de ese pueblo. Es justamente esa condición única la que creen les confiere una función redentora en el mundo. De allí surge su identidad. Es ese el meollo y no otro.

Ninguna nación de Occidente es tan religiosa como los EU, lanza Bloom después de incursionar en el cristianismo tradicional de EU. Pero Bloom va más allá e indaga sobre los Bautistas, los Adventistas del Séptimo Día, el pentecostalismo, las nuevas expresiones religiosas de los afroamericanos y hasta Billy Graham.

La conclusión es una, la diversidad es tan sólo la superficie, las diferencias terminan por ser lo de menos. Debajo, detrás, por encima o donde se quiera ver, se encuentra una sólida coincidencia. “Los estadounidenses creen que Dios los ama de una manera personal, y que hay algo dentro de ellos, más profundo aun que el alma que está en contacto con Dios”.

Bloom se remite a los datos: según Gallup 9 de cada 10 ciudadanos creen que Dios los ama. ¿Cómo será con los mexicanos, tan lejos de Dios y tan cerca de...? Pero claro esa fe postcristiana necesita ser refrendada, renovada. El individuo sale a descubrir lo que ya sabe de antemano: Dios lo ha seleccionado —al individuo en particular—, los ha seleccionado, a la nación en conjunto. Por eso las coordenadas geográficas no importan: Filipinas en 1901, Haití en el 14, Corea en el 50, Dominicana el 65 o Iraq en el 91 o el 2003.

Por más que los altos mandos estadounidenses hablen de una coalición de 40 países, el hecho es que las expresiones antibélicas y antiyanquis hablan de que buena parte del mundo simplemente no entiende la lógica de esta guerra: ni contra el terrorismo, ni contra las armas de destrucción masiva, ni a favor de la paz mundial, ni a favor de la democracia en Iraq. Ni siquiera la lógica colonial o imperial hace sentido.

Los Estados Unidos y, aun más grave, las credenciales democráticas como valores universales están perdiendo la batalla frente a una opinión pública mundial que no puede reír de los argumentos porque las consecuencias de los actos son demasiado graves, pero que comienza a convencerse de que no hay dolor humano que sacuda al convencido redentor.

Quizá entonces las flechas deberían ser dirigidas con otro sentido, menos terrenal. Karol Woytyla, además de sus oraciones, lanzó una muy poderosa: los causantes de esta guerra habrán de rendirle cuentas a Dios. La muerte y el horror deberán tener alguna factura. Caer en la oración como salida tiene sin embargo un problema, lo señaló Bertrand Russell. El que ora quiere alterar la voluntad divina y eso supone compartir la omnipotencia. Por eso ojalá y Bush deje a los iraquíes fuera de sus plegarias.

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