Ni estudian ni trabajan. En esa condición, dicen, se encuentran más de la mitad de las mujeres jóvenes en nuestro país. ¿De manera que podemos deducir que son la encarnación de la flojera o la más alta expresión de la nobleza o el sueño mejor de la burguesía? ¿Son unas reinitas?
Según el informe Panorama de la Educación 2003, realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y presentado el pasado martes 16, “En México, 53 por ciento de las jóvenes de entre 25 y 29 años no trabajan ni estudian, lo cual es el índice más alto dentro de los países de la OCDE después de Turquía”.
¿Qué sucede?, porque parto del hecho de que en nuestro México no está la economía como para creer que más de la mitad de mujeres jóvenes son unas reinitas o, si se prefiere, perfectas holgazanas. Aventuro entonces una respuesta: Sucede que estas mujeres dedican su tiempo al trabajo doméstico y, para no perder la costumbre, su labor no es considerada como un trabajo.
Cuando hablo de trabajo doméstico me refiero al conjunto de actividades obligatorias y gratuitas que realizan las mujeres en prácticamente todos los hogares, actividades que incluyen aspectos de higiene y salud como lavar, planchar, cocinar, arreglar y servir y aspectos afectivos como cuidar, escuchar, apoyar, ayudar, y, en general ser soporte emocional de la familia.
Cualquier mujer sabe que todo eso representa un enorme trabajo, para el cual no existe horario, ni vacaciones, ni días de descanso, ni “puentes”; ni prestaciones como “permisos”, “días inhábiles”, “días libres”; ni compensaciones como salario, aguinaldo, reparto de utilidades o jubilación. Si algo tenemos muy claro las mujeres es que el trabajo doméstico es invisible, sólo se nota cuando no lo hacemos, no tenemos paga por ello y la jubilación viene con la muerte o en la fase terminal de una enfermedad mortal o crónica degenerativa (porque mientras el cuerpo aguante se sigue total o parcialmente con esas labores). Y, pese a todo, sigue sin ser considerado un trabajo. Ahí lo tiene, según la OCDE, ni estudian ni trabajan.
De acuerdo con la agencia Comunicación e Información de la Mujer A.C. (CIMAC), en una nota de Martha Martínez (julio 22 de 2003), se estima que las mexicanas dedican de 12 a 18 horas cada día al trabajo doméstico, mismas que al año suman mil 700 millones de horas. Y desde luego las mexicanas no somos las únicas. De acuerdo con el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), el valor y volumen del trabajo doméstico no remunerado en todo el mundo equivale entre el 35 y 55 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).
El número de “reinitas” y el trabajo que realizan aumentan en proporción directa a las situaciones de crisis económicas, ya que son las mujeres las que amortiguan los impactos negativos de la economía al interior de sus hogares. Dicho en términos comunes, en épocas de crisis si se tenía empleada doméstica se le despide ¿y por lo general quién va a realizar ese trabajo? ¡Las reinitas! Si de todas maneras el dinero no alcanza, la mujer buscará un empleo remunerado, o de plano ingresará de lleno a la economía informal, ¿y quiénes seguirán realizando el trabajo doméstico? ¡Las reinitas! Si algún familiar enfermo/a o anciano/a necesita cuidados, dedicación, tiempo ¡ahí están las reinitas! que, desde luego, seguirán realizando el trabajo doméstico. Y son precisamente estas mujeres -las que están dedicadas a su hogar y su familia, las que entre sus labores incluyen el cuidado de un familiar enfermo o anciano- las que en estadísticas oficiales aparecen como parte de la “población económicamente inactiva”, las que en estadísticas de la OCDE figuran como “mujeres que no estudian ni trabajan”.
Y valdría la pena preguntarse ¿sin el “no trabajo” de esas mujeres puede funcionar un país?, ¿quién o quiénes harían el trabajo doméstico (el físico y el afectivo) si no lo hicieran las mujeres?, ¿cómo cuanto tiempo aguantaría una casa, una familia, sin el trabajo de sus mujeres?, ¿si el Estado tuviera que pagar el trabajo que implica cuidar de recién nacidos, niños, niñas, ancianos/as, enfermos/as cómo cuánto gastaría? Nada más para darnos una idea, de acuerdo con la nota de CIMAC tan sólo en los años 40 esta deuda se estimaba en 40 mil millones de dólares sin considerar intereses.
Sin duda alguna una de las deudas que tiene nuestro país con las mujeres, es el reconocimiento al trabajo doméstico. Va siendo hora de que se le asigne un valor en las cuentas nacionales; de que se reconozca como una labor productiva e indispensable; de que se asuma que el trabajo doméstico produce bienes y servicios sin los cuales la sociedad no podría funcionar y de que se desarrollen políticas públicas tendientes a favorecer una cada vez mayor participación de los varones en el trabajo doméstico, a fin de promover la plena equidad. Mientras eso no suceda las mujeres seguirán trabajando muchísimo pero con todo cinismo y desparpajo se dirá: Ni estudian ni trabajan.
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