Instalados en la lógica guerrera ahora reclaman con sorna. Ya ven, ya se acabó, sólo fueron 20 días y todo un pueblo ha sido liberado. Se equivocaron por antiyanquis. Los liberadores han ganado, gritan. El tirano ha caído. Desde la embriaguez retórica de la ocupación todo se confunde. Falta encauzar democráticamente lo conquistado, incluida la minoría kurda. ¿Qué será de las reacciones terroristas de furia y las tensiones de medio Oriente? Eso hoy es lo de menos.
Hicieron mal en oponerse a la guerra. ¿Ya se les olvidó quién liberó a Europa del yugo nazi?. La comparación Hitler-Hussein es tan insostenible como la de Bush-Hussein. Tratemos de ser serios. La Alemania nazi invadió a diestra y siniestra durante casi cuatro años, -Austria en 38, Checoslovaquia y Polonia en 39, Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica. Francia, etc.- Era una fuerza agresora que evidentemente estaba poniendo en juego la paz mundial ¿Cabe alguna duda? Y sin embargo los EE.UU. no entraron a la guerra sino hasta después del Pearl Harbor, 41-42. Inglaterra hubo de vérselas sola contra el gran monstruo invasor sin que las desesperadas peticiones de Churchill encontraran eco del otro lado del océano Atlántico. Allí está para refrescar la memoria el espléndido texto reciente de John Lukacs, (The Duel, traducido como Cinco días en Londres, FCE). Al contrario de lo que ocurrió en Iraq, la opinión pública internacional estaba anhelante de que la gran potencia entrara a enfrentarse con el supertirano. Esas son algunas de las no tan pequeñas diferencias que hoy se olvidan. Otra es que Naciones Unidas no existía como organismo facultado para mediar en este tipo de situaciones. La referencia es insostenible.
Sólo ha habido alrededor de 1,500 muertos, según reporta la propia prensa iraquí, dicen. El hundimiento de un trasatlántico hubiese costado más vidas. La guerra salió “barata”, es la propuesta de razonamiento que subyace. La falacia es preciosa: entre más “baratas” las guerras menos debemos de ocuparnos de su origen y sentido. A la inversa: las guerras “caras”, aunque sean justas, hay que evadirlas. Esa es la diferencia doctrinal entre la segunda guerra y ahora. Van las “baratas” e injustas.
¿Quién autorizó a Bush y Blair a considerar un buen deal ese número de muertos por Hussein? ¿Y hasta dónde estaban dispuestos a ir, vamos cuántos muertos autorizaba su conciencia? En la Segunda Guerra Mundial murieron millones pero nadie en su sano juicio ponía en duda que no había otra salida para contener al monstruo nazi.
Por supuesto que entre menos cruentas sean las guerras mejor. Pero siguiendo esa ruta de razonamiento ¿por qué permanecieron tantos años en Vietnam con incontables bajas?, ¿por qué llegar a los tristemente famosos bombardeos de los B-52 que arrasaron a decenas de miles de civiles? Si se trata de una cuestión de principios, ¿por qué no regresaron a acabar con Pol-Pot por nombrar a un campeón entre los sanguinarios? No es que el mundo no comprenda a los EU, es que este episodio, incluso en la lógica de la “guerra justa”, no tiene pies ni cabeza. Hasta ahora ni amenaza mundial, ni armamentos de destrucción masiva, eso si un gran tirano con una infinita lista de violaciones a los derechos humanos. Pero si ese es el razonamiento, pues preparémonos para un siglo de intervenciones pues todavía alrededor de 40% de la población mundial no vive bajo regímenes formalmente democráticos.
¿Cuál va a ser el orden?, ¿quién va acreditar la gravedad de lo hechos?, ¿cómo se debe normar ese tipo de intervenciones?, ¿deberían extenderse las llamadas cláusulas democráticas a la Carta de Naciones Unidas? Así como existe ahora la Corte Penal Internacional para crímenes de lesa humanidad, ¿quién debe hacer el pronunciamiento sobre el respeto a los derechos humanos en un determinado país?, ¿qué hacer con Cuba y el sistemático encarcelamiento de disidentes, o ahora el juicio sumario a tres personas que intentaron la fuga?, ¿qué decir del desplante de Fidel frente a EU? Hasta Saramago se deslinda con silencio cómplice de La Jornada. Casuística pura.
La historia de América Latina es un buen ejemplo de la inconsistencia de la tesis. EU igual ha tirado crueles dictadores que apoyado a otros como Somoza “he is a son of a bitch but he is our´s”. Es cierto como se recuerda que ni Francia, ni Rusia, ni China tuvieron aval de la ONU cuando intervinieron en Argelia, Sierra Leona, Chechenia o el Tibet. Tampoco lo tuvo Clinton en Kosovo o Bosnia. Pero el argumento de la frecuencia no invalida el peso de la gravedad del hecho. Ese no puede ser el camino. Sería tanto como estar solicitando una licencia para matar a voluntad. Desde la óptica militar se trata de obstáculos menores que hay saltar.
Visto como propuesta de convivencia internacional, entre las naciones, en el largo plazo es simplemente suicida, incluso para los EU ¿Por qué la reticencia de México, Brasil, Chile, Argentina y otros del área a brindar apoyo a la intervención? En primer lugar porque la gran mayoría de sus poblaciones estaba totalmente en contra. No es un mal principio democrático tratar de apegarse a las posiciones generalizadas de la población. ¡Sólo faltaría reclamarles eso a Fox, Lula o Lagos! Pero resulta que sus economías podrían verse afectadas por la reacción de EU.
Cómo será de mala la experiencia latinoamericana sobre las entradas “democratizantes” de EU que incluso imaginando los costos decidieron no abrir paso a la discrecionalidad imperial. ¿Qué viene ahora, Siria, Irán? La historia oscura de EU es larga. Ni siquiera los horrores de Hussein fueron suficientes para pasar a segundo plano los miedos históricos producto de su arbitrariedad.
Némesis: encarnación de la justicia, pero también diosa de la venganza. Cómo desear su visita, cómo aplaudir entre víctimas.
****** Sin escándalos ni estruendos Abraham Zabludovsky tocó el rumbo de la arquitectura mexicana. Se lanzó con propuestas novedosas de vivienda popular, transitó hacia los edificios públicos, culminando con una fórmula de escultura-arquitectura imborrable. Muchos de los espacios con los cuales hoy convivimos sin más asombro, igual en Chiapas que en el Paseo de la Reforma, son de su cosecha. Su afortunada asociación con otro de los grandes, Teodoro González de León, trajo una inyección de modernidad que mucho se añora en otras áreas. Pero quizá lo más admirable fue la tranquilidad de su revuelta. En silencio hará mucha falta.