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Las voces del silencio

Cecilia Lavalle

?Día para contemplar el paisaje después de la batalla y entender quién la ganó. Día de la celebración para unos y recriminación para otros. Día para sepultar a los muertos y contar a los vivos. Día en que acaban las promesas pomposas de campaña y comienzan las realidades recalcitrantes de gobierno?? Así resumía la analista Denise Dresser, en un brillante artículo (?Futureando?) el día después de la elección; día que, cabe aclarar, en México en realidad dura algunas semanas y si nos apuran más de un mes. Esta vez me parece bien que nos tomemos nuestro tiempo. Las elecciones del pasado seis de julio nos dejan varias lecciones. Necesitamos reflexionar.

Acaso la más importante es que evidentemente no queremos un Congreso en el que domine ninguna fuerza política. No tengo muy claro aún si esto es un acierto o un desvarío. La historia me diría que es un acierto, que tantos años con un Congreso repleto de miembros del partido al que pertenecía el presidente se convirtió en un simple ?levantadedos? cuyo lema era en los hechos ?sí señor presidente?. Pero en ese tiempo, me digo, no había elecciones reales y, en realidad, todo era simulado: la democracia, la República, los tres poderes; todo. Por otra parte, el mandato de pluralidad que estamos emitiendo desde 1997 se diría que no ha arrojado muchos beneficios concretos. Pese a que de acuerdo con los datos duros en la 57 Legislatura se aprobaron más iniciativas que su antecesora, persiste una percepción general de parálisis, de que la pluralidad genera estancamiento. Como sea, la mayoría votó por no darle la supremacía a ningún partido. Pero hizo más. También le dijo al Presidente: con el PRI sí. E independientemente de que nos parezca un acierto o un error, esa fue la voz del electorado.

Así las cosas, el mandato implica que los representantes de cinco partidos políticos (especialmente de tres) tendrán que aprender a negociar, aprender a llegar a acuerdos, pensar en el país y no en sí mismos o en las elecciones del 2006 (¿y mi nieve de qué la quiero?) Tal vez, en efecto, es mucho pedir, pero eso es lo que se les está exigiendo y no sólo se los exige la ciudadanía que votó sino particularmente la que no votó.

Y aquí está el segundo gran mensaje, las voces del silencio. El abstencionismo es una lección que viene en forma de bofetada. Es una gran pérdida. Me niego a coincidir con los que dicen que ?ganó el abstencionismo?. La sola unión de las palabras ?ganar? y ?abstencionismo? es un contrasentido. El abstencionismo siempre será una pérdida, un fracaso, no un triunfo. Pierde la democracia, pierden legitimidad los elegidos, pierde la sociedad en su conjunto. Y es precisamente esa pérdida la que más nos debería interesar escuchar, no sólo porque en las pérdidas se encuentran las grandes lecciones, sino porque esta vez se registró el peor nivel de abstencionismo ¡en tres décadas! Y no es que históricamente seamos un pueblo muy votador; ¡¿pero que sólo hayan acudido a las urnas cuatro de cada diez electores/as en momentos en que si alguna certeza tenemos esa es que las elecciones sí serán legales?! Antes y no hace mucho, nuestro voto valía menos que un cacahuate. Las elecciones, en realidad, se resolvían meses antes en Los Pinos. Pero el México de hoy es, en este sentido, diametralmente distinto al de hace tres décadas. ¿Entonces? ¿No votaron por que están satisfechos con su gobierno? o ¿es tal el desencanto con el primer gobierno de la alternancia?; ¿no les interesa en absoluto la política? o ¿llegaron a su punto de saturación debido a tanta propaganda de tantos partidos?; ¿creen que de nada sirve su voto porque en su vida cotidiana todo seguirá igual? o ¿no creen que sea importante esta elección porque siguen pensando que el que verdaderamente manda es el presidente?; ¿creen que son muchos partidos y, con frecuencia, de todos no se hace uno? o ¿creen que los partidos no los representan y sólo están velando por sus propios intereses políticos?; ¿el abstencionismo es un fracaso de las autoridades electorales que no han podido fomentar una mayor participación política?, ¿es un fracaso de los partidos que no han sabido interesar a la población en sus propuestas o en su proyecto?, ¿es un fracaso de las estrategias de marketing elegidas?, ¿es un fracaso de los gobiernos que no han logrado traducir la democracia en beneficios concretos para la población?, ¿es un fracaso de los trabajadores de los medios de comunicación que al privilegiar la crítica, sin querer le hemos restado valor a la democracia?, ¿es un fracaso de un sistema electoral que nos cuesta una cantidad insultante en un país con tantas necesidades?, ¿todo junto?

Tenemos pues mucho que reflexionar, tenemos que ser autocríticos y recoger cada quién el pedazo de responsabilidad que nos toca, porque la democracia no es un asunto de élites, sino de la sociedad en su conjunto y se puede fracasar por acción pero también por omisión. ¿O no?

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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