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Le ponen “diez” a la Muestra

El Siglo de Torreón

Torreón, Coah.- Del drama a la felicidad, del amor a la crudeza de la vida... así ha transcurrido la XLI Muestra internacional de Cine, misma que se celebra en esta ciudad desde el pasado 18 de agosto.

Gracias a la unión del Icocult-Laguna y la Universidad Iberoamericana, un total de diez películas provenientes de diversos países del mundo son proyectadas en Cinépolis Cuatro Caminos. Este día le toca el turno a una coproducción de Francia e Irán, la cinta Diez.

Abbas Kiarostami es el director de esta película y también es, desde hace casi dos décadas, la figura más prominente del cine iraní.

Autor de la trilogía ¿Dónde está la casa de mi amigo?, La vida continúa y A través de los olivos, y ganador de la Palma de Oro de Cannes, en 1997, por El sabor de la cereza, su novedoso estilo narrativo y su maestría para filmar niños, ha creado toda una escuela, una manera original de hacer y concebir el cine con recursos muy limitados: un cine “pobre”, sin glamour y sin actores profesionales, y con discípulos tan talentosos como Majid Majidi, el realizador de Niños del Cielo y El Color del Paraíso, y Jafar Panahi (El Globo Blanco, con guión de Kiarostami).

Su película más reciente, Diez (Ten), da nuevas muestras de su capacidad inventiva. La cinta, de 90 minutos, transcurre enteramente a bordo de un automóvil que recorre las calles de Teherán. Al volante, una mujer, Mania (Mania Akbari), con velo tradicional y gafas oscuras, discute con diversos personajes que sucesivamente abordan su auto. Diez conversaciones, presentadas en cuenta regresiva, ilustran aspectos de la vida cotidiana en Irán, conjugando los temas de la disfunción familiar, la religión, el comercio carnal, y la frustración amorosa. Un tema soslayado es la política, pero al respecto el director ha mostrado una comprensible cautela, que le ha permitido realizar su obra en el clima adverso de un régimen integrista.

Kiarostami ha decidido desvanecer en Diez la figura misma del realizador. Dos cámaras digitales, colocadas sobre cada extremo del tablero del auto, concentrada cada una en un solo interlocutor, se ocupan, con autonomía y sencillez asombrosas, de la faena de capturar cada detalle de los itinerarios verbosos; las discusiones encendidas entre la conductora, una mujer divorciada, y su hijo, Amin (Amin Maher) que le recrimina sin cesar su incompetencia como madre; o el divertido enfrentamiento entre Mania y una prostituta, donde esta última compara, por sus ventajas materiales, el oficio de ser esposa y el suyo (“Ustedes las casadas son las mayoristas, y nosotras las minoristas” en esas transacciones carnales remuneradas que se dan en el hogar o en la calle).

Mania, la mujer iraní cosmopolita y moderna, celosa de su libertad, intenta a su vez, sin éxito, que su hijo de Diez años, precozmente tradicionalista, siga su ejemplo, piense por sí mismo y se emancipe. Él le reprocha su ausencia del hogar, su desdén por las tareas domésticas, su independencia laboral, y resume todo calificándola de egoísta. Esta ríspida confrontación inicial, posee una estupenda carga humorística que contrasta con la gravedad del penúltimo segmento, donde la hermana de la protagonista muestra su cabeza rapada como una penalidad autoimpuesta luego de un fracaso amoroso.

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