Como un acierto del ayuntamiento que preside Guillermo Anaya, debe calificarse el homenaje que rinde nuestra ciudad a Leonardo Zuloaga, en ocasión del traslado de sus restos mortales a reposar al Torreón, emblema de la fundación ahora convertido en mausoleo.
El rescate del monumento histórico se acredita al ex alcalde Homero del Bosque Villarreal, en virtud de una iniciativa que trascendió a su gestión oficial y se prolongó como tarea personal hasta el despuntar de la década de los noventa. Es un orgullo presenciar como al través del tiempo, se mantiene la voluntad del reconocimiento a los fundadores de Torreón, en aras de fortalecer nuestra propia identidad como ciudad y región.
A don Leonardo Zuloaga, corresponde el haber sido precursor de la ciudad de Torreón, en su carácter de descubridor de la vocación agrícola de la región, en una dimensión y enfoque sin precedentes. En 1848 adquiere de los sucesores del Cura de Monclova José Miguel Sánchez Navarro, la Hacienda de San Lorenzo de La Laguna, porción del antiguo Marquesado de Aguayo, ubicada en las demarcaciones del Álamo, Parras y Mapimí. La compra la hizo en asociación de Juan Ignacio Jiménez y posteriormente dividieron la propiedad en dos partes: A Zuloaga correspondió la porción ubicada en el Estado de Coahuila y a Jiménez la situada en el Estado de Durango.
En tiempo previo a la liquidación de su copropiedad, Zuloaga y Jiménez resolvieron con don Juan Nepomuceno Flores, los conflictos de límites y usos de agua derivados de la vecindad con la hacienda de San Juan de Casta en el estado de Durango.
Conocedor de los ciclos del Río Nazas y armado de una voluntad férrea, Leonardo Zuloaga percibe la vocación agrícola de estas tierras y actúa en consecuencia. Concibió y creó un sistema de riego a partir de la construcción de la presa de El Coyote, que estuvo vigente por casi cien años, hasta que entraron en operación las presas actuales de El Palmito y Las Tórtolas.
Las nuevas generaciones deben saber esta historia, a fin de que reconozcan que somos beneficiarios de un legado de esfuerzo que hizo pasar a esta región de inhóspita y paraíso intermitente a madre constante y generosa.
La tarea no fue fácil; además de lidiar con los ciclos de la naturaleza, Zuloaga enfrentó como empresario la inestabilidad propia de las vicisitudes políticas del Siglo Diecinueve mexicano. Tuvo que navegar en medio del conflicto entre la República y el Imperio, combatir el recurrente asedio de gavilleros y negociar con los pequeños agricultores ribereños asentados como colonos.
El desarrollo de un centro de población en la Vega de Marrufo, propició un conflicto político y social que culminó con la erección de la Villa de Matamoros, al oriente del Torreón construido para la vigilancia del comportamiento del Río. El evento ocurrió en 1864, en ocasión del paso del presidente Benito Juárez por estas tierras, en su peregrinar durante la guerra civil.
El episodio dio lugar a que a la muerte del Don Leonardo, su viuda Doña María Luisa Ibarra fuera despojada de los bienes que le dejara su esposo, bajo la acusación de “infidencia por convivir con el enemigo” que algún político listillo enderezó en su contra para perpetrar el ultraje. Pasada la guerra y restablecida la República, en 1867 el mismo presidente Juárez restituyó sus bienes a la Viuda, incluyendo el rancho de El Torreón.
A Doña María Luisa Ibarra de Zuloaga, corresponde ceder los terrenos necesarios para establecer la vía del ferrocarril y la Estación de El Torreón, por lo que sin duda es copartícipe de la visión y demás méritos de su marido. Enseguida, procedió a fraccionar su enorme heredad y generó con ello la multiplicidad de propietarios que fue y continúa siendo uno de los cimientos más sólidos de la producción de riqueza en La Laguna.
Los esposos Zuloaga no dejaron descendientes biológicos, sin embargo, vivieron una existencia fructífera y generosa cuyos beneficios se derramaron y siguen produciendo hasta nuestros días, por lo que ambos constituyen un ejemplo para los empresarios del presente y del porvenir.