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Llegan caravanas para megamarcha

Por Vicente Rodríguez Aguirre

EL SIGLO DE TORREÓN

México, DF.- Pasadas las dos de la tarde, no quedan rastros del fresco de la mañana en el Distrito Federal: el sol domestica hasta al caballito de Reforma. Una turba de sombreros idénticos invade la avenida.

Pareciera que alguien los ha repartido entre los miles de campesinos que integran las caravanas Jacinto Canek y Emiliano Zapata, que después de recorrer el sur protestando contra las reformas que impulsa el Gobierno del presidente Fox, han anclado en la capital del país.

La primera marcha, la de ensayo, parte del Monumento a la Revolución, sin rumbo definido. Por lo menos no definido para los participantes y algunos de los organizadores.

“Ni PRI ni PRD ni PAN el pueblo lo que quiere es poder popular”. Caminan esparciendo una llovizna de gritos esporádicos que parecen ensayados, con desgano. Condenan la eventual aplicación de IVA en alimentos y medicinas, así como la posibilidad de abrir el Sector Energético a la Inversión Privada.

Entre quienes parten primero la plaza de asfalto hay campesinos de la caravana Jacinto Canek, la número siete de ocho que confluirán mañana en el centro el Zócalo capitalino. Más atrás, armados con machetes, desfilan los labriegos de la caravana “Emiliano Zapata” que viene de Guerrero y Morelos.

Un hombre mayor camina con dificultad. El peso de los años le encorva la espalda. No quiere revelar su nombre. Aclara que viene del estado de Oaxaca, no porque nadie lo trajera, sino porque allá no tienen medicinas.

“Venimos a defendernos -dice con voz cansada- somos bien pobres y nadie nos ayuda para nada. Ni para medicinas ni nada”.

Un sujeto más joven, con la cara cubierta y un gafete improvisado que lo avala como “elemento de seguridad”, impide continuar la conversación. Su argumento: un machete.

Pronto, otros se acercan. Amenazan a cualquiera que intente hablar con los campesinos.

Tras los hombres de la tierra vienen los trabajadores. Estalla un altavoz: “Vicente, entiende, la patria no se vende”. Algunos turistas orientales miran desconcertados y tratan de cruzar la calle. Apuntan de inmediato sus cámaras para atrapar nuestra realidad con su tecnología. Sonríen.

-Mira ésos, se están riendo en japonés –susurran dos mujeres sin dejar de caminar.

“Al PRI, al PAN, el pueblo vencerá”. Las consignas se mezclan con las cumbias de un taxi que se ha quedado varado en medio de esta marea humana.

—¿Quiénes son? –-alguien pregunta.

—Somos del CUT del DF (Central Unitaria de Trabajadores). Algunos cubren sus caras con pañoletas estampadas con letras amarillas.

Por encima de las voces de los manifestantes sobresalen otras que gritan más fuerte: son las víctimas del desempleo que luchan para ganarse la vida: ¡aquí el refresco, bara el tamarindo, lleve el chocolate de a peso!

Se confunden entre los inconformes, y es que sus caras tampoco están satisfechas.

En una tregua de esta marea humana —justo en la llamada “esquina de la información”—, una bien formada oficinista aprovecha para cruzar la calle, indiferente a la nube de reclamos que la envuelve.

Siguiendo a los trabajadores viene un grupo de adolescentes, hombres y mujeres. La diferencia es clara: ya no hay sombreros de paja ni machetes, tampoco hay altavoces, sino zapatos deportivos y banderas con iconos socialistas.

En la esquina de Morelos y Bucarelli se pueden ver pancartas con el perfil de Lenin y de Marx. Los jóvenes van platicando entretenidos y no parecen prestar mucha atención a lo que van haciendo: mientras sostienen las mantas se distraen viendo a Bugs Bunny y al pato Lucas que les hacen guiños desde los cartelones de un cine.

—¿Ustedes de dónde vienen?

Javier Reyes, de dieciséis años lo aclara: vienen “del sector estudiantil de la CUT de aquí del de efe, en alianza con otras organizaciones de todo el país”.

Viste pantalón de mezclilla, zapatos deportivos y un incendio artificial le tiñe de rojo el cabello que se rebela a la dictadura del fijador.

Estudia en el IPN, en la vocacional número trece, y aspira a “trabajar para el pueblo”. Precisa que no quiere ocupar cargos públicos, sino “impulsar propuestas desde abajo”.

Es el día en que los símbolos compiten. Desde unos cartelones, la imagen inconfundible del che Guevara anuncia un concierto de fin de semana. A ése sí lo conozco, dice una de las jovencitas.

—Vamos a detener las Reformas Estructurales, principalmente la Ley Federal que está proponiendo Abascal —dice el estudiante mientras camina—. También los compañeros maestros, que vienen atrás, rechazan las propuestas de Elba Esther Gordillo”.

Asegura que la caravana consta de ciento ochenta camiones, pero que “apenas ha llegado una parte de ellos, los demás los esperamos en el transcurso de la tarde”

—¿Cuál es su propuesta?

Después de algunos intentos declara:

—La propuesta bien escrita la tienen allá adelante, un grupo de intelectuales que están participando...

—¿Cómo cuáles intelectuales?

—Varios, se basa... entre ellos puede estar el ex arzobispo de Chiapas, Samuel Ruiz; Manuel Goya, catedrático de la UNAM. Tenemos algunos apoyos que no respaldamos totalmente, son unos economistas pero ahorita no recuerdo su nombre.

Detrás de ellos, algunas mujeres mayores reparten volantes y banderitas del Sindicato Mexicano de Electricistas.

Al pasar frente a la Secretaría de Gobernación, la rebeldía de pintura aparece: “La patria no se vende”, queda tatuado con caligrafía apresurada sobre el edificio gubernamental que comanda Santiago Creel.

Vallas metálicas y una barrera de elementos de la Policía Federal con equipo antimotines resguardan el edificio, impávidos. De repente, una lluvia de huevos los sorprende.

En el ruedo de asfalto, es decir, de este lado de las vallas, elementos del agrupamiento femenil de la policía del Distrito Federal intentan ordenar la estela de automóviles encallados y peatones malhumorados que deja la caravana.

El contingente se desvía al llegar a la estación Cuauhtémoc. Algunas señales de tránsito son censuradas con graffiti. La serpiente humana, con su cresta de pendones y pancartas, con sus aletas de banderas, enfila por Fray Servando Teresa de Mier.

Más adelante, el torrente de humanos y autobuses se topa casi de frente con una estampida de automóviles que avanza también por Fray Servando, pero en sentido inverso. Por un instante, nadie sabe qué pasa. Unos cartelones fosforescentes lo aclaran todo: “Travieso, estamos contigo”. “Vota por Travieso”. Se trata de fanáticos de algún reality show. Ese contacto cercano entre la realidad y los reality produce mentadas de madre en ambas direcciones.

Horas más tarde, la manifestación aún no arriba al Zócalo. En la explanada, algunos jóvenes reparten volantes condenando la privatización del Sector Energético. Ignoran que la marcha se dirige hacia allá.

-No, hoy no hay marchas, son hasta el jueves –aclara una.

Entre sus compañeros también hay desconcierto, a pesar de que llevan al menos nueve días en campamento frente a Palacio Nacional, mostrando con mapas el trayecto de las ocho caravanas.

—Sí hubo marcha, pero no vienen para acá, sino al Palacio Legislativo. Además todavía no llegan los camiones —interviene otro.

—No es cierto, ya hay camiones, pero están estacionados en el Monumento a la Revolución –-devela un sujeto mucho mayor—. Aquí no va a llegar ninguno hasta el jueves. Vamos a Palacio Legislativo.

Apenas dicho eso, un rugido de motor nos distrae: llega a la explanada un autobús decorado con pancartas anti-privatización. La confusión es visible en las caras de los organizadores. El que parece ser mayor concluye:

-Mejor aquí nos quedamos y a ver qué pasa.

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