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Lo que sigue.../Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Muchas personas de preguntan ahora, no sin preocupación, qué es lo que sigue en la política de Coahuila y de México. Concluida la experiencia electoral de este año, que no fue buena, resulta lógico que los ciudadanos se cuestionen sobre el mediato porvenir. Con la premura que corren los tiempos, pronto vamos a estar montados en otros procesos electorales locales, y luego en otros federales, sin un mínimo respiro para dedicarnos al trabajo fecundo y creador.

Por ahora todos presumimos de interpretar el mensaje que el pueblo quiso mandar a los políticos por medio del no ejercicio del voto: Que no queremos el menor dispendio de recursos, que se reduzca el número de diputados aboliendo el sistema plurinominal, que el presupuesto de los legisladores tenga virtudes astringentes, que se exija un máximo de requisitos a los vividores que piensen organizar uno o varios partidos políticos nuevos, que los tres grandes partidos nacionales escojan mejor a sus candidatos, que se abran cauces a la participación electoral de los ciudadanos sin partido y que los diputados federales que ocuparán la próxima legislatura se avoquen a concretar las reformas de Estado que reclama la situación política, económica y social de la República.

La anterior verborrea es producto de la imaginación de los observadores, no precisamente de la voluntad expresa de los ciudadanos. Nadie escribió en la boleta electoral lo que anhelaba, ansiaba y exigía de los políticos. Y si lo hubiera escrito valdría lo mismo que tres cacahuates, porque nadie, tampoco, leyó aquellas opiniones y mucho menos les dio un seguimiento formal. Después de 70 años de presidencialismo despótico y partido único y de tres años de prepotencia e inutilidad foxista, en México las consultas al pueblo resultan todavía un utópico avance democrático vedado a los mexicanos; mientras que en otras naciones políticamente desarrolladas los gobiernos aprovechan las elecciones para preguntarles cómo ven su trabajo, qué opinan de tal o cual tema nacional polémico o si están o no de acuerdo con la conducción de la política, el manejo de los beneficios sociales y el estado de la economía y las finanzas públicas...

Santo y bueno, dirá el lector; pero ¿qué sigue? ¿Cómo van a responder los políticos ante las presuntas exigencias de los ciudadanos? Se nos ocurre, de pronto, que los gobernantes federales y estatales de todos los partidos deberían guardar un período de íntima reflexión sobre lo sucedido en los cuatro puntos cardinales de la República. Tanto el presidente Fox como los gobernadores tienen una larga barba que remojar, no solo por lo que pasó en sus propia jurisdicción, sino en las de los vecinos. A los priistas no les vendría mal analizar cómo se procesaron los hechos políticos en el ánimo del pueblo, qué diantres sucedió en los distritos electorales que ganó la oposición y cómo podrán recuperarlos en próximas elecciones; con distintos candidatos, claro está. Tendrían que palpar, no sólo conocer, que induce en el pueblo la opción de las votaciones adversas precisamente cuando las encuestas de algunos medios opinan que todo marcha sobre ruedas. Finalmente tendrían que reconocer la necesidad de llevar a cabo un programa de unidad política dentro de su partido, precisamente donde el ?fuego amigo? causó más daños que el de los rifles contrarios. Los políticos panistas, encabezados por Vicente Fox y Felipe Bravo Mena, podrían meditar profundamente en cómo andan las relaciones del partido en el gobierno, ante el hombre que gobierna y viceversa. La política requiere coordinación, pues finalmente todos suponemos que el mandatario nacional actúa con un programa preestablecido por el partido que lo apoyó en las elecciones, y esto no se ha visto en el caso del actual régimen presidencial: el gabinete de Fox no parece ser panista. Aunque los secretarios simulan serlo, no convencen a nadie con sus actos de fe, y menos con la eficiencia que se esperaba de ellos en la conducción de los asuntos públicos. Fox debería cambiar de equipo en aquellas áreas que son sensibles ante la opinión de los ciudadanos, sobre todo en el campo del quehacer social.

Ni el PAN ni el PRD pueden alardear de su penetración en todos las entidades federativas del país. En Nuevo León, el PAN no sólo perdió la gubernatura del estado, el municipio de Monterrey y otras alcaldías. También se le hizo humo aquel proyecto que soñaron en los días idílicos con el salinismo para constituir un frente geográfico azul y blanco con todos los estados del Norte mexicano, que diera seguridad ­­eso decían­­ a los inversionistas extranjeros y al gobierno norteamericano. Hoy el Norte sigue siendo tricolor y todo pinta para que dure así mucho tiempo.

El PRD, por su parte, no debería engolosinarse por los éxitos de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal. Cometería un error si pensara en que la Presidencia de la República está al alcance de su mano sólo por la abrumadora votación que respaldó al tabasqueño a través de los candidatos perredistas al congreso federal y a la asamblea local del DF. Acertaría, sin embargo, si lanzara a sus capacitados operadores políticos a la conquista de las entidades federativas en las que su influencia política es nula, en vez amogotarlos en la capital de la República para disfrutar los goces del presupuesto. 

Lo que viene después no es un fácil crucigrama, sino un enredado laberinto político. El año 2004 asoma ya en el horizonte, pero se irá más aprisa que éste 2003, del cual nos hemos comido ya la mitad. Para los coahuilenses el 2005 será un período importante en las decisiones públicas y para los mexicanos el 2006 marcará una lucha electoral difícil, competida y plena de asechanzas. Esto es lo que viene, esto es lo que sigue....

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