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Los “Juniors”: minusválidos sociales

Laura Orellana Trinidad

Yo no sé a ustedes, pero a mí me resulta indignante que un par de jovencitos, escudándose tras los pantalones de sus guaruras, se burlen de los sueldos de un empleado municipal y de su bajo poder adquisitivo, así como de su autoridad para levantar una infracción.

En el incidente protagonizado hace tres semanas en la colonia Torreón Jardín, en el cual dos muchachos utilizaron el lenguaje de las armas para evitar, simplemente, que se retirara la placa de su coche por estorbar una vía transitada, salieron a relucir elementos dignos de análisis. En el forcejeo, una de las patrullas le dio un golpe al auto último modelo que obstruía la calle, ante lo cual uno de sus ocupantes, según los reporteros de este diario, señaló: “…ni con el sueldo de todo un año me pagan el golpe de mi auto”, “…ni con tu p… casa y tu familia adentro lo pagan”.

Esta situación es sólo un botón de muestra, pues los “juniors” se hacen cada vez más visibles en la vida pública de la Comarca Lagunera con actitudes de superioridad y a quienes se les define, según una página web de jergas de habla hispana, como “personas mantenidas por sus padres, que ostentan riqueza”, es decir, viven a la sombra de sus progenitores, sin ganarse a pulso su nombre y apellido.

Aunque constituyen un grupo minoritario en México, son motivo de estudio. Según la caracterización que realiza el sociólogo Ricardo García Jiménez, los “juniors” carecen de compromiso social, tienen actitudes megalómanas, resaltando el hecho de que no toman las cosas con responsabilidad y seriedad: Cualquier cosa para ellos tiene solución. Su vida se encuentra rodeada por la diversión “excesiva”, por lo general muestran una actitud prepotente y frívola, fincada en el poderío económico que les da su origen familiar. En sus relaciones sociales tratan en todo momento de sacar provecho de las amistades que realizan, con el fin de cumplir sus gustos más exigentes (…) Ven a los otros como sirvientes dispuestos a complacerlos. Comúnmente estas personas –por su pertenencia a una clase social holgada— no tienen la preocupación de trabajar para obtener ingresos económicos, hecho que los orilla a buscar a toda costa distracciones que muchas veces caen en los extremos. García Jiménez añade, que la gran mayoría han recorrido más de 30 escuelas, nacionales y del extranjero, sin concluir estudio alguno, porque en palabras de ellos: “no hay school que nos entienda y nos merezca”.

El origen de la prepotencia y falta de responsabilidad de los “juniors” no puede buscarse sino en el ámbito familiar: No se les han puesto límites ni se les ha permitido tener experiencias en las que sus actos tengan consecuencias que los obliguen a la reflexión; aprendieron a despreciar especialmente a las personas de escasos recursos –muchos de ellos trabajadores en su propio hogar— y a disponer de ellos casi como esclavos (como ejemplo sirva decir que muchos niños se refieren a las trabajadoras domésticas como “mi muchacha”); los padres de estos niños/jóvenes no toleran que otros adultos los corrijan, ni siquiera sus mismos profesores (en una investigación sobre recepción de televisión, una maestra de primaria de un colegio para niños de clase alta en el Distrito Federal, contó que al escuchar que uno de sus alumnos decía a otro que había violado la contraseña del cable para ver pornografía, se los hizo saber a sus padres. Éstos le “agradecieron” diciéndole: “Usted no se meta en lo que no le importa”); en la práctica, también han interiorizado que la cultura mexicana es de segunda clase, así como sus portadores. Por otro lado, la sobreprotección es una de las principales características en estas familias, pues los padres no quieren que sus hijos se enfrenten a dificultades, por ello sus guaruras no actúan sólo como guardaespaldas, sino como verdaderas “nanas” de los jóvenes. Crecen sin mostrar el mínimo aprecio por el país que habitan y del cual ha emergido la riqueza familiar. Lo más contradictorio es que también presentan dificultades serias para integrarse a las empresas paternas por su falta de ética y amor al trabajo, sus horarios discontinuos y su falta de estudios especializados. Teniendo todos los recursos para tener una formación artística, cultural y profesional de excelencia, son verdaderos minusválidos sociales.

Pero si la familia no pone límites, la sociedad sí debe ponerlos. Resulta intolerable que transiten por la calle dando muestras de su prepotencia, cuando se supone que estamos en vías de ser un país donde la imposición de la fuerza debe ser un lastre del pasado. Hoy México necesita de jóvenes comprometidos que aporten su energía, creatividad y principalmente, su trabajo.

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