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Los bárbaros del norte

Gilberto Serna

Desde que el ejército dio por terminado el conflicto bélico, los soldados estacionados en suelo iraquí se han enterado, a querer o no, de que en varias áreas del quehacer humano, tan importante es llegar como mantenerse en el lugar. Esas fuerzas ocuparon la ciudad de Bagdad. Hasta ahora les ha ido como en feria. No han encontrado un momento de reposo.

Tampoco se han localizado armas de destrucción masiva, que fue uno de los argumentos que utilizó el presidente George W. Bush para obtener un cierto consenso de índole moral que permitiera a sus tropas incursionar en territorio iraquí, indicando que su existencia constituía un peligro inminente para los Estados Unidos de América.

Lo único que demostró es que las versiones no se apegaban a la verdad. Tanto, en este como al otro lado del Atlántico, han arreciado al paso de los días, las críticas por una actitud que ahora se sabe estaba plagada de mentiras; lo peor, que se dijeron a sabiendas de que lo eran.

En Washington y en Londres un par de políticos armaron su estrategia inventando amenazas imaginarias de las que nadie dudaría tomando en cuenta la psicosis de miedo que se formó al ser destruidas, en un ataque terrorista, las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio, (The World Trade Center), en la ciudad de Nueva York. Al igual que en Afganistán, donde por arte de un hechizo se esfumó Osama bin Laden, en Iraq el sátrapa Saddam Hussein al parecer tomó una alfombra mágica, hecha en Taiwán, volando a algún lugar sin que hasta la fecha se haya descubierto su paradero.

Poco a poco, en el transcurso de los días, han sido atrapados algunos de sus colaboradores. En la población de Mosul, dicen, se escondían Uday y Qusay, hijos de Hussein, que fueron atacados con helicópteros de combate y vehículos lanzadores de misiles antitanques. Se supone que en el bombardeo murieron ambos, junto a una escolta y un hijo adolescente de Qusay.

Llamó la atención que el vicesecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, reconozca que prevalece el escepticismo en la población iraquí, que, a estas alturas del conflicto, no cree ni en el bendito. No dejo de advertir un cierto paralelismo histórico en la muerte de Uday y Qusay, con el caso del general revolucionario Emiliano Zapata (1883-1919) al que se le venera como una divinidad, que al morir asesinado hubo necesidad de pasear su cuerpo inerte, de pueblo en pueblo, para que la gente se diera cuenta de que, en efecto, había perecido al caerle encima una lluvia de plomo en alevosa trampa montada por el gobierno. El exponer cadáveres en público tiene el doble propósito de que se sepa, sin lugar a dudas, que el invasor tiene el poder de matar y, en una segunda intención, para que el pueblo desmoralizado, dado que sus líderes han perecido, acabe o disminuya su resistencia.

A ese efecto, ahora el Pentágono ha dado a conocer fotografías y videos que muestran dos cadáveres visiblemente masacrados. Luego, una vez reconstruidos sus rostros, con un tratamiento facial que envidiaría Max Factor, de nuevo las imágenes se proyectaron por la televisión internacional.

Ante esto, en tono acerbo, pregunto ¿Cuál es la idea? ¿Matar por matar? ¿La barbarie por encima de cualquier otra consideración? De lo que se sabe los Hussein estaban rodeados por una fuerza militar impresionante que los sometía a un asedio infranqueable, dando la sensación de que, si en efecto eran ellos, fueron ejecutados a sangre fría. Aunque no eran unas peritas en dulce, si lo merecían o no sería cosa de averiguarlo, sin embargo como seres humanos civilizados, que decimos ser, cabe repudiar, en cualquier caso, la aplicación de la ley fuga, disfrazada o no de legítima defensa.

Vista la noticia desde otro ángulo, puede pensarse, desde acá, sentado en un cómodo sillón, tomando una limonada, que pudiera tratarse de una estratagema, ¿por qué no?, en la que los Hussein hacen caer a los invasores tratándose de falsos Uday y Qusay puestos a modo, mientras los verdaderos se dan la gran vida. Uno de estos días lo sabremos. En fin, con motivo de la ofensiva a Iraq, ojalá el mundo no cierre los ojos ante las repetidas y flagrantes violaciones a las convenciones de Ginebra y La Haya, ya que para muchos estudiosos del Derecho Internacional, lo hechos acaecidos, encajan perfectamente en lo que constituyen crímenes de guerra y contra la humanidad.

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