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Los cambios en la Suprema Corte

Gilberto Serna

Hacer un esbozo sobre la vida de un personaje resulta una cuestión nada fácil, a mayor razón si es un contemporáneo pues entonces se convierte en una labor endiabladamente compleja. ¿Cómo dejar a un lado los prejuicios? No estamos educados para reconocer los méritos de los demás. Antes, al contrario, somos muy dados a sólo ver el lado obscuro de las personas. En otro aspecto, viendo el mismo asunto desde el ángulo opuesto, no encontraremos en nuestro dossier los apuntes que nos digan como hablar bien de una persona sin caer en un exaltado panegírico. A mayor razón cuando estamos atados por la suspicacia de todos los días, acerca de si tenemos un interés perverso en alabar o criticar. Estas cavilaciones me vinieron a la mente cuando me enteré que Mariano Azuela ocupará los próximos cuatro años la presidencia de la Suprema Corte de la Nación. Lo primero que me vino a la cabeza es que nunca un nombramiento recayó en persona más adecuada si tomamos en consideración los fuertes vientos democráticos que soplan en el país.

Estaría acertado si dijera que es un abogado que tiene sólidas ideas sobre lo que es la justicia y cual es el papel que juegan los encargados de impartirla. A su vasta cultura jurídica se une la fortaleza de criterio de quien está convencido que lo importante al juzgar es actuar con integridad. Nunca como ahora se requieren hombres que sepan el lugar que cada cual ocupa en esta colectividad en la que cunde la disparidad social. Es una verdad insoslayable que la situación por la que atraviesa nuestra patria no es de lo más halagüeña que se desearía en este momento. La desigualdad económica azota a más de cincuenta millones de mexicanos postrados en la miseria. Eso es una injusticia que no han podido resolver los últimos gobiernos que hemos tenido. La única posibilidad de encontrar caminos alternos para enfrentar nuestras realidades es que confiemos en que no todo está perdido.

Hace algunos años Mariano Azuela ofreció una conferencia magistral en la escuela de leyes de la localidad mostrando tanto su capacidad para disertar como su profundo conocimiento de los temas que abordó. Una de sus frases que caló hondo fue cuando habló de llevar la justicia al pueblo. Como ustedes comprenderán no se refería a la comunidad en general si no a los de abajo, a esa muchedumbre de rostros desconocidos que carecen de defensa en un mundo donde persevera la incuria, el burocratismo y la corrupción. Al parecer el ahora presidente de la Corte tiene una idea precisa de la misión que le corresponde a ese alto tribunal en un país de evidentes desigualdades sociales, económicas y culturales.

En su toma de posesión habló de la petulancia de los jóvenes jueces como algo que debe erradicarse. Lamentablemente, hemos de corroborar que quienes acuden al arreglo de sus asuntos encuentran funcionarios judiciales que confirman esa visión. Hay algunos que, según palabras de los litigantes, se sienten “la divina garza envuelta en huevo”. Suelen ser soberbios con los indigentes, así como presumidos y engreídos con los demás. A su paso suelen pregonar su altivez, comportándose jactanciosos, pedantes y altaneros cuando nada les costaría mostrarse modestos, accesibles y afables. Es la más urgente de las labores que de seguro emprenderá el nuevo presidente de ese supremo tribunal: recordarles a esos señores que su obligación es servir a los justiciables con cortesía y comedimiento.

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