“Declaro tendida la quilla de este portaaviones” habla George Bush. Unas cinco mil personas aplauden emocionados al expresidente. La nueva creación nuclear llevará su nombre. Su costo, 4000 mil millones de dólares. Es más o menos la misma cifra que cuesta mensualmente mantener el despliegue militar alrededor de Iraq. El desbalance financiero de Estados Unidos crece y crece poniendo a temblar al mundo. Las heridas están abiertas en todos los frentes. Bush hijo por fin acepta la necesidad de unir fuerzas en la reconstrucción. Necesitan la ayuda material, pero sobre todo romper la sensación de soledad.
Rumsfeld se pasea sonriente entre sus tropas en Iraq. ¿De qué se ríe? Dos muertos un día, tres al otro, un bombazo por aquí, un atentado por allá. Los féretros son digeridos en silencio por una sociedad que conoce sus límites, incluso al patriotismo miope.
Mientras tanto del otro lado del mundo el servicio de auxilio psicológico de la ciudad de Nueva York recibió sólo en agosto del 2003, seis mil llamadas de auxilio. La cifra es 20 por ciento superior a la de agosto del 2002; cinco mil personas están inscritas en el Programa de Salud Mental 9/11, se calcula que 15 mil se inscribirán en los próximos dos años. La dimensión del trauma empieza a asomar. El arquitecto Daniel Liebeskind afina su proyecto de 541 metros de altura, exactamente 1776 pies, para revivir así la fecha fundacional de la nación que albergará la nueva “Torre de la Libertad”. Símbolos y realidades en tensa competencia. Portaaviones, edificios, sonrisas vanas; han invadido un país, han acorralado a Naciones Unidas, una vez más han demostrado su soberbia y poderío militar, pero en la guerra simbólica en que se metieron, no han salido victoriosos: los cadáveres de Bin Laden y Hussein no son todavía imagen televisiva.
Más cauteloso Ricardo Lagos trata de escapar a esa guerra simbólica. Avanzar en el esclarecimiento del pasado no es negociable para el que fuera opositor de izquierda y hoy encabeza una de las economías más modernas del área. Allí están los principios, pero Pinochet y muchos del amplio grupo que lo acompañaron se pasean libremente. Los recursos se han agotado, incluso con la novedad internacional introducida por el juez Garzón. ¿Qué hacer? ¿Empeñarse en la lucha simbólica que ya no ampara la ley, una guerra impulsada por el propio presidente? ¿Acaso lanzarse en una cruzada de índole moral? Los estados que lanzan cacerías morales erigen inquisiciones que terminan devorando a sus creadores. Las presiones al presidente Lagos son todas y sin embargo su responsabilidad de conducción nacional va más allá de la inmensidad de los odios sembrados por el dictador. Se trata de gobernar, de conducir ese país a mejores estadios de libertad y desarrollo. Nadie está obligado a lo imposible: Pinochet escapó a la ley no al juicio histórico. Pero los países se rigen por leyes aunque con frecuencia ellas no satisfagan la ansiedad voraz de justicia. De nuevo símbolos y realidades. “México no opera hoy bajo la lógica de un régimen autoritario...” “Los gobiernos locales ya no son meras réplicas del centro...” “La justicia se conduce ahora bajo los procedimientos que le son propios...” “La procuración de justicia ha obedecido a leyes no a consignas...” “No ha habido atropellos vestidos de motivos jurídicos...” “No se ha registrado un sólo acto de represión institucional, (sic) ni existe un solo preso político...” “La palabra ya no es monopolio de nadie. La libertad de expresión respira a sus anchas en todos los espacios del país...” “Aquellas voces que se habían contenido, brotan, se multiplican, sabedoras de que gozarán de libertad y respeto”. Es el presidente de México en su Tercer Informe. La búsqueda de victorias simbólicas acecha. Los fracasos también. Vayamos con calma. “Réplicas del centro”, hace muchos años, en algunos casos casi dos décadas en que la alternancia en el nivel municipal quebró con esas “réplicas”. Luis H. Álvarez, Ernesto Rufo, Francisco Barrio son recordados muy frecuentemente, pero hubo muchos más que dieron batallas municipales importantísimas. Es falso que ello naciera el dos de julio del 2000. La procuración de justicia no siempre ha respondido a consignas. Falso. También falso que hasta hace tres años hubiera un “monopolio de la palabra”. De qué país habla. Que hay mucho que hacer en justicia, en libertad de prensa por supuesto, pero la caricatura no ayuda en nada. Los que se contenían de hablar y hoy lo hacen necesitan explicar qué les ocurría. Que la libertad de expresión y prensa ya esté garantizada en todo el territorio es falso. Por algo The Freedom House nos regresó en su índice 2003 a la calificación de “parcialmente libres” y “Reporteros sin Fronteras” arroja cifras de persecución preocupantes. No digo que sean responsabilidad de Vicente Fox, como tampoco lo son las muertas de Juárez, pero no se vale imputarle todo lo que ocurrió en el país al centro y eximirlo de todo a partir del Primero de diciembre del 2000. ¿Qué tanto ayudan expresiones de este tipo de demagogia a las negociaciones en curso?
En su afán de protagonismo histórico el régimen ha caído en una trampa infantil: no acepta las continuidades “buenas”, favorables —educación, “Contigo”, inflación a la baja, salarios reales crecientes, etc.— pues quiere tener paternidad exclusiva. A la vez, por plantear el rompimiento insostenible no puede descargar parcialmente las negativas —inseguridad, debilidad del estado de derecho, corrupción, narcotráfico, descapitalización institucional, etc.—. El peor de los mundos. ¿Por qué el caso Aldana no pudo ser leído como un asunto individual, que no debiera contaminar el resto? Es precisamente por eso mismo: se sabe que el régimen anda a la caza de una reivindicación simbólica que pareciera importar más que la realidad cotidiana de los mexicanos. ¡Los caros símbolos!
Personal. No encuentro una mejor forma para hacerlo. En varios medios he sido mencionado como posible relevo de los consejeros electorales. Mucho me honran las menciones, pero aclaro que nunca he manifestado interés al respecto y tampoco he sido consultado. Mi vida es la escritura, las clases, los libros. Cada quién a lo suyo. Lo he dicho, lo ideal será un relevo en etapas, para conservar la memoria histórica de la Institución. Al interior del Consejo hay espléndidos elementos deseosos de permanecer. En la estructura del propio IFE hay profesionistas destacados y no olvidemos los institutos locales, la memoria es injusta. Afuera también hay candidatos serios. José Woldenberg, con quién tengo una vieja amistad y por quién siento un profundo respeto lo ha dicho muy claro, el día que no recordemos los nombres de los consejeros, el IFE estará consolidado.