Los atentados del 11 de septiembre del 2001 han ocasionado daños gigantescos a la humanidad entera, quizás mucho peores de los que podemos imaginar.
Porque además de las tres mil muertes y miles de millones de dólares en daños, los ataques terroristas despertaron a un gigante cuyos coletazos golpean sin misericordia a la economía mundial y a todo enemigo en potencia.
Afganistán e Iraq son los peores ejemplos de la ira yanqui que levantó Osama bin Laden y sus bárbaros seguidores, ¿cuántos inocentes han muerto sin deberla ni temerla en esos países y cuántos más se quedaron sin familia, sin casa, sin trabajo, en un desamparo total?
La actitud de un presidente Bush, que parece estar más enfocado en vengar a sus compatriotas que en paralizar a los terroristas, provoca más encono y rencor de unos enemigos poderosos y dispuestos a todo como son las huestes iraquíes de Saddam Hussein.
A cada ataque que los norteamericanos dirigen a los insurgentes de Iraq se recibe una respuesta sangrienta y sorpresiva.
Adicionalmente los efectos de estas campañas anti-terroristas afectan a países como México que nada tienen que ver con los pupilos de Hussein y menos todavía con los fanáticos musulmanes que idolatran a Osama bin Laden.
Miles de empleos se han perdido por inversiones paralizadas o simplemente canceladas a raíz del septiembre 11 y que no se han reactivado por todas estas medidas de seguridad implementadas un día sí y otro también en las fronteras de México y Estados Unidos.
Desde el fatídico septiembre 11 no se ha capturado en los cruces mexicanos a un sólo árabe o iraquí relacionado con el terrorismo internacional, vaya ni siquiera armas o sustancias químicas que podrían ligarse a estas organizaciones demenciales.
¿Por qué entonces a dos años de los golpes a las Torres Gemelas de Nueva York se insiste en ver a la frontera Sur de Estados Unidos como una zona de riesgo para nuevos ataques terroristas?
Ya tenemos en puerta la Ley de Bioterrorismo que se aplicará a partir del 12 de diciembre y que obligará a que todas las importaciones de consumo humano o animal que hayan sido producidas, empaquetadas y almacenadas en el extranjero, ser revisadas por la FDA (Food Drug Administration).
Aunque habrá un período de flexibilidad de cuatro meses para que los transportistas e importadoras conozcan las reglas de la nueva ley, es evidente que los contratiempos, demoras y daños económicos serán por demás cuantiosos.
Miles de pequeños productores mexicanos serán afectados por este reglamento, algunos no podrán soportar los costos y requisitos que generarán estas revisiones y obviamente tendrán que dejar de exportar.
Para colmo de males los Estados Unidos, en combinación con autoridades mexicanas, realizaron el pasado fin de semana un gran simulacro de un ataque terrorista que fue difundido por decenas de medios de comunicación.
El evento pudo efectuarse en una base militar o en medio del desierto con la discreción suficiente para no alertar al enemigo.
Pero no fue así, se escogió a la fronteriza Nogales para este simulacro que costó 300 mil dólares e involucró a cientos de agentes de seguridad para sorpresa de miles de residentes de la región.
Si nunca han existido ataques de tal naturaleza en las fronteras de ambos países, ¿para qué levantar el morbo y el escándalo? ¿Por qué las agencias de seguridad se empeñan en dar malas ideas a malhechores demenciales que poco les falta para convertirse en terroristas?
Cuando los coletazos se dan sin ton ni son se corre el riesgo de golpearse a sí mismo. Y desgraciadamente eso ocurre al gobierno de Bush como producto de su delirio de persecución y su exagerado afán de venganza.
Cómo se extrañan los tiempos de Clinton cuando existía capacidad para dirimir los conflictos internacionales y cuando los peores escándalos se limitaban a sus travesuras sexuales en la Casa Blanca.
El autor es licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego.
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