Con los “diablitos” la gente se ahorra su consumo de energía eléctrica
La señora Mercedes Limones cuida a sus seis menores hijos mientras lava unos vasos de veladoras que ahora serán de mucha ayuda en su cocina. A un costado de la pila, que más bien es un tambo oxidado de donde se reparte el agua al resto de la casa, están jugando los niños encima de una vieja camioneta.
Cuando los infantes se suben al cerro conocido como “El Alacrán”, ella se queja: “Lo que más nos molesta de la autoridad es que casi no entran los policías, además de que no tenemos electricidad y en las noches esto parece boca de lobo”.
El ruido de las fábricas transformadoras de madera y triplay no se detiene. Todavía molestan los residuos de la labor en el Cerro del Mercado.
A pesar del contexto tan contrastante que rodea a las colonias San Isidro y San Martín, sus habitantes viven con la felicidad de haber conseguido los terrenos a precios de risa a cambio de fortalecer a los líderes seccionales del PRI en esa zona.
Ambos asentamientos, al igual que la colonia San Juan, fueron creados gracias a “la bondad” del líder social Juan Sariñana, quien al moderno estilo de Pancho Villa ha estado invadiendo predios y lotificándolos para beneficio de sus seguidores.
NECESIDADES
Ahí la gente no se queja de la falta de agua, pero sabe que por la mañana no saldrá ni una gota del vital líquido. Al bullicio, propio de una zona rodeada de fábricas y aserraderos, ya se acostumbraron. De todas formas, lo aportan como una queja más contra las autoridades.
En ese marco urbano se encuentra la colonia San Isidro, que solamente cuenta con dos o tres arbotantes en mal estado; del cableado, propiedad de la Comisión Federal de Electricidad, todos se benefician sin tener contratos ni pagar un solo peso.
Una de las dos calles que conforman la referida colonia no cuenta con el tradicional cordón de cemento que marca la terminación del área pública destinada para banqueta. De hecho, no cabría tal infraestructura básica, pues brindar ese servicio municipal implicaría el cierre al acceso de automotores, tal como ocurre en otras hileras de casas a unos cuantos metros de esa arteria.
“Desde hace siete años debemos el terreno en el que vivimos. Cuesta cinco mil pesos. Sin embargo, no hemos tenido dinero. Bueno, más bien es mi hermana la que lo debe, porque es de ella la casa. Yo, debido a la necesidad de tener la mía, ya estoy yendo a las juntas con la líder (priista), pues dice que van a salir otros terrenos aquí cerca de El Alacrán”, indicó María Concepción Vargas Carrillo, habitante de la San Isidro.
INCONGRUENCIA
Es notable el contraste social y urbanístico de esa zona a la redonda. Así como viven familias en extrema pobreza, sin todos los servicios y en casas de cartón, a una distancia muy corta hay lujo y los servicios operan con regularidad.
También, a unos pasos del lugar, existen viviendas de interés social fraccionadas desde hace años, así como asentamientos de clase humilde montados sobre terrenos totalmente abruptos.
Al norte, el Cerro del Mercado marca los límites del crecimiento habitacional, con el fraccionamiento Acereros –de clase media y media baja- en sus asientos. Para el lado sur de la San Isidro está la San Martín, en una situación socioeconómica mejor que la anterior, pero situada en peores condiciones geográficas.
A los costados las factorías trabajan día y noche. Y a escasos 500 metros, un asentamiento de nivel residencial: el fraccionamiento Las Águilas, que tiene de frente una distribuidora de tanques de gas LP. Es decir, todo en orden en cuanto al crecimiento urbano de Durango.
NEGOCIO DE ALGUNOS
Martín Rangel es de oficio campesino. Hace dos años adquirió un terreno en la colonia San Isidro, en 30 mil pesos, gasto que se animó a hacer, a pesar de que no le han entregado escrituras, debido a la necesidad de dejar por fin el rancho en el que vivía fuera de la mancha urbana.
Dice desconocer si alguien hizo negocio con su necesidad de vivienda. Lo que ahora sabe es que ya tiene algo qué ofrecerle a su esposa y sus seis hijos. A los mayores los inscribirá en la primaria y la secundaria más cercana a su domicilio, ubicada en la San Isidro, en las faldas de la loma conocida como “El Alacrán”.
Es conocido por todos en ése y otros predios invadidos el hecho de que los terrenos se consiguen en primera instancia al estar de cerca del líder social que encabeza las gestiones, pero muchas de esas personas no habitan los espacios conseguidos, sino que los comercializan y, mientras se los van pagando, ya están haciendo realidad el siguiente negocio.
Gratis
Peligro nocturno
Los niños de Mercedes Limones no tienen edad para conocer de malicia, todavía. Sin embargo, a ella le preocupa que arriba del “cerrito” de El Alacrán se reúnan los malvivientes a drogarse y a planear robos en las mismas casas de cartón que rodean el relieve.
Por eso dice exigente que la Comisión Federal de Electricidad ya debería llegar a un arreglo con los habitantes de la colonia San Isidro y de la San Martín, porque electricidad para los domicilios sí hay; “nosotros nos la robamos directamente de los cables de luz” –dice-. Sin embargo, no hay alumbrado público suficiente para que esto deje de parecer boca de lobo en las noches.
Con los tradicionales “diablitos”, la gente de esas colonias se evita la pena de hacer fila en las oficinas de CFE y, claro, se ahorra su consumo cada bimestre.
Anarquía
Radiografía urbana
Los alrededores de la colonia San Isidro son contrastantes, y su realidad es muestra clara del submundo en el que viven miles de familias en decenas de asentamientos irregulares de la capital.
En teoría, ésa era zona para aserraderos y trabajos de extracción minera.
Las condiciones geográficas complican el acceso de los servicios.
La inseguridad es pan de todos los días, por lo accidentado de los terrenos.
La creación de una nueva colonia popular está en puerta.
La presencia de “diablitos” para robar luz es común.
Opera una planta de energía eléctrica a unos metros de casas y de una escuela.
El ruido de las factorías y las compactadoras no se detiene.
Fuente: El Siglo de Durango.