Una de las ventajas que tiene la lengua de Shakespeare, digan lo que digan los que reprueban Inglés Sub-Uno Remedial, es su simplicidad. Los sajones no se la quiebran con desinencias y conjugaciones y nada más hay que estar truchas con los verbos irregulares. No sólo eso: el idioma inglés tiene una gran flexibilidad, lo que le permite adaptarse a los tiempos con insólita soltura y rapidez. Además, como no existe el equivalente de la Real Academia de la Lengua, ni alguna otra institución que fije, pula ni dé esplendor (lema que siempre me ha sonado como anuncio de cera para muebles), a sus parlantes les importa sorbete cómo se incorporan nuevos vocablos al idioma.
Una muestra de esa flexibilidad es la manera en que un sustantivo cualquiera se convierte en verbo con el sencillo expediente de añadirle el sufijo del gerundio (los -ando, -endo de nuestros tiempos e idioma). Los anglos no se la quiebran y tienen sólo la terminación –ing. Con esos sencillos elementos pueden hacer maravillas.
Por ejemplo y a propósito de la redistritación local que todavía el domingo pasado desconcertó a algunos coterráneos: en 1812 en Massachussets hubo de redibujarse el mapa de los distritos electorales de ese estado norteamericano, debido a los cambios en la población. El gobernador, un tal Elbridge Gerry, se las ingenió para que se hiciera el trazo de manera que los electores favorables a su partido siempre fueran la mayoría en cada unidad. Pero por andar en ésas, uno de los distritos quedó con una forma muy extraña. Un rival le encontró figura de salamandra (salamander), y al distrito lo llamó “Gerrymander”. De ahí en delante, a la argucia consistente en redibujar los distritos para beneficio de un grupo, así queden con forma de amiba, se le conoce en Estados Unidos como gerrymandering.
Todo lo anterior viene a cuento porque este año nació un verbo que define una situación relativamente novedosa y que por tanto tuvo que apelar a un nuevo vocablo: halliburtoning. Si me siguieron en la anterior disquisición, se concluye que halliburtoning significaría, literalmente, halliburtonear. ¿Y qué rayos es eso?
Halliburton es un trust de negocios que hasta hace algunos años estuvo dirigido por el hoy vicepresidente norteamericano Dick Cheney, uno de los personajes más siniestros y sombríos de esa cofradía oscurantista que es la presente Casa Blanca. Al empezar este año, unas semanas antes del ataque a Iraq, Halliburton estaba, para efectos prácticos, en bancarrota.
Pero, ¡oh, surprise!, todavía no se asentaba el polvo de los bombardeos inteligentes ni se despejaban las nubes de humo de las trincheras iraquíes, cuando el Pentágono ya le había otorgado quién sabe cuántos contratos a ese trust. Halliburton fue la primera empresa ganona encargada de reconstruir lo que los B-2, los Tomahawk y The Big Red One (la Primera División de Infantería) acababan de destruir. Tan sospechosa premura arqueó más de una ceja y un caricaturista acuñó el término halliburtoning para referirse al fenómeno consistente en arrasar con algo, para luego sacar ganancia volviéndolo a poner en pie.
Por supuesto, la administración Bush rápidamente cerró filas y se negó a admitir que existía tráfico de influencias. Como de costumbre, arguyeron que todo era un infundio de los medios liberales (si es que queda alguno en EUA, tras la vergonzosa cobertura que la mayoría le dio al conflicto) y de los múltiples precandidatos demócratas, que al haberse multiplicado conejilmente necesitaban algo de dónde agarrarse para poder ser distinguidos. Por lo pronto y dado que había muchos otros asuntos de qué ocuparse, ahí quedó todo.
Sin embargo, las andanzas de Halliburton no terminaron con eso; la semana pasada empezó a gestarse un escándalo cuando se descubrió que una filial de ese trust le había vendido al Ejército norteamericano varios miles de galones de gasolina, cobrándoselos como si hubieran sido de Chanel # 5. Mediante mecanismos oscuros dignos de Cabal Peniche o de una película de David Lynch, el numerito implicaba a Halliburton, a algunos jeques kuwaitíes y creo que hasta al que infla las llantas de los Humvees. Justo cuando el asunto empezaba a llegar a las primeras planas, los militares americanos recibieron un tip certero y capturaron a Saddam Hussein. Las fotos y videos del veterano déspota siendo auscultado y desempiojado cual chimpancé en documental del National Geographic llenaron los medios informativos y el asunto Halliburton se desplazó a un segundísimo plano.
La coincidencia no le pasó de largo a quienes aseguran que el Saddam que EUA nos ha enseñado es uno de los tantos dobles que se supone tenía el mostachón tirano y que Bush se lo sacó de la manga para desactivar la bomba Halliburton. Quién sabe. En primer lugar, un servidor es alérgico a las teorías conspiracionistas; no creo que la historia sea tan fácilmente manipulable, que Los Poderes Fácticos sean capaces de engañarnos con tanta simpleza y menos si quien hace esos malabares tiene el IQ de Bush, quien no puede impedir siquiera que “pisteen” sus hijas, mucho menos urdir una trama tan compleja. En segundo lugar, si el verdadero Saddam estuviera libre, ya hubiera ventilado la farsa por Al-Jazira, Al-Arabiya, Al-Ayayay o alguna cadena semejante. Y en tercer lugar, no tenemos porqué dudar que Saddam era, como la mayoría de los dictadores, un cobarde: bueno para torturar y ejecutar personas indefensas, pero incapaz de luchar o tener una salida digna a la mera hora. Al menos sus hijos murieron con cierta entereza, echando bala, ante la torpeza de las fuerzas americanas que los rodearon. La verdad, a mí no me extraña que Saddam haya sido encontrado y capturado como la rata que siempre fue. Con otra: que si así está de grave la escasez de hojas de afeitar en Iraq, la posición de los gringos es mucho peor de lo que pensábamos.
Y ya para terminar con este tema, ¿notaron cómo se parecía la barba de Saddam a la de Fidel Castro de los últimos años? ¿Será un gen capilo-tiránico? Ésas son las cosas que deberían estudiar los biólogos, no el rollo del genoma humano ni porqué envejeció tan rápido la borrega Dolly.
Ahora bien, en todos lados se cuecen habas y en México nos encontramos una variante totonaca de lo que constituye halliburtonear. El lugar donde se ha verificado ese fenómeno ha sido la Cámara de Diputados.
Y es que los legisladores (¿?) priistas-madracistas y perredistas están siguiendo la misma estrategia: primero destruir México con el propósito de luego reclamar el poder para supuestamente reconstruirlo. Mira tú, dónde encuentra aprendices el señor Cheney.
La ciega y torpe estrategia de Madrazo se ha concentrado en dos objetivos: hacer a un lado a Elba Esther Gordillo suponiendo que, según las leyes de la termodinámica (que dudo haya conocido jamás, pero en fin), absorbe el poder que a ella le quita y demostrar que es capaz de paralizar la función legislativa, desgastando la imagen de Fox y cuantos reformistas se encuentren en el espectro político. Supuestamente ello lo llevará a Los Pinos dentro de tres años. Si el país se atrasa todavía más ante la ausencia de reformas urgentes; si como los ciclistas México se cae al no avanzar; si el crecimiento económico sigue estancado porque no hay empresario extranjero, nacional ni marciano que invierta en un país donde el Poder Legislativo hace tantas idioteces en tan poco tiempo, demuestra el sentido de la responsabilidad de un niño que no ha aprendido a usar la nica y da tan pocas garantías; si todo ello ocurre, no le importa. El chiste es preparar su acceso a la Presidencia. Y para ello hay que halliburtonear a México.
Esa estrategia sigue el principio básico del priismo histórico según el cual no importa tener el poder sobre un país destrozado, siempre y cuando se pueda ejercer. ¿Para qué? Quién sabe. La estrechez de miras de estos dinosaurios les impide ver dos cosas: que una buena parte de la población ya no se traga los alegatos dizque populares, dizque nacionalistas de tan lamentable primitivismo y difícilmente olvidará los papelones realizados y que el fracaso de Fox es el fracaso de México (¡¿Otroooooo?!); y la historia no suele ser muy benigna con quienes toman el mando de un país fracasado... especialmente cuando son los responsables de la parálisis.
Lo peor es que estos cavernícolas parecen creer en realidad que volver a los tiempos de Echeverría y López Portillo es el remedio para los males del país. Que la aplicación de modelos que fallaron desde hace dos décadas nos hará ocupar un lugar en un mundo competitivo y globalizado en el que, nos guste o no, tenemos que vivir. Que las medidas populistas y demagógicas pueden darle prosperidad a un país que de eso ya ha visto mucho y para lo que le ha servido. Madrazo, Pablo Gómez y sus Neanderthales piensan que volver al pasado proyectará a México al futuro. Su lógica es impecable: tronemos al país, pero a nuestra manera. ¡Eso es nacionalismo! Regresemos al nacionalismo revolucionario, estatista, corrupto y anquilosado que quebró al país entre 1970 y 1982. ¡Eso es progreso!
Claro que le están apostando dos cosas: a que, en este país sin memoria, en el 2005 ya nadie se acuerde del inmenso daño que le han causado a la Nación y a que una mayoría de la gente siga pensando que el Estado, el Ogro Filantrópico, puede generar empleos productivos y crecimiento económico en pleno siglo XXI. La experiencia nos demuestra que el mexicano olvida y perdona (o sólo olvida, total) con inmensa facilidad. Y que los apátridas, los dispuestos a sacrificar a la nación, se valen de ello para regresar una y otra vez, como recurrente pesadilla pozolera. Pero en este caso, al parecer, Madrazo y sus aliados del PRIRD se han pasado de rosca. A ver si el pueblo y la historia, se lo cobran.
Consejo no pedido para que no lo halliburtoneen (lo que es tan horrible como suena): Escuchen “Goodnight Vienna” del viejo Ringo; lean “Vergüenza” de Salman Rushdie, sobre el íntimo dolor de vivir en un país que da pena y a propósito del señor Lynch, renten “Mulholland Drive” (2001) con Naomi Watts, alucinante viaje a... a... ¿a dónde? Provecho.
Ah y que la pasen bonito; con amor y quienes le den amor.
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