Después de adorar devotamente una botella de ginebra cada día (o mientras lo hacía, total), Winston Churchill era muy dado a emitir apotegmas y frases lapidarias que terminaban en la categoría de célebres. Ello explica porqué el astuto bulldog aparece citado por todas partes, desde libros de historia hasta discursos para abrir comilonas. No que fuera malo en esos menesteres; al contrario. Algunas de sus ideas le pegaban directo al blanco (lo cual habla volúmenes sobre las bondades de los destilados del enebro). Una de las más recordadas tiene qué ver con la democracia como forma de gobierno. Cuando se le preguntó su opinión al respecto, Churchill respondió: “La democracia es un sistema lleno de defectos, repleto de problemas y que esconde muchas injusticias; pero en toda la historia no hemos encontrado uno mejor”. Con ello queda dicho todo. Ante tanta sabiduría condensada, uno empieza a buscar copas, mezcladoras y aceitunas. Digo, cualquier pretexto es bueno.
Que la democracia no es la panacea para todos los males no debe resultarle ninguna sorpresa a nadie, especialmente después de dos años y medio de la llegada de Fox a Los Pinos. Ciertamente, el sistema democrático contiene en su seno muchos problemas y defectos. El principal de ellos, de hecho, es la base en que está sustentado todo él: El hecho de que la mayoría escoge. Sí, ya sé que existe la frase hecha de que “la mayoría siempre tiene la razón”. Pero tal idea es sólo eso: Una frase hecha, un lugar común. Es como esa otra de que “toda opinión es respetable”, lo cual es una tontería ridícula. No se puede respetar la opinión de cualquiera sobre cualquier tema. Si alguien opina que tal o cual raza es inferior, no tengo porqué demostrar ningún respeto hacia su punto de vista. O si alguien expone sus juicios sobre las armas nucleares sin saber un pito al respecto, la verdad no hay porqué seguirle la corriente. Tienen derecho a expresar lo que salga de su ronco pecho, eso sí. Pero de ahí a tomar mínimamente en serio lo que digan, existe un abismo.
Por ahí anda lo relacionado con la mayoría y el estar en lo cierto. De hecho, la realidad objetiva, esa terca enemiga de las ideas preconcebidas, generalmente nos indica que la mayoría rara vez tiene la razón. Y no me refiero sólo a fenómenos como la elección democrática de Hugo Chávez o el 24 por ciento de los argentinos votando por Menem hace unas semanas (sí, no fue la mayoría; pero uno de cada cuatro optando por quien empujó a su país por el drenaje, da qué pensar). Incluso en cosas quizá menos importantes, pero igualmente llegadoras, queda en evidencia que no se puede confiar en que la mayoría siempre esté acertando a lo que es correcto.
(A propósito: Los Padres Fundadores de los Estados Unidos, que pese a todo es el sistema democrático moderno seminal, le tenían pánico a lo que llamaban “el mandato de la chusma” (Rule of the mob). Por ello pusieron en las instituciones de la joven república americana un montón de contrapesos para impedir que la mayoría tuviera siempre la última palabra; ello explica porqué Bush Jr. está en la Casa Blanca, pese a que en noviembre del 2000 obtuvo menos votos populares que Al Gore... y sí, de acuerdo: En ese caso la mayoría le había atinado. Sobre ello volveremos en otra ocasión).
Todo esto viene a cuento por la indignación casi universal causada por los resultados de una votación libre y abierta realizada hace unos días en la Gran Bretaña. Ahí, el Canal Cuatro de televisión realizó una encuesta entre su público para escoger a los cien mejores actores y actrices cinematográficos de todos los tiempos. Los resultados, una vez más, reafirman la desconfianza que hemos de tener en los procesos en que la gente puede emitir votos sin deberla ni temerla.
La primer lección que surge al ver la lista confeccionada por los gustos y democráticas opiniones del culto público británico es que, como el electorado de todas partes, tiene corta memoria (¿Alguien se acuerda de cómo llegó Madrazo a la gubernatura de Tabasco? ¿Y cómo desgobernó ese pobre estado? No, ¿verdad? Porque si así fuera, ¿estaría en donde está?). Y es que de los cien elegidos, 76 están vivos y en activo. Entre los 24 muertos o retirados que terminaron en el selecto grupo no se hallan ni Lawrence Olivier (considerado durante mucho tiempo como el mejor de su generación) ni Alec Guiness (el viejo Obi Won Kenobi, por si no les suena) ni John Guielgud. Y para completar el (des)reparto de esa camada, tampoco está en la lista el todavía muy vivo Ben Kingsley (Gandhi). En el campo femenino se echa de menos a Greta Garbo, Sofía Loren y Lauren Bacall, por mencionar sólo a tres leyendas. Total, muy poco respeto por los veteranos y los difuntos.
Y los que sí quedaron en la lista se las ven negras en la tabla de posiciones. Entre los muertos, el primero es Cary Grant, en la posición diez. De las mujeres, la mejor posicionada es la bellísima, dulcísima Audrey Hepburn, en el lugar 13. La siguiente fémina (ésta viva, y muy viva, y si no pregúntenle a cualquier alien) es Sigourney Weaver (# 20), seguida de Nicole Kidman (# 21), Jodie Foster (# 23) y Susan Sarandon (# 25). Cinco mujeres entre los primeros 25 sitiales no habla muy bien de los instintos feministas del respetable. Peor aún, Katherine Hepburn no aparece sino hasta el lugar 38... debajo de ¡Julia Roberts! (# 29) y Cate Blanchet (# 37).
Lo que constituye una segunda lección sobre las veleidades y absoluta desconfianza que debe tenérsele a la democracia: Los lugares en que quedaron los que quedaron. Robin Williams (# 19) terminó cinco lugares arriba de Dustin Hoffman (# 24), y Bruce Willis (# 35) encima del gran Humphrey Bogart (# 36). Peor aún, sacrilegio absoluto, Jim Carrey (# 47) y Bruce Lee (# 49) fueron más favorecidos que Charles Chaplin (# 50), quien quedó, como pueden ver, en la infame media tabla. Creo que eso lo dice todo de lo mucho que se ha de tener en cuenta el juicio de las masas. Y a ver quién, con un mínimo de dignidad y en su sano juicio, respeta la opinión de que Bruce Lee es mejor actor que Chaplin, el supremo. A ver, a ver.
Por supuesto, la votación de Canal Cuatro no tuvo muchos de los asegunes que suelen estar presentes en sus contrapartes políticas. Pero eso ni conforta ni consuela. También puede alegarse que en cuestiones cinematográficas, como en todo lo que tiene qué ver con lo artístico, funciona más el estómago (lo bien que nos cae o no un actor) y el corazón (los buenos recuerdos que nos trae) que el cerebro (¿Quién puede razonablemente incluir al por-acá-incógnito Amitabh Bachchan; quien, me vengo enterando, es algo así como el Pedro Infante de la India, ajonjolí de todos los moles (# 92), en la lista de los MIL mejores?). Pero en última instancia, ¿qué órgano funciona primordialmente a la hora de entrar en la caseta desarmable cortesía del IFE? Si me dicen que la materia gris, confiésenlo, estarán cayendo en la mayor de las hipocresías. A la hora de agarrar el crayón negro, lo que nos impulsa es más el deseo de venganza o el bendito, irracional optimismo, que cualquiera otra cosa.
En todo caso, quede este desaguisado como ejemplo de lo veleidoso de la gente, lo férreamente personalista de su cosmovisión, y lo peligroso que resulta dejar que vote así nomás sobre asuntos importantes y trascendentales... como el cine.
Sí, ya sé que tienen el gusanillo. Nada más por no dejar, aquí les van los diez primeros de la lista:
1.- Al Pacino
2.- Robert DeNiro
3.- Tom Hanks
4.- Kevin Spacey
5.- Harrison Ford
6.- Jack Nicholson
7.- Anthony Hopkins
8.- Sean Connery
9.- Ewan McGregor (!!)
10.- Cary Grant
Si quieren hacer más corajes, la lista completa la hallan enwww.chanel4.com/film/
Como venganza, elaboren su propio reparto... y cronometren cuánto tiempo duran peleándose con sus allegados en torno a su elaboración.
Provecho.
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