La designación de Enrique Berruga, hasta ahora subsecretario de Relaciones Exteriores, como futuro representante de México ante la ONU genera una buena porción de expectativas y, a la vez, de preocupaciones.
Comencemos por las preocupaciones. Berruga constituye el único subsecretario en funciones dentro de la Cancillería que forma parte del personal de carrera del servicio exterior mexicano. Es decir, es el único diplomático “profesional” en la cúpula que dirige las relaciones políticas de México con el exterior. El Secretario y los subsecretarios restantes han acumulado una amplia experiencia en otros campos, particularmente la economía, pero son relativamente neófitos en materia de política exterior.
Cuando llegó Luis Ernesto Derbez a la Cancillería describí justamente los riesgos de concebir la Secretaría de Relaciones Exteriores como una oficina de promoción económica de manera preponderante y descuidar el papel de México en la redefinición del nuevo orden internacional. En ese momento exterioricé el temor de que los economistas que llegaban hicieran a un lado a los diplomáticos de carrera:
En el sector público suelen existir dos cuerpos especializados con trayectoria de carrera: los militares y los diplomáticos. Son profesiones antiguas que han desarrollado sus propios códigos y generado sus institutos de formación. En México o cualquier otro país sirven a sus gobiernos independientemente del partido que se encuentre en el poder. Justamente la estabilidad de estos dos cuerpos reside en el presupuesto de que los “civiles” serían inapropiados para conducir las operaciones militares o la complejidad de los convenios y la red de alianzas internacionales que requiere un Gobierno. Incluso el PRI, con todos sus desaciertos, por lo general optó por un profesional para hacerse cargo de la diplomacia mexicana. Y cuando no lo hizo, como en los casos de Ángel Gurría y Manuel Camacho, el país padeció el resultado. Durante décadas el servicio exterior mexicano edificó un prestigio sólido que sirvió bien a la nación gracias a la brillantez de los cancilleres y sus equipos que pasaron por las oficinas de Tlatelolco.
Es lamentable que luego de la salida de Berruga, no existan diplomáticos de carrera con un rol protagónico en el primer círculo de Los Pinos o, siquiera del Canciller, en materia de definición de estrategias de política internacional. Una tendencia tan preocupante como peligrosa.
Del otro lado, la llegada de Enrique Berruga a la representación de México en la ONU constituye una buena noticia si consideramos lo que estará en juego en los próximos años. El papel que pueda desempeñar este joven pero experimentado funcionario, sin duda uno de los mejores profesionales del servicio exterior mexicano, será decisivo para saber hasta qué punto México será un protagonista o un observador pasivo del nuevo orden internacional que necesariamente habrá de concebirse en el futuro inmediato.
La ONU se encuentra en un parteaguas histórico. El fracaso para encontrar una salida consensuada a la guerra de Iraq marca el fin de una época y confirma la crisis total del sistema bajo el cual ha operado. Pero curiosamente, su fracaso y posterior ausencia en el conflicto bélico, particularmente en el proceso de “reconstrucción” de Iraq han sido el mejor argumento a favor de una ONU más poderosa. De la misma forma en que suele decirse que el mejor partido que ha dado un portero estrella es aquél en el que no jugó y su equipo resultó goleado, nunca como ahora la ONU ha hecho falta. Estados Unidos ha aprendido de la peor manera que la reconstrucción de Iraq no será posible mientras constituya un ejército de ocupación. Para dejar de serlo necesita la participación de muchas naciones, pero éstas no habrán de involucrarse sino es bajo el auspicio de un organismo internacional y, desde luego, éste sólo puede ser la ONU.
La moraleja que deja todo este desaguisado es que las crisis internacionales futuras sólo podrán ser conjuradas y, en el peor de los casos, resueltas o sofocadas, con la legitimidad que ofrecen las Naciones Unidas. Lo sabe Europa, lo sabe Estados Unidos y los saben las potencias asiáticas: sin la ONU no se puede, pero con la ONU actualmente existente tampoco se puede.
Todos saben que las Naciones Unidas deberá ser reorganizada, pero la intensidad y dirección de ese cambio apenas comenzará a ser discutido. No será fácil y seguramente el proceso será sinuoso y llevará algunos años. Es previsible la confrontación entre las grandes potencias en su afán por encontrar equilibrios que favorezcan a sus propios intereses. Habrá empates, entrampamientos y alianzas por la mañana que desaparezcan por la tarde. En ese contexto podría, (¡debería!) ser decisivo el papel que habrán de desempeñar una docena de naciones que sin ser potencias ejercen liderazgos indiscutibles entre el resto de las naciones. Tal es el caso de Brasil y México. Nuestro país, décima potencia económica mundial y tercera en población en América, puede ser un actor estratégico en la reconstrucción de un nuevo orden internacional. Ausentarnos de este proceso equivaldría a asumir pasivamente el destino que tengan a bien depararnos el resto de los países.
La asignación a esta tarea de un subsecretario con las credenciales de Enrique Berruga, permite suponer que México está haciendo la apuesta correcta: el país está dispuesto a asumir su responsabilidad y constituirse en arquitecto clave de la reconstrucción del futuro orden mundial. Enhorabuena.
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