En el debate sobre las reformas debemos evitar confundir los medios con los fines, dejar de lado las visiones dogmáticas y construir opciones en torno a las necesidades y retos del país.
Como se anticipaba, la reunión celebrada el pasado lunes entre el Secretario de Energía y el Director General de la C.F.E. con la dirigencia del Partido Revolucionario Institucional y destacados Legisladores e integrantes del mismo, para conocer y discutir la propuesta gubernamental en materia de Reforma Eléctrica, concluyó en un encuentro donde en rigor hubo muy pocas cosas nuevas sobre el tema, así como ausencia de compromisos.
Las conclusiones más importantes del encuentro se expresaron en las profundas diferencias que al interior del PRI existen en torno a este tema, así como la obligada reflexión y el necesario debate que aún hace falta para consensar las posiciones al respecto.
No deja de llamar la atención que la estrategia seguida por el Gobierno para cabildear este importante tema, haya iniciado, - por lo menos públicamente -, con el PRI, sin garantías claras de que éste u otro proyecto será respaldado por la dirigencia y la bancada legislativa del Partido Acción Nacional. Resultaría saludable una reunión similar a la celebrada en Insurgentes, ahora en la sede del PAN, con los dirigentes y representantes de bancadas y comisiones respectivas para conocer su posición al respecto, ello ilustraría sobre la viabilidad de la reforma, aunque ésta dependa fundamentalmente de la posición que finalmente voten los Legisladores del PRI.
Tengo la impresión, de que además de las naturales diferencias al interior del PRI que agregan un mayor grado de dificultad a cualquier proceso de negociación y acuerdo, nuevamente la estrategia seguida por el Gobierno Federal plantea serias dudas sobre los resultados que pretende alcanzar. En primer término, porque la eficacia en la operación política reclama entre otros factores coordinación y ésta no ha sido el mecanismo mas desarrollado de este Gobierno, abundan las pruebas al respecto y no parece que éste aspecto se haya resuelto mágicamente.
En segundo lugar, porque la discreción y cautela que exige ésta y cualquier otra clase de negociación se rompe estridente y frecuentemente por las anticipaciones triunfalistas y poco prudentes del propio titular del Ejecutivo que, en muchas ocasiones, echan por tierra lo avanzado, dificultan o hacen francamente inviable la continuidad del proceso de negociación para la construcción de acuerdos, en la medida que dan por hecho lo que apenas se discute.
En tercer sitio, el factor tiempo siempre escaso, usualmente juega en contra de la posibilidad de construir acuerdos trascendentes, más aún cuando se imponen plazos fatales - diciembre próximo - a la concreción de los mismos, frente a los competidos escenarios electorales del 2004, restringiendo e introduciendo elementos adicionales de presión que generalmente derivan en decisiones precipitadas y parciales.
El ambiente político tampoco parece lo más propicio para generar confianza en el gobierno, actor principal en la conducción de las reformas, empezando por el escandaloso financiamiento ilegal de la campaña del Presidente a través de su asociación "Amigos de Fox", asunto que está lejos de concluir y que sin lugar a dudas genera, además de decepción en un amplio segmento de la sociedad, mayor desconfianza en el Ejecutivo Federal.
Al respecto, el Presidente debe, por lo menos, una explicación al pueblo de México.
Otros asuntos que enturbian el ambiente y generan confusión así como la impresión de un enorme desorden, donde cada quien ve "para su santo", se refieren a la grosera intervención del Cardenal Sandoval en responsabilidades que sólo compete determinar al Ministerio Público y a los Jueces, sin ninguna consideración al Estado de Derecho. O bien a la autoritaria postura del Jefe de Gobierno ante una decisión judicial que afecta las finanzas del Gobierno de la ciudad.
No es ocioso que el mayor deterioro de la figura presidencial en la opinión pública se expresa precisamente en el manejo de la economía y los asuntos políticos.
En este contexto, el PRI se encuentra otra vez en el centro del escenario y tendrá que tomar, muy pronto, decisiones de trascendencia histórica que implican no sólo una definición sobre el tipo de oposición que desarrollará a partir de ahora y de cara a la sucesión adelantada, sino también fijar con claridad el proyecto de país que propone, los objetivos y metas que pretende alcanzar así como los medios para lograrlo.
Por ello, las reformas en juego no pueden agotarse en la decisión de abrir o no a la inversión privada el sector eléctrico o en crecer o recaudar tanto o cuanto más, necesitamos evitar confundir los medios con los fines, precisando los objetivos y planteándonos metas ambiciosas en función de las prioridades y retos para el desarrollo del país. No será argumentando visiones dogmáticas acerca de los Estatutos y el Programa de Acción del Partido como podrá avanzar el análisis responsable y el debate inteligente en torno a las reformas que necesita el país, así como a las condiciones y requisitos para hacerlas posibles.