Tenerlo muy cerca de tus ojos, oír el estruendo infernal de las bombas cayendo en racimos, imaginar a las familias aterrorizadas apretarse unas contra otras, oler en el ambiente la carne chamuscada, todo por que alguien que no es de tu raza, de tu credo, se ofreció a liberarte de la opresión de un dictador, sin esperar a que dieras tu aprobación. De repente abrir las puertas del infierno donde el cancerbero te mira irónico pretendiendo les des las gracias a tus verdugos por que te están rescatando. Cualquier cosa que digas no será escuchada en medio de la frenética barahúnda de los que adoran a un dios de violencia que despierta en la ocasión propicia. En el cielo no aparecen ángeles anunciando la resurrección de las almas. En vez de eso, pesados aparatos aéreos dejan caer su mortal carga sembrando el pánico en el corazón de los inocentes. Nada intimida a los invasores que se saben poderosos como nunca nación alguna jamás fue.
El resto del mundo se concretó a realizar ejercicios de escaramuza en una oposición pasiva. Hemos iniciado un siglo de inmundicia donde priva el odio religioso y la ambición desmedida. Hay en la conciencia de los pueblos un sentimiento de injusticia que no puede ser acallado, entremezclándose con la visión de como, de forma desquiciada, se comete un crimen sin que nadie detenga la mano al asesino. No hay justificación alguna que redima el exterminio de niños, aunque ahora no sea en cámaras de gases; cerrar los ojos no nos vuelve menos culpables. Lo más espantoso es que la fiera ha olido la sangre por lo que, como los escualos en mar abierto, está enloqueciendo. Que cada uno cuide su propia casa porque cualquiera que tenga una arma creerá que su fuerza lo justifica todo. Lo mismo entre las naciones que entre los individuos los asuntos no se arreglan en las instancias legales arrogándose cada cual el derecho de hacer lo que su brutal poder destructivo le permita. Deimos y Fobos acompañan por siempre al mitológico dios de la guerra.
Las hienas esperan pacientes caminado en círculo mientras llega el momento de participar en el festín. Los remordimientos de conciencia no alcanzarán su plena madurez si logran hacerse de un buen bocado. Es la ley de la selva en la que los escrúpulos están soterrados por las necesidades. Hay que sobrevivir como única razón de ser. Dejamos que sean otros los que lloren a sus muertos sin darnos cuenta de que, en el orden universal, todos somos uno y la sangre derramada es la nuestra. Al parecer hemos dado la vuelta completa a la circunferencia volviendo al punto del que partió la humanidad, donde los extremos se tocan, sin percatarnos de que el caos es el principio y el fin de las cosas. Dicen que detrás de la tormenta viene la calma, lo que nunca nos dijeron es que somos tan insensatos que no estaremos en paz hasta que pongamos a la humanidad entera en un cementerio. Los que acuden a los templos a orar, lo hacen hipócritamente pasando a sabiendas por encima de los mandamientos que ordenan el no matarás a tus semejantes -ni desearás el petróleo ajeno, agregaría yo-.
Pero no obstante ¿no serán estos pensamientos si no simples desahogos que no conducen a parte alguna? Desde la primera familia sucumbió el bueno ante la furia del malvado, que la descargó ayudado de la mandíbula de un asno. ¿Es ese el destino de la humanidad? La naturaleza nos ha enseñado que es común que el más fuerte se imponga al más débil. Nos preguntamos qué tanto el ser humano ha progresado espiritualmente, en los tiempos modernos, cuando se dedica a arrasar a sangre y fuego a un pueblo cuyo único pecado es ser dueño de una fortuna que era la envidia de los poderosos. Hay un impresionante paralelismo entre las hordas cavernícolas del pasado y los ejércitos modernos, dado que a ambos la naturaleza los dotó de conciencia para que pudieran distinguir entre el bien y el mal, a pesar de lo cual se dejan llevar por sus instintos primitivos y las órdenes atávicas que se transmiten en los genes de padres a hijos. El mundo es el mismo y el hombre de nuestra época vestido como hombre decente, amoroso con sus retoños, gentil con sus vecinos, cuando es dominado por la codicia, no tiene una gran diferencia con los trogloditas que no hace mucho habitaban en cuevas y caminaban desnudos por las planicies.