El profesor Valadés, como respetuosamente le llaman todos: amigos, conocidos, colegas y ex alumnos, y que en septiembre último fue homenajeado por nuestro Ayuntamiento por su calidad de Ciudadano Distinguido, nació en esta ciudad de Torreón el 16 de febrero del año de 1913.
Seis días antes de que mataran a Madero, advierte el profesor. (?El 22 en la noche cuando ya el ministro plenipotenciario de Cuba, Manuel Márquez Sterling, tenía prevenido un barco en Veracruz para que se exiliaran los mandatarios depuestos, fueron sacados de Palacio por un grupo de soldados al mando del cabo de rurales Francisco Cárdenas y del teniente Rafael Pimienta, y llevados a un costado de la Penitenciaría donde fueron asesinados?). Tiene, pues, a la fecha, noventa años, muy bien llevados por cierto.
Fueron sus padres Indalecio Valadés, casado en segundo matrimonio con su madre, Julia Mesta, siendo él, el segundo de los hijos de dicho enlace.
Aunque nacido aquí, sus primeros recuerdos le vienen de sus días escolares en Velardeña, donde su padre trabajaba con la Azarco, y haciendo memoria se le vienen a ella los nombres de sus maestras iniciales: Chabelita, María y Chole, quienes por alguna circunstancia, acaso la de mejorar en alguna otra parte, ya no siguieron en la escuela a la que mandaron a un mecánico a hacerse cargo de la enseñanza.
El señor padre de Abel Valadés, viendo que ni Velardeña ni Pedriceña eran sitios para que su hijo siguiera sus estudios, pues ese año había terminado el tercero de primaria, se decidió y lo mandó a Torreón encargándoselo a una media hermana, hija de su primer matrimonio.
Pero, antes de dejarlo quiso que lo revisara un médico, pues había comenzado a tener problemas con la vista, y en ocasiones veía puras rayas. Fueron ambos, pues, con el doctor Ricardo O. Lance, que tenía su consultorio en los altos del edificio del por entonces Banco de la Laguna, gracias a cuyos cuidados Abel pudo recuperar la vista, pero que, lamentablemente, al menos por entonces, no pudo acudir a la escuela y perdió ese año escolar.
En 1924 ya pudo proseguir normalmente sus estudios entrando a la escuela Amado Nervo, en donde hizo del cuarto al sexto año de primaria.
Como su familia carecía de recursos para que Abel prosiguiera sus estudios, que sólo podría hacer en colegios o escuelas de paga, se vio precisado a buscar un empleo donde aprender algún trabajo y, con buena suerte hasta que le pagaran algo.
Así, de alguna manera llegó a su conocimiento que en la Botica Morales ubicada en avenida Hidalgo y calle Falcón buscaban un muchacho como recadero, y allá se fue. De momento, porque les pareciera muy chico, o porque querían ver a otros y decidir después por alguno, lo aplazaron; pero, él ese aplazamiento lo entendió, o así quiso entenderlo, para el día siguiente, y así al siguiente día cuando llegaron a abrir allí lo encontraron esperando. Esto, por supuesto, los sorprendió agradablemente y, claro, lo tomaron.
Antes de que se cumpliera un mes recibió el anuncio de que, gracias a la intervención de maestros y amigos, la Escuela Normal de Saltillo le otorgaba una beca completa para sus estudios magisteriales. Y se le daban las fechas, que eran inmediatas, en las que debía presentarse para tramitarla. Se despidió de sus empleadores que se portaron muy gentes con él, pues no obstante que no había cumplido el mes, se lo pagaron completo.
Se fue, pues, a Saltillo donde viviría con otra media hermana. Con ella, caminando, se fueron hasta la Normal, que les quedaba lejos, para que presentara su examen de admisión. Era el año de 1926. En 1929, cuando estudiaba el tercer año y ya su padre había vuelto a radicarse a Torreón, con motivo de las cercanías de esa Navidad con un grupo de compañeros que vivían en General Cepeda, en Parras, en Viesca y dos con él, en Torreón planearon pasarla con sus familiares haciendo a pie el viaje, por falta de dinero para el tren. Cuando él se lo escribió a su padre, éste le contestó que lo pensara bien, pues a lo mejor se le acababan los zapatos, y reponerlos le costaría más que el pasaje.
Total, llegó la fecha que se habían propuesto, todos se reunieron en el sitio que habían quedado; de allí se fueron al Cerro del Pueblito, y comenzaron en serio su caminata a campo traviesa. Les pasó de todo, se asustaron y asustaron. En General Cepeda, de donde eran tres, allí se quedaron, pero no sin que la familia de ellos les diera de comer a los otros que enseguida seguirían hacia Parras, Viesca y Torreón.
Caminando, caminando, ya de noche, aquella dieron con un carro de ferrocarril donde vivía una pareja a la que se acercaron para decirles quiénes eran y preguntarles si podían dormir por allí cerca; la pareja que, al verlos, primero se asustó en cuanto se identificaron no tuvieron ningún inconveniente, y por allí buscaron sitio.
En esas andaban cuando, en medio de la oscuridad vieron que algo se movía entre las matas y, no echaron a correr, pero que sintieron miedo, sí lo sintieron, hasta que descubrieron que lo que se movía era una vaca. Entonces vinieron las risas, y con ellas el sueño, contra el que ya no podían por su cansancio.
Cuando llegaron a Parras, el oriundo de allí, allí se quedó, pero no sin que antes sus padres invitaran a los compañeros de su hijo a comer cabrito, que agradecieron después de disfrutarlo hasta donde su hambre y buena educación les permitió.
En Viesca se quedó con su familia el que de allí era, así que sólo quedaban dos para seguir su caminata hasta Torreón; pero, el compañero de Abel se falseó un pie subiendo a un mezquite muy grande, así que juiciosamente decidieron que no era conveniente que siguiera caminando, y como ya para entonces iban siguiendo la vía del ferrocarril, en él se vino a Torreón, siguiendo sólo Abel la caminata hasta esta ciudad, a la que llegó a las cinco de la tarde de un quinto o sexto día después de haberla iniciado. Su familia vivía entonces por la Abasolo, a tres cuadras de la Colón.
Contando a su padre y demás familiares su odisea se le fueron las horas, y para él aquella noche iba a ser la primera que, después de varias, iba a dormir a pierna suelta. De todas maneras, al desearse buenas noches todos estuvieron de acuerdo en que lo menos que Abel merecía era una ?Medalla de Cuero?. Tenía entonces 16 años.
El dos de julio de 1931 terminó su carrera. Desgraciadamente el dos de mayo de ese mismo año había perdido a su padre y no tuvo la satisfacción de que asistiera a su graduación y atestiguara que los sacrificios hechos no habían sido en vano. El único regalo que recibió en aquella ocasión, pues la pobreza de su familia era tal que ni siquiera se permitían pensar en ello, fue una camisa que le obsequió José G. Valero, inspector, o algo así, del magisterio el Estado, que había reparado en su aplicación y aprovechamiento durante toda su carrera.
Por fortuna, los maestros de la Normal salían con trabajo y al profesor Abel Valadés, a quien seguiremos llamando por su apellido, como lo hacen todos los que lo mencionan, lo asignaron a la Escuela Amado Nervo, la misma en que había hecho su primaria.
Pudo participar en los gastos familiares que ocasionó la defunción de su señor padre, así como hacer frente a los ineludibles de su graduación, gracias a que cada mes venía ahorrando algunos centavos de su beca, pero, antes de recibir su primer pago no tenía con qué pasarla, así que, resuelto, se fue a la cantina que estaba en la esquina de la cuadra donde vivía, y le pidió al dueño diez pesos prestados, para pagárselos de su primera quincena. Dios aprieta, pero no ahorca, dicen. Y así fue en esa ocasión, pues el dueño de la cantina se los prestó, y adelante.
Como profesor de la Amado Nervo duró tres años, de los cuales tres días fue sub-director, pero luego llegó el titular; en el Centenario estuvo un año, en aquellos tiempos en que los nombres de Frías Durán y Moya, su director sonaban fuerte en la ciudad, luego en la Nicolás Bravo para pasar a la 20 de Noviembre de la que fue director. Eran los tiempos heroicos de los maestros, pues, por ejemplo, ésta, independientemente de no tener servicios sanitarios, sus salones estaban distanciados unos de otros en varias cuadras.
Por aquel entonces Apolonio Avilés como director de la Escuela Nacional Superior ofreció varios cursos por correspondencia y el profesor Valadés se inscribió en la rama de matemáticas
Para esto, en el año 37 el profesor Valadés contrajo matrimonio con Aurora Espino, también maestra, a la que había conocido en la Unión de Maestros que estaba en el edificio conocido como la Casa Mudéjar, con motivo de un baile que allí hicieron. Tuvieron tres hijos: Elsa Aurora, Abel Valadés Espino y Nora Leticia. Una hermana de su esposa, era esposa del profesor José R. Mijares, que ocupó diferentes cargos tanto en el municipio como en el estado.
Durante algunos años el profesor Valadés trabajó en la Escuela Pereyra teniendo a su cargo la cátedra de matemáticas. El doctor Salvador de Lara fue el que lo llevó allí. Lo conoció con motivo de que, en un momento dado dio clases de matemáticas a uno de sus hijos, quedó bien impresionado y lo recomendó. Su estrella iba en ascenso, le llamaron de la Bancaria y Comercial, de la Venustiano cuando Jesús Cueto Nicanor la dirigía, del colegio de La Luz, del Mijares y del Elliot y la Bancaria y Mercantil. Definitivamente la primaria era cosa del pasado.
El profesor Valadés seguía estudiando. Terminó la especialidad que siguió en México en la Normal Superior. Se inscribió en Ciencias Químicas. Y comenzó a pensar en la posibilidad de una Escuela Nocturna para trabajadores.
Se levantaba pensando en ello, y se iba a la cama dándole vueltas a la idea y a la pregunta de si tendría alumnos. Habló con los maestros. Pensó hacerla gratuita. Todos estuvieron de acuerdo. En el colegio Elliot le facilitaron un salón para sus juntas. Allí se reunían. Allí nombraron un Patronato.
Allí nombraron presidente del mismo al ingeniero Fermín Luna, gerente del Banco Ejidal, lo cual fue un acierto, pues se hizo cargo de los gastos que la promoción entrañaba y luego de los de la instalación y maestros que él quiso que fueran pagados. El patronato inauguró sus funciones y se presentó ante nuestra sociedad con una cena en el Casino de la Laguna. El sueño del profesor Valdés se convirtió en una benéfica realidad para quienes queriendo estudiar tienen que trabajar para sostener a los suyos. Así hubo el caso de una señora que iba a clases con sus tres hijas.
Para que esto pudiera ser el profesor Valadés tuvo que hablar con todo aquél que pudiera ayudarle: con Díaz Ordaz, con Berrueto Ramón, con Ruiz Cortines, con Echeverría, en fin, ¿con quién no habló el profesor? Todo ello además de trabajar, pues en 1981 cumplió 51 años de trabajo, por lo que se hizo acreedor a la Medalla Altamirano, que ahora se da por 40 años trabajados y entonces se daba a los 50. En aquella fecha se separó de todas sus labores, en virtud de que el derrame de sus ojos cada vez era mayor y necesitaba dedicarse a atenderlos.
En 1995 falleció su esposa, pero con ella hizo viajes muy interesantes, ya no a pie, como en su juventud, sino en auto por toda América del Sur, en uno de aquellos ?tours? de viaje ahora y pague después, y del cual al recordar la Cordillera de los Andes dice, sencillamente: ¡Inolvidable! A Guatemala no entró, sólo puso un pie en ella con permiso de los guardias de la línea fronteriza. También fueron hacia el norte: A Seatle, Los Ángeles, Florida, Nueva York, Toronto, Río San Lorenzo en Canadá.
Del resto del mundo ha estado en Rusia, Inglaterra, Austria, Holanda, España, Israel, China, La India, Egipto, Suecia, Polonia, Francia, Italia, Alemania, Japón, y algunos países más. Se dio prisa en ver todo esto por temor a perder la vista y no poder verlos. Y haber visto todos estos países y muchas de sus ciudades es lo que le hace querer más aquélla donde nació, y ser, precisamente por ello, uno de LOS NUESTROS.