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Los Nuestros / Alejandro Safa Ornelas

Acerca de Alejandro me hubiera gustado contar algo de lo que creía saber y mucho de lo que me gustaría saber si alguien me lo contara; pero, resulta que aunque hubo una época en la que nos veíamos casi a diario, y a pesar de haber sido mi compadre, porque lo fue, y un ser excepcional en muchos aspectos, al terminar de escribir arriba su nombre me di cuenta de que apenas sí sé nada de él.

Lo nuestro, pues, fue sólo afecto, mutua estimación, charla sobre los diarios acontecimientos, o sobre aquéllos que atañían a nuestras mutuas actividades en el comercio de mediados del siglo anterior, teniendo en cuenta que para aquel entonces él fungía de gerente de la Cámara Nacional de Comercio de Torreón, cuando don Eduardo J. Ruiz o Manuel Micher fueron presidentes.

Éste es, precisamente, el defecto de los renglones de hoy, que no tendrán fecha, o muy pocas. Así que, si comenzamos preguntándonos cuándo nació Alejandro, la respuesta rápida es, como en aquellos tiempos se decía: ?Sepa, o sepa la bola?, pero debe haber sido de los veintes, porque era más chico que yo: De edad, digo, porque de estatura era alto, bien formado, amplia la frente, medio rizadón el pelo, usaba anteojos, el bigote bien cuidado y bajo de él una sonrisa fácil para sus amigos.

Habiendo nacido en Gómez Palacio, sus estudios de primaria los hizo en la escuela Nicolás Bravo y en la Escuela Preparatoria de La Laguna su preparatoria. Luego iría a la Ciudad de México donde principió a estudiar la carrera de Medicina. Para entonces ya hablaba inglés y francés, que no sé dónde o cómo aprendió, pero así era.

Total que a su casa gomezpalatina volvía siempre que podía, y no sólo en vacaciones. Andaba ya, no con la duda, sino con la seguridad de que la carrera de médico con la sangre y muerte que habría que ver a diario mientras la estudiaba, no era para él. Así que lo habló con su señor padre y, en tanto aclaraba lo que quería ser, volvió a trabajar en la tienda propiedad de su papá.

Pero, antes, resulta que una tarde estando, no sé por qué, en la puerta de la joyería de Julián Núñez, obstruyendo el paso oyó una voz que le gustó mientras le decía: ?Con permiso?. ?Perdón?, dijo él, mientras cedía el paso a una delicada figura femenina que, de inmediato, le arrebató el ánimo; sin embargo, eso fue todo: una admiración callada. Así hasta que una tarde saliendo del cine Cinelandia la volvió a ver. A su amigo Marcial Ferriz que iba con él, le preguntó que quién era aquella muchacha, y cuando se lo dijo le pidió que se la presentara, a lo que aquél le contestó: ?¡Cómo quieres que te la presente si va con el novio, no la amueles!?.

Alejandro volvió a la Ciudad de México a proseguir sus estudios, y cuando volvió, lo primero que le preguntó a Marcial, a quien buscaba siempre cuando volvía de la capital, fue: ?Oye, ¿y Alicia Barraza??. Marcial le informó que andaba de novio; pero que no era el mismo de la vez anterior. Y así, cada vez que Alejandro venía de México, Licha tenía otro novio, sin encontrar al que realmente pudiera llegar a querer.

Pero, no hay mal que dure cien años y en el amor si se espera se alcanza lo que se desea y, en este caso, resulta que ese año coincidieron ambos en el baile de fin de año del Club Churubusco de Gómez Palacio, y lo que Alejandro no pudo lograr hasta entonces: que alguien le presentara con Licha, lo hizo el destino, como siempre. En el Club Churubusco, pues, bailaron toda la noche. Luego se vieron en otro baile, el día de Reyes, donde quedaron citados para verse el domingo en la plaza, y allí, en la Plaza de Gómez fue donde Alejandro se le declaró, y Licha, que sentía que quería dar brincos de gusto todavía tuvo la entereza de decirle que lo iba pensar. Por supuesto que dijo que sí.

Como Alejandro seguía estudiando Medicina, tuvo que volver a la Ciudad de México. De allá le escribió su primera carta, cartas que Licha guarda como oro en paño, porque Alejandro nunca dejó de escribirle cuando la vida, por causas de fuerza mayor, les separaba brevemente. Las cartas tienen, sobre la conversación, la ventaja de que nada ni nadie puede interrumpirles, y aun cuando lo sean, la interrupción no se nota, y el pensamiento sigue fluyendo hasta el final como si nada. Y así Licha que había salido indemne de varios noviazgos, fue conquistada por el novio que supo escribirle cartas que encontraron el camino de su corazón, capítulo que se cerró el 20 de agosto de 1944, fecha en la que, Alejandro y Licha, se casaron para amarse y formar una familia de once hijos.

Un poco antes de esto fue cuando Alejandro le dijo a su padre que no seguiría la carrera de Medicina por lo que antes dijimos, porque era incapaz de resistir la sangre, y menos la muerte de los enfermos, pero que, en cambio, le gustaría estudiar la carrera de diplomático, que se le facilitaría por su conocimiento del inglés y del francés. La contestación de su papá al respecto fue determinante: ?O médico o nada?.

Y no fue médico. Con esto se quiere decir que, desde el principio, el matrimonio de Alejandro y Licha descansó en el gran amor que se profesaban mutuamente, porque de ella llegaron a decir que había sido la causa de que él dejara de estudiar, y cuando se casaron ni siquiera asistieron a la boda. Un gran beisbolero de aquellos tiempos, Arcaraz, creo que Ciro, Silvio o algo así era el nombre, le dijo a Alejandro que si llegaba a casar, que se fuera a Ciudad Juárez y que allá él le conseguía trabajo. Y eso hicieron: se casaron y se fueron a Ciudad Juárez donde su amigo le consiguió trabajo de Policía Especial, eran tiempos de guerra y el saber tres idiomas le favorecía ?cuando él me contaba esto se sonreía con el recuerdo, porque, me aclaraba: ?los uniformes no los hacían a la medida sino que, entre los que tenían uno tomaba el que mejor le venía, y a mí todos me quedaban cortos de mangas?-.

A partir de entonces, me parece cultivó su inclinación a vestir bien. Con esa facilidad de comunicación que siempre tuvo, al poco tiempo ya tenía varios amigos policías y, uno de ellos, le dijo que sabía cuál era su situación y que habiendo llegado a estimarlo con todo gusto les ofrecía su casa, que sería un honor recibirlos en ella. Para esto, ya había dejado su trabajo de policía porque de uno de los centros nocturnos le habían ofrecido, con mejor salario, el de Maestro de Ceremonias, para lo cual él tenía cierta facilidad, pues siendo un apasionado de la música casi todos los locutores de La Laguna eran sus amigos y, de vez en vez, le soltaban los micrófonos, y de haber seguido aquí por entonces acaso hubiera destacado en ese medio.

Pero, cuando nació Toño, su primer hijo, Alejandro y Licha hablaron sobre el futuro del niño y estuvieron de acuerdo en regresar a Gómez, donde él buscaría trabajo. Lo encontró pronto porque precisamente en esos días Rósbel Ramón Zorrilla, prominente hombre de negocios gomezpalatino, andaba buscando quién le organizara para el Instituto Francés de La Laguna una kermesse que, según entiendo, se desarrolló en la Plaza de Gómez Palacio y que fue un éxito por la gran cantidad de premios ofrecidos, entre otras cosas y gracias a lo cual la imagen de Alejandro Safa Ornelas se proyectó no sólo en Gómez sino en toda la Comarca, y como por entonces la Cámara Nacional de Comercio de Torreón, cuyas oficinas se ubicaban en aquel tiempo en la calle Zaragoza, entre las avenidas Morelos y Juárez, estaba necesitando gerente, el propio Rosbel Ramón propuso a Alejandro para que lo fuera, cosa que a la Cámara le vino como anillo al dedo. Como coincidentemente en esos años yo era consejero de dicha institución, allí fue donde nos conocimos e hicimos una amistad larga y duradera, que en los últimos años, por la diversidad de nuestras actividades apenas sí ejercíamos.

Luego, cuando Román Cepeda fue Presidente Municipal, lo invitó a ser su Tesorero. Fueron los años 49 al 51. El destino se había acordado de aquél a quien tantas carencias, y sobre todo inseguridad había hecho pasar y comenzó a recompensarle.

Cuando el propio Román Cepeda fue Gobernador de Coahuila, siguió contando con la colaboración de Alejandro a quien nombró Sub Tesorero del Estado, posición que le llevó a establecerse durante cuatro años en Saltillo, la ciudad capital del Estado.

Cuando aquel período terminó, volvió a Torreón y, después de un corto descanso le tentó la ganadería. Compró un rancho ganadero en el que lamentablemente, le fue del cocol, es decir que la aventura terminó en desastre, cosa más o menos lógica si se tiene en cuenta que cuando usted es alguien los bancos lo traen aquí (estoy viendo la palma de mi mano), pero, cuando ha dejado de serlo contribuyen a acabarlo, pisándolo si los deja. Total que Alejandro consiguió la Gerencia de Ventas de una fábrica de alimentos para animales y comenzó a visitar a sus clientes cuya mayoría estaba ubicada en la frontera.

Poco después, cuando ya había conocido carreteras y clientes, invitaba a Licha a acompañarlo. Y así lo hacía con cierta frecuencia, cuando la soledad se hacía sentir insoportable, o cuando la nostalgia de la compañía de su pareja le requería a llamarla. Y así fue como ella iba con él aquella vez que, poco antes de llegar a Ciudad Juárez él iba con un fuerte dolor en el pecho. Iban a ir a misa de nueve. Y efectivamente fueron. Al salir fueron a ver un médico quien después de auscultarlo, les dijo que no era nada, que había sido un dolor muscular muy fuerte, pero nada más. ¡Y era cardiólogo!

Se regresaron a Chihuahua, y allí se fue al Seguro a que lo vieran y regresar a Torreón. El médico al saberlo le dijo: ¡De ninguna manera! Usted tiene que quedarse para hacerle unos estudios... ?No, le dijo Alejandro, no puedo?. Y se vino. Eso sí, directamente al sanatorio llegaron. En camilla lo tuvieron que mover. No podía caminar. El doctor Sada Quiroga lo sacó adelante, entre otras cosas que le dio estaban unas gotas que, para conseguirlas tuvieron que recorrer todas las boticas, y luego se las tenían que dar cada diez minutos. La noticia corrió y a poco los teléfonos sonaban constantemente preguntando por él, y llegaban también reliquias, oraciones, rosarios, pues sus amigos y conocidos se contaban por millares.

Todo esto ocurrió en el 62. Volvió a su trabajo, pero cada vez con más dificultades; sin embargo, conservó su buen humor, su agradable sonrisa y su optimismo inalterable, aunque de muchos de sus viajes tuvo que devolverse porque le fue imposible ir más allá, no obstante que llevaba ayudante.

Durante sus últimos tres años le dieron muchos infartos. En diciembre del 65 le dio un dolor de cabeza muy fuerte; él mismo pidió que lo llevaran al sanatorio, en tanto llamaban a Sada Quiroga, quien al poner el estetoscopio en su pecho alcanzó a escuchar el último latido de su corazón. Era el 27 de diciembre del 65.

Fue uno de los Fundadores de la Cámara Junior de Gómez Palacio. Con el padre Hernández colaboró en sus primeros tiempos para que la Casa Íñigo fuese una realidad, pero, por lo regular su mano izquierda no sabía lo que hacía su derecha. Cultivó toda su vida la amistad, y supo dejar entre todos sus amigos un gran recuerdo. Por todo ello, y más, Alejandro Safa Ornelas es uno de LOS NUESTROS?.

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