Alfonso Ramos Clamont
Ponchuy fue, por supuesto, lagunero por los cuatro costados. Nació en Torreón el 30 de octubre del año 1937.
Sus estudios primarios y parte de los secundarios los hizo en el colegio Francés de La Laguna, terminando los últimos en la Pereyra.
Sus estudios de preparatoria los hizo en la ciudad de Monterrey, en el Tecnológico, y al terminarlos allí mismo hizo dos años de la carrera de Ciencias Químicas, que abandonó para cambiarla por la de Administración, que casi terminó. De aquellos inquietos años conservó durante toda su vida a sus más antiguos amigos: Rafael Cabada, Mario Leal y Carlos Delgado.
Al reintegrarse al grupo familiar, ejemplo de unidad, don Ramón, su señor padre, le encargó la administración de uno de los negocios del grupo, y así se hizo cargo del manejo de la destiladora.
Si bien no terminó ninguna de las carreras que estudió, a esta tercera, la del trabajo, se entregó apasionadamente desde su primer día hasta el último de su vida, en turnos que nunca fueron menores al normal, pues como lo gozaba, frecuentemente al darse cuenta ya los había hasta doblado, y así, en lugar de ocho trabajaba doce o diez y seis horas de un tirón.
Como eso no era a diario, cuando se le invitó para asociarse al grupo de servicio social de los “20/30” donde ya estaban, Francisco Carson, Paco Fernández, Mario Leal, Víctor Mayagoitia, Polo García, Alfredo Ochoa y Ulises Mejía, aceptó de inmediato, y con ellos se preparó para pasar al Club de Leones cuando los “20/30” se desintegraron.
En la Feria del Algodón de 1959 que cada año organizaba el Club Rotario, Donaldo Ramos Clamont estaba comisionado por su Club, que era el de Leones, para apoyar la candidatura de Claudia Cavazos para reina de la Feria, y resulta que un día no iba a poder asistir, así que le pidió a su hermano Ponchuy para que le sustituyera, lo que hizo con el gusto con que siempre cumplía los encargos de Donaldo. Lo que no sabía era lo que el destino le tenía preparado, y era que allí conocería a María Cristina Montfort García, que era amiga de Claudia y con ese carácter la acompañaba y le fue presentada. Resumiendo: a los dos meses ya eran novios y al siguiente año, el 60, esposos. Formaron una bonita familia de 6 hijos: Gabriela, Cristina, Alfonso, Marcial, Mónica y Lucía, con los cuales no se puede decir que él jugaba muchos, pero, sí platicaba particularmente cosas de historia y de ciencia, a cuyos avances siempre estuvo muy atento, pues hay que decir que Ponchuy fue siempre un lector voraz. Pertenecía, además, a aquella famosa mesa de la que su suegro, el doctor Carlos Montfort, fue uno de los fundadores, y que entiendo todavía existe, conocida como la “Mesa Sabatina” o “Mesa de los Manteles Amarillos” que cada sábado se instalaba en “Los Sauces”, y a la que acudían los doctores Carlos Montfort, Raúl Adalid, que entiendo sigue siendo su mantenedor, Alfredo Güitrón y Andrés Vara, lo mismo que Alberto González Domene, Ponchuy y Francisco Jaime.
Acostumbraban poner al centro de la mesa una gran copa llena de papelitos doblados en cada uno de los cuales iba escrito un tema a tratar, y que tenía que desarrollar el que lo sacaba. Y así lo hicieron por años, y lo seguirán haciendo.
Allá por el 68, Ponchuy comenzó a abrir una serie de pequeñas tiendas a las que llamó “Mercados Económicos” formando una cadena que con el tiempo llegó a una mayor que abrió en Hidalgo y Colón, comprando la que allí funcionaba con el nombre de Centro Económico “Va-Vi”. Lamentablemente poco después llegarían las devaluaciones que no pudo soportar y, para no seguir endeudándose, se vio precisado a vender a la cadena que hoy ocupa aquel sitio. Muchos meses después, o años, Ponchuy le mostró a María Cristina un cheque, diciéndole con alegría: “¡Éste es el último¡ Ya estamos libres de deudas”.
Salió de todo aquello volviendo al negocio que conocía muy bien, dedicándose especialmente al mayoreo. Fue muy querido de sus empleados, porque siempre les trató cordialmente y con gran liberalidad.
Ponchuy que siempre fue un hombre muy fuerte, no practicaba ningún deporte disciplinadamente, pero, de repente le daba por levantar pesas, y lo hacía por horas, para olvidarlas y no volver a ellas hasta meses después; o el golf, que también probó practicando y olvidándose de él por temporadas. Con la que fue más constante fue con la motocicleta en sus correrías por los campos y los cerros. Le gustó mucho el box, que practicó, a escondidas de sus padres, en una arena que estuvo instalada por allí por la González Ortega, frente a la Alameda Zaragoza.
Aunque formaba parte del equipo de tiro al blanco con sus hermanos, y hacía con ellos tiros espectaculares, las más de las veces para beneficio de obras sociales, no le gustaba tirar, y menos después de que una vez le invitaron a una cacería y vio cómo mataban a un venado lampareado. Cuando volvió le dijo a su esposa, que jamás volvería a ir a una cacería. Y lo cumplió. Pero, si no le gustaba tirar, sí le gustaba coleccionar, y tenía una colección de pistolas, como tenía una de monedas.
En la época de vacaciones escolares acostumbraba viajar por la república con todos los suyos, y nunca le tentó Europa porque decía que antes de ir allá todos deberíamos conocer muy bien hasta el último rincón de nuestro país.
En materia de servicio social siempre estuvo muy atento de colaborar y ayudar económicamente a quienes se le acercaban solicitando su ayuda, aunque era partidario de que su mano derecha no se enterara de lo que derramaba su izquierda, que era la generosa, pues era zurdo.
Rendía culto a la amistad y los amigos que hacía eran para siempre.
Sufrió un accidente en la carretera a consecuencias del cual, no obstante que su gran fortaleza hizo creer que se salvaría, meses después moriría a consecuencia de los golpes sufridos. Falleció en 1986. Por el gran apoyo que brindó siempre a todas las obras que sirven a nuestra ciudad Alfonso Ramos Clamont es uno de LOS NUESTROS.