Lagunero por los cuatro costados, la planta de los pies y la mollera, es decir, sin escape, nació en San Pedro de las Colonias, el 27 de diciembre de 1930, un año y meses antes de que don Plutarco fundara en Querétaro el PNR, así que por ahí se van Toño y el famoso partido en cuanto a edad.
Pero Toño, como todo buen mortal, comenzó a sumar años y así llegó a los siete y no se pudo retrasar más su educación, por lo que sus señores padres, Antonio Luna y Antonia Pineda decidieron cambiar su domicilio a Gómez Palacio, Dgo., en 1937, año en el que, coincidentemente, se terminaban las obras de pavimentación de la ciudad, que había iniciado en el 32 el presidente municipal, doctor Francisco Hernández Barrena.
Toño entró a la escuela Bruno Martínez en la que estudiaría hasta el tercer año de primaria para, luego, pasar a la Francisco Zarco en la que haría su cuarto, quinto y sexto año. Su secundaria la hizo en la 18 de Marzo, que no terminó porque comenzó a estudiar una carrera de secretario en la Escuela Comercial Potosina de Gómez Palacio.
Fue por entonces que Toño se comenzó a dar cuenta de lo velozmente que el tiempo pasa; que pronto sería mayor de edad y todavía no era nada, y que lo que estudiaba era poco, así que decidió estudiar, definitivamente, la carrera de Contador para lo cual se inscribió en la Escuela Bancaria y Mercantil del profesor Adalberto Ruiz Ríos, cuya sección de varones estaba ubicada por la avenida Juárez e Ildefonso Fuentes, cerca del Perpetuo Socorro, por ahí, donde se recibió en 1949. De entonces recuerda a sus ex compañeros Jaime Pardo Pérez, que acabó siendo su compadre, y Hugo Elizondo.
Ya con su título de Contador lo primero que Toño hizo, más que nada para practicar lo aprendido, fue agregarse al despacho que el contador Quirino B. Muñoz tenía por la venida Matamoros, frente al palacio de la Presidencia Municipal. En ésas estaba allá por el año 1949, con 19 años y muchas ganas de hacer carrera, cuando un día su amigo José Hernández que trabajaba en el Banco de La Laguna le fue a ver y le contó que Francisco Benavides Pedroza, gerente del banco le había dicho que había decidido tomar a varios jóvenes más; que pensara en algunos que conociera y se los llevara para entrevistarlos y ver a quiénes pudieran probar; que había pensado en él; que si le interesaba la oferta se lo dijera y estuviera al día siguiente en el banco a las ocho de la mañana. Y como dijo que sí, al día siguiente allá estuvo a las 8 en punto.
Su amigo Hernández lo condujo con Benavides, le dijo quién era y, sin más, éste le dijo con su afabilidad reconocida:
-Pase y siéntese, Toño... ¡Así que tiene usted muchas ganas de trabajar?
-... Sí, sí señor...
-Muchas; pero, muchas... ¿tantas como para comenzar ahorita mismo a hacerlo?
Pues, sí; sí señor.
Entonces Francisco Benavides, gerente del banco, llamó al señor Cerrillo, que era el Contador, a quien le dijo: “Señor Cerrillo, aquí tiene usted a un nuevo compañero, el señor Luna, que dice tener muchas ganas de trabajar; búsquele algo para que comience a hacerlo de inmediato”. Pero, como Humberto Cerrillo le aclarara que no tenía antecedentes; que no existía solicitud previa, le dijo que no se preocupara que la irían llenando sobre la marcha. Y así fue como desde aquel 16 de noviembre de 1949 comenzó a trabajar con gran lealtad y diligencia en servir Antonio Luna Pineda en aquel banco –que varias veces cambió de nombre– hasta el 15 de octubre de 1991, día de su jubilación.
Su primer puesto fue “correr fichas”, ir de un lado para otro, llevando de aquí para allá, y al revés, lo que le ordenaran, algo así como un “bell boy”, pero sin gorrito; ir al correo a depositar la correspondencia, cosas de ésas. Más tarde haría nuevas cosas: llevar el efectivo a los cajeros para que todos tuvieran existencia antes de que las puertas se abrieran al público. Y como estaba cerca el fin de año le tocó, irremediablemente, hacer el balance, con papel y lápiz y a mano, pues entonces todavía no había llegado este milagro de la computación.
Su primer puesto, digo, de ésos de tarjetita de presentación y toda la cosa fue el de jefe de ahorros; luego seguirían sub jefe de cartera, jefe, gerente de sucursal, contralor, ya cuando el Banco de La Laguna era Banco Comercial Mexicano como resultado de la fusión de 1960. En 1962 fue contralor del área Coahuila, Durango y Zacatecas. Cuando Francisco Benavides fue nombrado director del banco, Miguel Wong Sánchez se convirtió en su director inmediato.
Pero, aunque Toño fue uno de los últimos representantes de aquellas generaciones del primer medio siglo del último del milenio pasado que con sólo su trabajo constante, rectitud, lealtad a sus instituciones, y estudios elementales vigorizados en la práctica en la que pacientemente absorbían los cambios que traían los nuevos tiempos, y así podían mantener el paso que les llevaba a los frecuentes ascensos, eso no quiere decir que Toño se pasara la vida trabajando; no, el hombre se daba sus tiempos para jugar, por ejemplo: frontenis en las canchas de Manuel Covarrubias Ortiz en Gómez Palacio, con Rodrigo Simón Zárate y Roberto Villarreal Aguilar de parejas, conquistando algunos trofeos. También gustaba de la natación que practicaba en la Alberca Torreón.
De julio a Semana Santa con el arquitecto Carlos Burciaga Medina, Sergio y Jesús de la Garza, Roberto Torres Hernández, Fernando Ramírez Lara, Héctor Gaucín B., Rodolfo Kempke y José Ignacio Hernández, se iban a pescar a “El Palmito”, Villa Hidalgo, Benjamín Ortega Cantero o Francisco Zarco; y en su época a cazar cócono o venado a Tepehuanes, Dgo., o a Valparaíso, Zacatecas, con Chuy de la Garza, Jorge Enderi, Manolo Vázquez, doctor Sergio Treviño y Santiago Torres Jardón, que cuando no cazaban nada se ponían a jugar a las comiditas.
En cuanto a la bicicleta la afición la agarró por la publicidad que un diario de la capital hizo sobre la “Vuelta de México”, que comparaba con la Vuelta de Francia o el Giro de Italia, y porque Jorge Serna Ramírez lo animó e incluso lo invitó a la organización de la Primera Vuelta de La Laguna que hizo este diario. Con todo ello ¿cómo no se iba a montar en una bicicleta? Y si a esto se le agrega que Cenobio Ruiz Martínez estaba en sus días de gloria, Toño no tenía escape. Lamentablemente allá por 1968 bajando por la Cuesta de la Fortuna sufrió un accidente que pudo ser mortal, pues además de romperse tres costillas sufrió un duro golpe en la cabeza; Luis Manuel Barragán lo levantó y lo trajo en su combi al sanatorio, donde le hicieron un angiograma, con el que no le fue muy bien.
Afortunadamente, en el momento que esto se comentaba, María Teresa Prieto de Luna, esposa de Toño, estaba acompañada de Rosa Carmen Soberón, esposa de Armando Borque, quien sabiendo la estimación que su esposo y Paco Borque le tenían a Toño, de inmediato tomó el teléfono y se comunicó con Paco que estaba en Houston, contándole lo de Toño; Paco le dijo que afortunadamente acababa de llegar al sanatorio un especialista en esos golpes craneanos; que le dijeran a Toño que inmediatamente se fuera para allá; que él le haría una cita y lo iría a esperar al aeropuerto, como lo hizo. La cuestión es que si no hubiera sido por aquella llamada posiblemente Toño no lo contara, pues se trataba de un hematoma subdural de lo que allá fue operado con éxito.
El tiempo seguía corriendo y él progresando en el banco: El primero de enero de 1980 lo mandaron a Tampico a abrir una zona que llamaron Golfo Sur, que comprendía Poza Rica, Ciudad Valles, San Luis Potosí, Victoria, Pánuco, Estación González y Madero. Allí estuvo seis meses, para luego ir a Durango y Zacatecas, de julio de 1980 hasta marzo de 1982. Al jubilarse en 1991 era director de la Zona Comarca Lagunera.
Le dieron unos días para que se hiciera la ilusión de que ya no iba a trabajar; pero, unos días más tarde le pidieron que les ayudara a organizar la Arrendadora Comermex, que abrió aquel mismo año y cerró en 1993 por la crisis financiera.
Poco tiempo le quedaba para otras cosas, pero, así y todo, lo tuvo para conocer a María Teresa Prieto, hoy señora de Luna, que en aquel entonces trabajaba en el Banco Comercial de la Propiedad como secretaria del gerente, que lo era Ramón Guridi.
Como siempre pasa, le presentó una compañera de trabajo, su noviazgo duró cinco años, casándose muy revolucionariamente el 20 de noviembre de 1957, resultando lo que dicen que detrás de un hombre inmejorable siempre hay una mujer que también. Su familia está formada por seis hijos: Mayela del Consuelo, Antonio, Martín, Ricardo, María Teresa y Ana Cecilia, todos ellos profesionistas, de los cuales la primera y la última siguen solteras y los cinco casados les han dado 13 nietos.
En cuanto al grupo de funcionarios bancarios al que perteneció, llegaron a identificarse tanto, que es fecha que se siguen reuniendo mensualmente a hilvanar recuerdos. Los grupos de Servicio Social con los que colaboró fueron La Cámara Junior de Gómez Palacio, Sertoma de Torreón y Club Rotario.
Antonio Luna Pineda quien, desde hace años, vive en Torreón, es una prueba de que los hombres con voluntad, que son capaces de trabajar constantemente, pueden ascender todos los puestos de su institución. Sus viajes han cubierto la República Mexicana y buena parte de Norteamérica, la mayoría de ellos acompañados de su esposa y de sus buenos amigos de siempre José Luis y Esperanza Rodríguez.
Lagunero por los cuatro costados, por los pies y la mollera, Antonio Luna Pineda es uno de LOS NUESTROS.