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Los Nuestros / Edelmiro Felipe Morales Leal

De lo que aquí se trata, (ustedes, mis lectores, lo saben), es de traer a cuento a aquellos laguneros que, de haberse ido, hicieron durante su vida cosas que les honran como tales y, de vivir, las han hecho y las siguen haciendo, como es el caso de Edelmiro Morales que ha prodigado su vida ocupándola, incansablemente, en varias y ejemplares actividades en beneficio de su comunidad.

Edelmiro nació en esta ciudad de Torreón el 23 de agosto de 1929. A principios de aquel año el señor Aureliano Rodríguez Tamez protestó como presidente municipal; en marzo, al general José Gonzalo Escobar, jefe de las operaciones militares, se le ocurrió levantarse en armas, y no habiendo estado de acuerdo nuestro señor Presidente con él, fue puesto preso en el Campo Militar, del que se escapó; a mediados de ese mismo mes año al abandonar los rebeldes la ciudad incendiaron el antiguo mercado Juárez, y allí mismo don Aureliano hizo el actual.

La escolaridad de Edelmiro es curiosa, a veces sin papeles, como ciertas extranjerías. En el 35, cuando él tiene que iniciar su primaria, quedaban todavía rescoldos de la persecución, que obligaban a ciertas escuelas particulares a trabajar todavía a escondidas, como la de las señoritas Irigoyen, por ahí por la Colón, que lo hacían en una casa de don Carlos Jayme. Con ellas y en el colegio Jalisco estuvo hasta el tercero de primaria. Después abrió sus puertas el Francés de La Laguna y allí hizo sus últimos años de primaria.

A Edelmiro, como a tantos otros por aquella época –a Armando Martín Borque entre ellos, le daba por lo mismo-, le daba por la mecánica; quería ser mecánico. Pero don Guilebaldo, papá de Edelmiro quería que estudiara Farmacia, cosa que a Edelmiro no le gustaba. Pero, su papá quería que comenzara a trabajar pronto, como él había trabajado cuando la Revolución, diferencia de criterios que zanjaron, acordando que sus estudios fueran los de Contador y los hiciera en la Escuela Comercial Treviño de don Enrique y don Julián Treviño.

La gran sorpresa fue, dice Edelmiro, que allí me descubrí aplicado. En ese aspecto él se sabía una persona normal. Iba dispuesto a estudiar, pero, no más; sin embargo, las calificaciones mensuales que llegaban a su casa insistían en afirmar una y otra vez. Decían que era un estudiante “sumamente aplicado”, lo que Edelmiro cree hasta la fecha una generosidad de parte de don Enrique, de don Julián, del “teacher”, en fin, de todos sus calificadores.

Tales calificaciones hicieron que su mamá, doña Virginia, a quien le dolía lo estricto que se venía mostrando don Guilebaldo, su esposo, con Edelmiro, las tomara como argumento para que aquél suavizara su actitud pidiéndole que le diera “chance” y no lo hiciera trabajar tan pronto; que no se lo exigiera antes de los veinte años. Lo convenció y lo mandaron a Monterrey a estudiar al Tecnológico. Iba por dos años, y se estuvo cinco.

Allí hizo las dos carreras: La de licenciado en Administración y la de Contador. Las buenas bases que él llevaba de sus estudios en el Francés y en la Treviño hicieron que los estudios en el Tecnológico de Monterrey se le hicieran fáciles, lo cual explica, según dice, su pasión por las escuelas.

Todo lo que le había pasado hasta entonces venía siendo providencial, incluido el hecho de que alguien se hubiera atrevido a poner en los últimos años de la persecución una escuela católica en La Laguna, en la que él pudo prepararse para el estudio de sus dos carreras profesionales, y el otro de que cuando él comenzó sus estudios en la Comercial Treviño, el Tecnológico abría sus puertas, como quien dice para que él pudiera lograrlo, como última opción.

Al recibirse Edelmiro insistentemente se preguntaba cómo era que él había tenido oportunidad de haber hecho los estudios que había hecho, cuando apenas unos años antes le hubiera sido imposible, porque antes en Torreón sólo había comercio. Y entonces fue que cayó en la cuenta de que lo suyo había podido ser gracias a hombres que, como José de la Mora, habían tenido la visión de jóvenes que, como Edelmiro, en el futuro iban a necesitar de nuevas escuelas y universidades, y habían tenido, también, el valor de levantar aquellas instituciones declaradamente católicas en tiempos en que muchos se molestarían por ello.

Edelmiro al recibirse traía como cargo de conciencia el no merecer todo lo que la vida le había dado hasta entonces, y se preguntaba qué era lo que podía hacer por su comunidad. Se hablaba, entonces, de la posibilidad de fundar una Universidad de La Laguna. Entre los más entusiastas estaban el licenciado Salvador Sánchez y Sánchez, el licenciado Córdoba Zúñiga, Octavio Rivera y otros. Pero, políticamente se hizo la Universidad de Coahuila y Edelmiro logró que se integrara la Facultad de Comercio, en la que él trabajó por 17 años.

Cuando el Francés de La Laguna cumplía 25 años, Edelmiro quiso hacer una Universidad Católica aquí, pero era entonces muy joven y esa circunstancia le fue adversa, los superiores dijeron que no tenían personal. Después fundó la Ibero para lo cual trabajó doce años. Entre una y otra cosa a Edelmiro le ocuparon puras cosas de colegios: tuvo qué ver con la construcción del colegio Americano; con un colegio adjunto del de La Paz; con la construcción de una parte del Colegio de la Paz, Los Ángeles y la Escuela Técnica Industrial.

Otro de los aspectos de su vida por el que Edelmiro no se cansa de dar gracias a Dios es por habérsela llenado de cariño, no sólo ha tenido el de sus padres y demás familiares; sus tíos carnales le quieren mucho y los agentes de laboratorios que visitaban a su papá en su farmacia, lo mismo que los Rotarios, compañeros de club de su señor padre, como Celso Reyes, Octavio Olvera Martínez, el doctor Carlos Finck, el doctor Carlos Montfort, Antonio de Juambelz, Rodolfo Kempke, todos los cuales eran sus tíos de cariño, que hacían sentir a Edelmiro lo que siempre quiso ser y es por derecho de nacimiento: lagunero en plenitud.

Por eso, cuando terminó sus carreras en el Tecnológico en Monterrey, a los 23 años de edad y una tía por parte de su señora madre, le decía: “Edelmiro, m´hijito, cuando te recibas te vas a quedar aquí”, él le respondía: “No, tía”. Y cuando le insistía: “Sí, aquí vas a trabajar”. Él le repetía: “No, tía”. Y cuando, obstinada, seguía: “Sí, y aquí te vas a casar”, y Edelmiro entonces, oponiéndose a tal posibilidad, como de rayo le contestaba: “No, tía”.

Él se propuso entonces volver a Torreón para trabajar en él y por él y devolverle, en alguna forma, lo que había recibido de sus escuelas: una buena educación, y de toda su gente, sus paisanos, ese cariño con que siempre le han tratado.

Al comenzar a ejercer tuvo una invitación para irse a radicar a Durango, que no aceptó; sin embargo, tuvo que ir de vez en cuando, y allá fue donde primero le trataron como don, en una época en la que andaría por los 25 años.

Fue haciéndose de una clientela muy selecta que conservó hasta el día en que se retiró de su profesión, terminando como amigo de todos, pues supo ver los negocios y problemas de ellos como si fueran los suyos propios en unos tiempos en que, lamentablemente, cada vez más cundía el materialismo y todo se veía sólo en pesos y centavos.

Edelmiro reflexionó sobre esta situación, de la que habló con su señora esposa y sus hijos diciéndoles que él no quería entrar en ese juego porque consideraba que habiendo sacado a sus hijos adelante, estaba en una situación en que podía cerrar su despacho y vivir austeramente dedicándose a servir a los demás, pues jamás había sido su objetivo el dinero por sí mismo ni para sí mismo.

Les preguntó lo que él se preguntaba frecuentemente: “¿Qué hizo Cristo?”. Y seguía. Vino a hacer el bien. Hay una epístola de Santiago que dice: “Si pudiendo hacer el bien, no lo haces, cometes pecado”. “A eso me enfrento yo”, terminó diciéndoles. Y cerró su despacho. Y buscando hacer el bien y haciéndolo vive. Y vive bien.

Por supuesto que detrás de un hombre como él hay una mujer que lo hace posible. Ella es Estelita. La conoció con novio, pero lo divulgó con algunas amigas. Y una de ellas, que trabajaba con uno de sus clientes, un día que estaban ambos revisando balances, de pronto le preguntó si de verdad estaba enamorado de ella. Edelmiro le contestó que sí, y ella le dijo: “Pues, éntrele, porque se acaba de disgustar con su novio”. Ni tardo ni perezoso, Edelmiro al día siguiente fue al banco donde ella trabajaba. Se hicieron novios y se casaron el 28 de junio de 1958. Y las circunstancias comenzaron a darse.

Teniendo apenas un año de casados, el señor obispo los nombra presidentes del Movimiento Familiar Cristiano. Ocho años estuvieron en ello: Un año de introducción, un año de vida conyugal, luego la familia, el cuarto era el sentido social, y al final de todo aquello, a servir. Eso no se acaba nunca, dice Edelmiro.

Otra obra en la que trabajó muchos años fue la de “Crédito Popular Lagunero”, que organizó con la asesoría del jesuita Guillermo Cortez. La idea original era para grupos, pero Edelmiro la adaptó para personas, por recomendaciones. Durante 17 años la hizo funcionar en ejidos. Le ayudó mucho en ello el ingeniero Carlos Estevané. Era un banco para ejidatarios. El dinero del fondo inicial salió de las bolsas de sus compadres. Juntó 30 personas que aportaron de 25 a 50 mil pesos por cabeza, que Edelmiro prestaba a los ejidatarios.

Trabajó con unas 300 personas, de los cuales muchos salieron de pobres, porque como también eran socios ganaban el triple de lo que ganaban en el Banco Ejidal. Edelmiro los relacionó con amigos algodoneros que les compraban y les compraban parejo y a buenos precios. Algunos llegaron a tener tanto capital como el “Crédito Popular Lagunero”, dos millones de pesos, y compraban tractores y camionetas y hasta construían casas. Dice que de vez en cuando los ve, y encuentra que siguen haciendo bien las cosas. Edelmiro tenía un credo muy estricto. Puso los principios y nunca los violó: Nunca rentó tierras y el “Crédito Popular Lagunero” fue un crédito honrado, barato, libre y flexible.

Aquella experiencia fue buena para la familia de Edelmiro, porque ocurriendo en sábados y domingos se llevaba con él a sus hijos y, por ejemplo, a uno de ellos un ejidatario le enseñó a manejar tractores. Aquello duró 17 años, durante los cuales, con la asesoría de Jorge González Flores, Edelmiro manejó muchos millones de pesos, sin haber perdido una sola cuenta. Cada año hacía una asamblea informativa y un concurso de rendimiento. Sin embargo, tuvo que cerrarlo porque los insecticidas le hacían mucho daño. Lo hizo muy a tiempo porque poco después el campo se vino abajo.

¿Qué es lo que no ha hecho Everardo en bien de La Laguna y en beneficio de su prójimo? Porque poco es lo que no ha hecho para beneficio de ellos en su vida: Apenas tenía 27 años el profesor Ovalle, cuando el padre Alatorre y él se lo trajeron para ponerlo al frente del Tecnológico de La Laguna. Años después, ya estando muy enfermo el profesor, volvieron a llamar a Edelmiro porque la escuela iba en picada. Ya lleva tres años por allí y la escuela se ha recuperado; en el Francés construyó un gimnasio, en el ISCyTAC intervino para que se hiciera Lasalle.

Hay nombres de personas que participaron, en una, o en otra, en toda las obras en que ha andado metido Edelmiro, como colaboradores, como asesores o como impulsores, en ellos: Luis González Morfín, Santiago Vera, Armando Martín Soberón, Francisco Cobos Medina, Carlos Sánchez Wolworth, Daniel Rico Samaniego, Humberto Fayad Chaín, Ricardo Murra, Antonio Safa y otras que si faltan no es culpa de él.

Ocho son sus hijos: María Teresa, Luis Felipe, Javier Ignacio, Ana Lucía, Eduardo José, María Virginia, María Elena y María Estela.

La grande estudió Ciencias de la Comunidad, el que sigue es Agrónomo, el siguiente Ingeniero Civil, una Montessori en Italia, la siguiente Computación, otra Montessori, la siguiente Relaciones Industriales y la última Comunicación.

De la vida de Edelmiro mucho se quedó inédito, pero, con lo que aquí va un poco a zancadas, le basta y le sobra para ser uno de LOS NUESTROS, además de serlo por nacimiento.

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