Eunice Salcedo Segura
Nació nada menos que aquí, en Torreón y, por lo tanto, es lagunera por los cuatro costados. Lo hizo el nueve de febrero de 1930, así que es fácil sacar cuentas, si bien, les adelanto que se van a asombrar, pues no los representa.
Sus padres fueron Ezequiel Salcedo, de Parras de la Fuente, ensayador y químico metalurgista, y Hortencia Segura, maestra desde sus doce años en Concepción del Oro, Zacatecas, hasta donde fue a dar con ella el que sería su esposo, que por allá había ido en una comisión de la American Smelting. Fue un amor a primera vista, y tras otras pocas visitas se casaron, cuando ella llegó a los 18 años.
Formaron una familia de cinco hijos: Miriam, Eunice, a quien aquí nos referiremos, Ezequiel, Rubén y Daniel. Doña Hortencia, inclinada a la poesía, a leerla y escribirla, a ninguno de sus hijos dejó fuera de sus poemas, y aunque las escribía en cualquier papel, la familia los rastreaba, y así tres meses antes de morir, en 1996, pudo ver editado “De mi humilde lira”, pequeño tomo en que sus hijos las reunieron.
Eunice a los cinco años comenzó su disciplina escolar en el kinder del Instituto de La Laguna que dirigía el profesor Samuel Flores Aréchiga, con la ayuda de su esposa Ofelia quien, por cierto, era prima de la mamá de la pequeña escolar. El primero de primaria lo hizo en el colegio Elliot, y de segundo a sexto los estudió en la Escuela Oficial Alfonso Rodríguez.
De aquellos tiempos guarda afectuosos recuerdos de sus amigas Graciela Ortiz, Bertha García, cuyos padres tenían por la calle Cepeda una tienda denominada “La Gacela”, Estela Zozaya y Cecilia Morales Santelices, con quien hizo, además, preparatoria en la Escuela Preparatoria de La Laguna que fundara el licenciado José María del Bosque, de quien fue alumna, lo mismo que del licenciado Homero del Bosque, y otros.
De entonces es que le viene la amistad con los doctores Rodolfo Marín G., Antonio Medina Quintero, Alfonso Luévano, Julio Mondragón, licenciado Pablo Morales Santelices, Dra. Consuelo Medina Ulloa, y el “licenciado y doctor en canto” Toño Silva, con quienes se sigue reuniendo los miércoles por la mañana de cada semana, y cabe el calor de una taza de café hacen recuerdos de aquellos inolvidables días.
Algo que dice jamás olvidará de nuestro comercio de sus primeros años son las famosas canastillas que en el antiguo “Puerto de Liverpool” del señor Goodman, y luego de los señores Volkhausen, Charles y Melanie, ubicado en los bajos del antiguo Hotel Salvador, son las famosas canastillas, que servían para enviar, desde los diversos mostradores, la mercancía, la nota y el importe de la compra hasta la caja, que estaba en un nivel más elevado, sistema que aquí no lo hubo antes en otra tienda, ni lo habrá.
Tampoco, afirma, olvidará jamás, mientras viva, la Casa de don Fernando Rodríguez, de la que, después, al seguirlo su esposa, el hermano de ésta, era amigo del papá de Eunice, lo fue a ver para comunicarle, asustado, que había quedado millonario, y para que le ayudara a tasar algunas de sus ya pertenencias.
Terminada aquella ayuda y habiendo visto el piano cuadrilongo que allí había y recordando que Eunice estudiaba, no solamente solfeó con el profesor Juan Illescas, Director que era de la Banda Municipal sino también piano con el licenciado Flores, le propuso que se lo vendiera, lo que hizo una vez que se pusieron de acuerdo en el precio, y es hoy propiedad de Eunice, quien además estudió año y medio en la capital de la república en el Conservatorio con la profesora Amelia Torres.
Al terminar, pues, sus estudios preparatorianos, Eunice prosiguió sus estudios en la Ciudad de México. Al principio, ella y su hermana Miriam vivieron en un internado, en el cual se les agregaría al año siguiente su hermano Ezequiel, y luego otros y entonces ya pudieron buscar una casa para vivir todos con más comodidad.
Eunice iba con la idea de que su interés estaba por la medicina. Se inscribió en el Instituto Politécnico nacional, y comenzó a estudiar Farmacia, pero, poco después, se enamoró de la carrera de optometría, a la que se cambió, terminó, y sigue enamorado de ella.
Al terminar trabajó en las Ópticas Mazal, que eran de un maestro suyo, y eran las más importantes en la capital. Con él duró trabajando doce años. El hombre llegó a tener doce ópticas, y con el tiempo Eunice llegó a ser su colaboradora de confianza, supervisora de todas e incluso al final, buscaba sitios para ellas, las inauguraba y después su dueño se enteraba de que ya tenía otra.
Recuerda que entre las artistas que conoció porque iban a aquellas ópticas estuvieron Meche Barba, Fernando Fernández, Silvia Pinal, Salvador Novo, Manolo Fábregas, y de los presidentes, a López Mateos le tocó llevarle sus lentes a Palacio, para que los probara y ajustárselos.
De la capital recuerda todavía el temblor que logró hacer caer a el ángel de la columna de la Independencia. Y por supuesto las inundaciones, en las que en lanchas llevaban de una banqueta a otra, o no faltaba quién pusiera rápidamente puentes de madera para cobrar a quienes los utilizaban para pasar de una a otra banqueta, o piedras para que pegando pequeños saltos de una a otra pasaran al otro lado y pagaran al que las había puesto. Tampoco faltaban los que cobraban por cargar a las personas, mujeres u hombres, pero, en este caso los últimos en ser atendidos eran los hombres.
En la última ocasión que vino a visitar a sus padres, se dio cuenta de que estaban muy solos, y les propuso venirse si le ayudaban a poner aquí su óptica, porque allá el trabajo estaba muy bien, y le tenían toda la confianza del mundo, pero, la paga no era como para independizarse pronto.
Se regresó el año 69. Abrió su propio negocio el 20 de marzo del 70, así que está por cumplir los 33 años con él. Estuvo por la Presidente Carranza y calle 19 un año; otro en Morelos y Colón; 20 años en la Valdés Carrillo, entre Juárez e Hidalgo, y 7 en su actual domicilio.
Por su atención, trato y servicio a sus clientes ha recibido diversos reconocimientos y cartas de agradecimiento de sus propios clientes. Hizo un viaje encantador, por lo que visitaron, y por sus acompañantes: Dr. Rodolfo Marín, Amalia Gómez, Dra. Consuelo Molina y su hija, a Hawai, Japón, Hong Kong y Tailandia.
Su tiempo libre lo dedica a la Iglesia Presbiteriana Príncipe de la Paz, de la que es organista y directora del coro.
Una vida dedicada más que nada a servir, la señalan claramente como una de LAS NUESTRAS.