Chema Rodríguez, como es conocido por todos los laguneros, nació el 23 de diciembre de 1913 en la Ciudad de México. Su padre, Eugenio Rodríguez Flores había formado parte de las guardias presidenciales de Francisco I. Madero, muerto por órdenes de Victoriano Huerta en febrero de aquel año, como lo fue más tarde, en el 1917, de las de don Venustiano Carranza.
La cuestión fue que aquel fin de año su señor padre no iba a poder pasarlo en Aguascalientes, de donde tanto él como su esposa, Ángela Cervantes, eran nativos; llamó a su esposa para estar a su lado cuando diera a luz, y así fue como Chema Rodríguez Cervantes fue chilango de nacimiento en lugar de hidrocálido.
Como todos los niños, sus primeros seis años los dedicó a crecer, aprender a hablar, hacer travesuras y fortalecerse, esperando, sin ninguna impaciencia, cumplir la edad para comenzar su instrucción primaria, la que hizo, ya en Aguascalientes, de primero a cuarto año en la escuela Valentín Gómez Farías, que estaba por la calle 5 de Mayo, y de quinto a sexto, que entonces era una especie de secundaria en la Melquiades Moreno, que estaba frente a la cárcel municipal.
En estos años de sus estudios primarios se aficionó al box y al tennis, cuyas canchas estaban en la colonia Ferrocarrilera, y del cual llegó a ser campeón juvenil.
Cuando terminó su instrucción primaria comenzó a estudiar por correspondencia en la Escuela Libre de Derecho, fundada por Vasconcelos, cuyos exámenes presentaba en la Ciudad de México. Al mismo tiempo que estudiaba en esa forma aprendía el oficio de peluquero. Tenía 14 años.
Era el año de 1927, año en el que desde el mes de enero la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa que perseguía “contrarrestar la actitud del gobierno emanado de la Revolución” propició algunos levantamientos en Jalisco, Guanajuato, Colima, Sinaloa Michoacán, Durango, Querétaro, Oaxaca, Guerrero, Coahuila, San Luis, Tamaulipas, Tlaxcala, Puebla, Hidalgo, Zacatecas y, por supuesto, Aguascalientes, donde era jefe de los cristeros José Velasco, sobrino del terrateniente del mismo nombre que hizo de aquella ciudad un bastión cristero. Chema Rodríguez, para quien todos aquellos sucesos eran una novedad, curioseaba y se metía por todos lados, y lanzaba vivas y mueras en peregrinaciones mientras duró.
Por otra parte participó en la campaña de José Vasconcelos como estudiante que era de la escuela Melquiades Moreno, participando en manifestaciones, sufriendo agresiones e incluso llegó a estar preso durante 15 días con otros estudiantes de su edad y mayores, hombres y mujeres.
Por su oficio de peluquero más adelante tendría relaciones con el general Amarillas, quien era comandante del 18º. Batallón de Infantería, y el capitán Huitrón, del mismo batallón que le ofrecieron fuera el peluquero oficial de aquel batallón, y él aceptó. Como en 1929 movilizaran aquel batallón a Zacatecas, Chema Rodríguez hizo sus cuentas y se fue con ellos.
Pero resulta que en aquel año el tifo y la meningitis se habían propagado tremendamente en aquel Estado y Chema Rodríguez se contagió de tifo y tuvieron que llevarlo al convento de los Carmelitas donde lo atendieron gracias a la recomendación muy especial del general Amarillas. Al darlo de alta regresó a la casa de sus padres en Aguascalientes y volvió a su oficio de peluquero.
Trabó allá amistad con Ramón López que le enseñó a tocar guitarra y cuando aprendió formaron un dueto, y allí fue donde Chema Rodríguez aprendió a trabajar, trabajar y más trabajar toda su vida, es decir, entonces estudiaba, trabajaba como peluquero y, por las noches trabajaba tocando y cantando con Ramón López.
Fue el año de 1930 cuando llegó, para quedarse, a Torreón. Venían, él y Ramón recomendados con un señor Oviedo que tenía un taller mecánico (¡otra cosa más que iba a aprender!) en la avenida Juárez, esquina con calle Múzquiz. Allí trabajaban durante el día y por las noches iban a cantar a la XEBP, que entonces estaba por la Allende, entre Blanco y Acuña, altos. Tiene, pues, viviendo entre nosotros 72 años cumplidos.
Trabajando en el taller estaba un día que llegó don Fernando Rincón buscando a un ayudante de mecánico que recibiría salario, habitación y alimentos en el Rancho “La Pinta”. Por su dedicación al trabajo, su seriedad y facilidad de comunicación con los trabajadores, pronto se convirtió en el hombre de confianza de su empleador, de tal manera que cuando llegó el 36 y con él el reparto y don Fernando decidió retirarse diciendo: “Ahí está su rancho”.
Chema Rodríguez fue el encargado de desmantelar los talleres de aquél y de los otros ranchos que manejaba don Fernando, lo mismo que el de controlar el algodón en greña y prensa, y de enviar el vendido, tanto a las fábricas del país como a España.
Para que se le facilitaran algunos de los trámites que tenía que hacer en la empacadora con las pacas de algodón antes de venderlas, tuvo que ingresar al sindicato de cargadores, y allí se inició en el sindicalismo.
El 20 de diciembre de 1937 ingresó en la C.T.M. Fue delegado del sindicato y miembro del Comité Ejecutivo local. Años después sería el secretario general de la C. T. M.
En 1938 encabezó la Procuraduría de la Defensa del Trabajador, puesto que le dio la oportunidad de prepararse en materia laboral.
A Fidel Velázquez lo conoció en 1937, poco después de que éste con el apoyo del presidente Cárdenas constituyó la Confederación de Trabajadores de México, de la que Velázquez quedó como Secretario de Organización y Propaganda en el primer Comité Ejecutivo Nacional. En ese mismo año conoció a Fernando Amilpa y al propio presidente Lázaro Cárdenas, de todos los cuales se expresa con encomio, agradecido por los valiosos y oportunos consejos que le dieron justo en el momento en que le eran más necesarios.
Como fue muy exitoso en sus defensas de los trabajadores, en un momento de su vida fue muy perseguido. Fidel le dijo que se fuera a México, donde Calleja y Lombardo Toledano fueron sus maestros en la Universidad Obrera de México, que ya desapareció.
Le quedaba tiempo para organizar bailes en la Casa del Obrero, y allí, en uno de ellos, conoció a Juanita Zambrano Barrón, a la que ver y decirse: ésta es la mía, sólo fue uno. Y se lo dijo luego, no se anduvo por
las ramas, siendo contestado en la misma forma, así que como corría el año 1945, en ése se casaron, y no tuvieron un viaje de luna de mil de unos cuantos días sino de 5 años en los que recorrieron los Estados de San Luis Potosí, Guanajuato, Durango y otros, pues, coincidentemente se le dio la comisión de recorrer la república combatiendo el vallejismo donde se le viera la cara.
Así que, tomando de la mano a Juanita comenzaron un viaje que no terminó hasta 1950 y en el que ella conoció al dedillo lo que hacía, porque sabía hacerlo, su esposo Chema Rodríguez.
Cuando por fin pararon y él iba a su central a ver qué nueva comisión le daban, se encontró con la novedad de que su esposa le dijo: “Bueno, ¿y qué necesidad tienes de andar de un lado para otro con todo lo que sabes? Lo que debes hacer, pero ya, es abrir tu propio despacho y ponerte a la disposición de quien te necesite, pero por tu cuenta. Vivían entonces en la Privada “El Pípila” que tiene salida a la Calzada Colón. Allí puso Chema, en la esquina, un escritorio que le ocupaba casi toda la habitación, no porque el mueble fuera grande sino porque la pieza era chica; agregó unas cuantas sillas y... a esperar clientes.
Al principio, no aparecían, pero en unas semanas el espacio fue insuficiente, así que tuvo que buscar otro local que encontró en el Edificio Romo, para tiempo después cambiarse al edificio del Banco Nacional de México, ubicado en la avenida Hidalgo y calle Valdés Carrillo y en todos ellos ha rendido diariamente culto al trabajo, ejerciéndolo no sólo por las famosas ocho horas sino por dieciséis, estudiando cada uno de sus casos minuciosamente, ahora en compañía de Xóchitl y José María, sus hijos. Por cierto, éstos comenzaron a llegar cuando Chema y Juanita dejaron de viajar, cuando se aquietaron.
Chema Rodríguez es reconocido por sus colegas como el Decano de los Abogados Laboristas. Tampoco es de hierro, ni mucho menos. Una vez al año ha acostumbrado irse de vacaciones a Acapulco, que es la playa que le gusta; pero cuando sus hijos crecieron y todos tuvieron voz, Xóchitl y José María le descubrieron otras y ahora cambian anualmente con cierta inclinación a Mazatlán que, como Ramiro Miñarro trató en su tiempo de convencer a los laguneros, es la playa de La Laguna.
Actualmente Chema Rodríguez sigue siendo asesor laboral de los negocios de los señores Martín Borque, de Roberto Thomé, de los señores Díaz, Lee y Reyes G., y su oficina la tiene en su propia casa. Como dicen nuestros vecinos, José María Nicolás Rodríguez y Cervantes es un hombre que se ha hecho a sí mismo. Es un triunfador. Es uno de LOS NUESTROS.