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Los Nuestros / Mauricio Dionisio González Rodríguez

Cuando llegó la radio, como pasaría después al aparecer la televisión, aunque en menor grado, muchos jóvenes laguneros se vieron atraídos por ese medio y los trabajos que ofrecía, improvisándose en ellos. Así llegaron a la fama nombres que de otra manera se hubieran perdido en toda clase de trabajos anónimos, y que hoy son recordados con nostalgia por sus voces o por su anecdotario por aquéllos que, en su tiempo, les oían cada mañana, tarde o noche. Pero, como en todo, en la radio y en la televisión, hubo siempre, seres que la hacían posible sin dar, jamás, la cara al público. Mauricio González Rodríguez fue uno de esos precursores.

Mauricio nació en Sabinas, Coah., el nueve de octubre de 1926. Es, pues, un Libra clavado: Se comunica bien con el prójimo, tiene sensibilidad y calidad humana, sabe retroalimentarse y es dado a la amistad. Sus padres fueron Mauricio Juan González Miranda y Andrea Rodríguez Valdés, residentes en la ciudad antes mencionada de donde al año siguiente se cambiaron para Piedras Negras, donde él, su padre, llegó a tener una mueblería, una gasolinera y, además, vendía automóviles a comisión. Sin embargo, un día tuvo la poco afortunada ocurrencia de tomar partido en política eligiendo mal, lo que le trajo, como consecuencia, perder sus bienes, que le fueron incendiados sin que se supiera por quién, aunque todos sabían de dónde había partido la orden. En fin, cosas de los años veintes, que fueron tremendos.

Como su padre tenía de profesión la entonces llamada Tenedor de libros, de ello trabajó en la American Bed Co. para irla pasando. Entre tanto su primogénito crecía. Le bautizaron en Eagle Pass, Texas, donde, incluso estudió hasta su tercer año de primaria. A su papá, la American le cambió a Tampico, lo que le venía bien pues a Mauricio y a Angélica María, la segunda en orden de hijos que había tenido con Andrea, su esposa, les había agarrado una de aquellas tos ferina que tanto temían para sus hijos los padres de familia. Mauricio se salvó de ella, pero su hermana quedó bien prendida y de ello moriría a los nueve años de edad, no obstante que sus padres se fueron a Tampico esperanzados de que vivir al nivel del mar sería benéfico para ella.

Particularmente para don Mauricio, de quien Angélica María era su consentida, Tampico le fue imposible para seguir viviendo allí por los recuerdos de su hija. Determinaron dejarlo, eligiendo a Torreón, entonces en la punta de la lengua de todo mundo, para seguir adelante con la familia que llegó a ser de cinco hijos, agregando a Carmen de la Luz, Luis Lauro y Roberto Francisco.

Mauricio Dionisio González Rodríguez llegó, pues, a Torreón el 7 de septiembre de 1937, para mayores señas, tres días antes de que el Chojo Ladislao, que ya vivía aquí, matara a un tío suyo llamado Patricio; de todo esto harán este año 66, y Mauricio iba a cumplir 11 años. De una manera u otra siguió con su educación haciendo cuarto y quinto de primaria en el Centenario y el sexto en el colegio Cervantes. La secundaria y preparatoria las haría en la Preparatoria de la Laguna del señor licenciado y profesor don José María del Bosque.

Fue por estos tiempos que el destino de Mauricio se reveló. El padre de Mauricio, igual que el de Diderot, ¿te acuerdas? soñaba con verlo médico, o de perdida abogado, pero si aquél pidió tiempo para reflexionar, éste, que desde hacía tiempo tenía decidido mantener trabajando a sus manos, dijo que ninguna de las dos cosas le gustaban; y cuando ya impaciente su padre le dijo que algo tenía que ser para ganarse la vida en el futuro, Mauricio le dijo que a él le diera unas pinzas y un desarmador y que con ellas sería capaz de ganar lo mismo o más que con lo que le proponía, pero, sobre todo, sería feliz, como lo es, según lo veo.

Sin embargo, para comenzar tuvo que ponerse a trabajar, pues, lo que después de aquella aclaración hizo su padre, fue retirarla los famosos domingos. Su primer trabajo lo obtuvo en la Nacional Distribuidora y Reguladora, la famosa Conasupo, que por entonces estaba en Allende y Javier Mina. Dos pesos diarios comenzó ganando pero allí tenían un misterioso radio con el que Francisco Delgado, que era el contador, se comunicaba con otras oficinas del sistema, tanto de La Laguna como fuera de ella. Y sucedió que un día que no estaba Paco se produjo una llamada insistente y, como nadie se atrevió a contestar, Mauricio, antes de que nadie se lo prohibiera, contestó. Creyéndole Paco el que le llamaba, algo le dijo, pero cuando tuvo que contestar no supo qué, y de allí en adelante se armó un zipe zape que para qué les cuento, pues el tal radio, cuyas siglas eran X8BHB, sólo debía ser manejado por quienes tuvieran una licencia especial. Pudo quedarse, debido a que se comprobó que no había intervenido de mala fe en aquello y con la condición de que se dedicara a lo suyo, que era una serie de trabajos de tanta importancia como repartir los productos de primera necesidad que manejaba la distribuidora, ir al banco a hacer depósitos, y cosas por el estilo.

Al par que aquel trabajo, y ya dueño de las soñadas pinzas y desarmadores, comenzó a hacer radios de galena, que vendía a dos pesos. Cada vez los iba haciendo mejores, de modo que al rato tuvo de dos y hasta de ocho pesos.

Fue aquél un trabajo que le proporcionó diversas experiencias, como aquélla en la que llegando a depositar, tuvo dificultad para entrar, pero, al fin lo dejaron porque los depósitos que llevaba eran mayores y la cajera que le atendía lo reconoció, así que le dijo al guardián que le diera el paso. Y es que en el banco traían un lío de padre y muy señor mío, ya que un nuevo ejecutivo no quiso recibir de un cliente un cheque en blanco, y a éste lo tenían acostumbrado a entregarlos así, para que allí se los hiciera el ejecutivo que siempre lo atendía, y que no estaba en esos momentos, por la cantidad que el cliente solicitaba, pasándoselo luego para que los firmara, que era lo único que sabía escribir.

Pero, el nuevo ejecutivo no sabía aquello, ni tuvo tacto para atender ese asunto con, acaso, el mejor cliente del banco, éste se encolerizo y después de aquello no atendió razones de nadie, pidiendo que le hicieran un cheque por el total de su saldo, para que se lo pagaran de inmediato en efectivo para depositarlo en otro banco, ¡y se trataba de una cantidad de nueve o diez ceros! Total, que se había armado la de ¡Dios es Cristo!

Entre tanto, Mauricio estudiaba por correspondencia radio y se dedicaba a hacer y vender sus radios de galena, y a componer los radios de su casa y los de sus amigos, lo mismo que a recibir los consejos de quienes le quería bien, como la de aquel tío por parte de madre, Leopoldo Rodríguez, pesador de los carros del ferrocarril, a quien fue a visitar un día para que le prestara dos pesos para pagar sus suscripción a una revista de radio. Éste le preguntó si eso era lo que estudiaba y lo que quería ser, y habiéndole contestado que sí, con voz firme le dijo, que si eso era lo que quería, que estaba bien, siempre y cuando lo hiciera con ánimo de ser el mejor de todos, y le prestó lo que le pedía.

Por todos lados fue acercándose al ambiente de la radio, a través de amigos y conocidos. Obtuvo su licencia para trabajar en la radio y televisión. Entre sus primeros amigos en aquel ambiente estuvo Alejandro Reina, Manuel Acevedo, José Zataráin Rubio, Luis Mendoza Acevedo, Jesús Rodríguez Astorga, Armando Navarro Gascón, Chago García, Rafael Alberto Ronquillo Chávez y otros.

Para satisfacer su sentido humano del servicio social estuvo en la Cámara Junior en la época del esplendor de ella, cuando los carnavales y los desayunos escolares; y también participó en Club Sertoma, al que protestó la misma noche que lo hicieran Víctor Ramos Clamont, el licenciado José de Jesús Sánchez Dávila y Luis González Benítez.

Como radio operador llegó a distinguirse verdaderamente, tal como se lo había pedido su tío Leopoldo, y como él se había comprometido.

Tuvo con el ingeniero Stevenson una larga relación de trabajo, y ya en televisión con Víctor Sirgo Palacios, fue el primero que manejó una cámara al aire.

Se casó con Juana María Pérez Correa en junio de 1960, que era, por aquel entonces, la contadora de Fábricas Unidas. El matrimonio se efectuó diez meses después de conocerla, teniendo sólo un hijo: Mauricio Raúl González Pérez, hoy licenciado en Hotelería y Turismo, alimentos y bebidas, que se recibiera en el Tecnológico de Monterrey el 15 de febrero de 1989.

El anecdotario de Mauricio González Rodríguez es tan amplio que se necesitarían páginas completas para dar a conocer sólo unas cuantas; lo importante es que fue un autodidacta de la radio operación, y en ella obtuvo las licencias más especiales para ejercerla, siendo muy estimado en el medio. Por supuesto que es uno de LOS NUESTROS.

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