El destino hace que un hombre nazca en el lugar que debe y en el tiempo que debe, ni antes ni después: así lo convierte, definitivamente, en cosa suya. Por eso se corresponden en don Pedro tan exactamente su ciudad y su obra: la Universidad Autónoma de La Laguna.
La vida primero es sueño, pero, si no se rechaza u olvida, se volverá quehacer con los años, quehacer placentero, la vida de don Pedro lo prueba.
Pedro Héctor Rivas Figueroa nació en Torreón el primero de octubre de 1938. Está disfrutando, pues, el esplendor de sus sesenta y cinco años. Vivían sus padres entonces en la esquina de Galeana y Ocampo frente donde entonces estaba la escuela Amado Nervo, y eso, en cierta forma, no dejaba de ser una premonición para su futuro.
Poco después sus padres se cambiaron a la calle siete, o sea la Francisco Madero, a una casa de la que, porque el Señor le había dotado con una memoria prematura, igual que Antonio Machado, que de su infancia recordaba un patio de Sevilla, de aquella casa don Pedro aún recuerda una fuente de azulejos que estaba al centro del patio y se miraba de todos los cuartos, lo mismo de la cocina que de las recámaras, la sala y el comedor.
De allí se irían a Ocampo 44, cuya cuadra estaba protegida por eucaliptos, tan olorosos y febrífugos que, yo creo, por la edad en que los respiró a diario, le siguen protegiendo todavía de los resfríos y esas calamidades. La calle la recuerda sin pavimento, como por aquel entonces estaban muchas en nuestra ciudad.
Sus padres fueron Pedro Rivas Ruiz, oriundo de Armadillo de los Infantes, S.L.P. (¡qué lástima que a los pueblos ya no les pongan nombres así!), y Berta Figueroa Lara, de Cuernavaca; él profesor de educación primaria y ella graduada en el colegio Roberts de Saltillo, ciudad a la que sus padres se habían ido a residir.
Allá por 1916 su padre, antes de pensar en serlo, trabajaba de profesor en la Hacienda de La Concha. Pero en aquellos años las cosas, tanto por la revolución como por la influenza, la famosa gripe, que fue terrible, se pusieron difíciles en la comarca y muchos jóvenes, entre ellos el padre de don Pedro, soltero todavía, se fue a Texas.
El hecho de que, como profesor que era, supiera leer, escribir y hacer cuentas, y diera la coincidencia de que un día el dueño del rancho donde trabajaba le sorprendiera estudiando inglés, le valió que le nombrara mayordomo, o sea segundo de a bordo, pues desde aquel momento las órdenes se daban a través de él, y fue el encargado de pagarles sus sueldos y cosas así. Total, que, como es costumbre, el tiempo siguió su marcha y el señor Rivas Ruiz regresó a su tierra en 1934, se casó con doña Berta en 1935 y ambos formaron una familia de cinco hijos: Berta Aída, Miriam, Pedro Héctor, Humberto y Esther. Don Pedro fue, pues, el tercero de la tribu Rivas-Figueroa.
Cuando cumplió sus seis años comenzó sus estudios primarios. Los hizo en la Escuela Oficial Coahuila, ubicada en la calle ocho y Abasolo, que era una escuela mixta. Del profesor Rodríguez, y de sus profesoras, Emilia Valdés de primer año que realmente fue una extensión maternal y enseñaba ?con dulzura en los labios y amor en el corazón?, y Manuelita García, que fue su profesora de sexto grado guarda un gran y agradecido recuerdo, pues le enseñaron a convivir con los demás y a estudiar entregadamente, labriendo su interés por las matemáticas insinuándole el aprendizaje del álgebra.
Entre los amigos que entonces hizo están Artemio Espino, profesor de secundaria en Tlahualilo, Dgo.; Alfonso Guerrero, oftalmólogo; Salvador Morales Pinal, comerciante.
En 1951 inició su secundaria en la Escuela Venustiano Carranza, cuando estaba por la avenida Juárez, frente al parque del mismo nombre y su director era Federico Elizondo Saucedo, de grata memoria para nuestra ciudad, uno de los promotores del grupo cultural ?Cauce?, y a quien le fue levantado muy merecidamente un busto en la Calzada de los Escritores en nuestra Alameda Zaragoza; el sub director era Humberto Flores.
Don Pedro, que durante sus años de primaria se había aficionado al volibol, en su secundaria no sólo siguió practicando este deporte sino también el basket, el beis y el futbol, prácticas que le han pagado buenos réditos a su madurez física. También formó parte de la Banda de Guerra militarizada cuyo sargento fue Alejandro Zepeda.
Entre los amigos que entonces hizo están Jesús Sotomayor, que sería Magistrado del Poder Judicial; José de Jesús Arizpe, que hoy reside en México; Alejandro López Amor, médico; Ángel Pérez Mesta, sobrino de don Enrique Mesta que por muchos años fue Jefe de Redacción de este diario, y uno de los promotores del grupo cultural de ?Cauce?; Luis de la Rosa, director de Radio Estéreo Mayrán.
Mientras todo esto ocurría, su papá comenzó a darle clases de inglés, pero, no se las daba sólo a él y sus hermanos, sino que invitaba a los vecinos que se interesaban en ello o a los amigos de sus hijos. Era un inglés especial, pues se los enseñaba sin acento, un inglés puro, un inglés de libro aunque con expresiones idiomáticas, como las que le iban a hablar los extranjeros cuando fuera por primera vez a Norteamérica.
Eso llegó pronto, cuando en 1958, gracias a recomendaciones de su papá pudo ir a la Abilene Christian University donde le aseguraron cuarto y comida. Para cubrir sus necesidades allí mismo obtuvo su primer trabajo que consistía en barrer, lavar los pisos, limpiar todo lo demás, lo cual don Pedro, inteligentemente, convirtió en un reto, aquél que Benjamín Franklin proponía al que quisiera llegar a conocer el valor de un peso y descubrir si era o no persona de bien.
Sus condiscípulos, como es normal en esa edad, alrededor de los veinte años, por recién llegado y por mexicano, se encarnizaban en él, haciéndole preguntas tontas en relación con lo que en México conocíamos o había, cansado de las cuales don Pedro les contestaba que ?también había piedras y los perros ladraban?.
De aquella Universidad se cambió poco tiempo después a la Pepper Dine University de los Ángeles, en la que se licenció en Matemáticas siguiendo después en Iowa, Illinois y Alabama, varios cursos de post graduados en psicología educativa y pedagogía.
En 1969 vuelve a México, y como para entonces ya es consciente de su verdadera vocación, ingresa a la Normal Superior de Saltillo, de donde sale con el título de Maestro en Psicología Educativa.
En 1960, trabaja por un año en el colegio Americano. En 1961 contrae matrimonio con Irma Isabel Aguilera, a quien había conocido el año anterior en una reunión de su misma iglesia. Le atrajo su amabilidad, y el que siempre se daba su lugar, y al frecuentarla encontró que su señora madre también la conocía, porque en la propia iglesia les daba clases de canto al coro donde Irma Isabel estaba, nada, pues, les impedía casarse, lo que hicieron formando una familia de tres hijos: Héctor Fernando, Claudia Gabriela y Pedro Antonio, que les han dado grandes satisfacciones.
De 1961 a 1963 vivieron en la ciudad de Monterrey, donde él se desempeñó como profesor de inglés en el Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales de Monterrey, A.C. A fines de ese año le ofrecieron volver a Torreón, que era lo que el venía buscando, volviendo como Director Fundador del mismo Instituto, que estuvo ubicado primeramente en la calle Leona Vicario, entre las avenidas Matamoros y Morelos. De allí se fue al edificio Marcos.
En 1966, aquel estupendo pintor y amigo Arnold Taylor se fue a Estados Unidos, y el profesor Jameson, director entonces del colegio Americano, invitó a don Pedro para substituirlo como Asistente Administrativo y Director de Postprimaria.
En 1976, a los treinta y ocho años de edad, una pregunta se desarrolla en su espíritu en una forma obsesiva. ?¿Y ahora qué??. Sentía que se había cerrado una parte de su vida, y empezó a sentir una comezoncita que le incitaba a dedicarse a la educación superior.
En 1974, cuenta don Pedro: ?abrimos una institución que se llamó Instituto de Educación Superior. Estaban naciendo muchas de las instituciones particulares, no sólo aquí, en todo México, llamadas muchas de ellas Universidades de Cochera.
Por nuestra parte estábamos luchando entonces porque nuestra institución tuviera el reconocimiento de la Ley Oficial de Estudios, y habíamos logrado que la IAT mediante la incorporación reconociera los estudios, pero nosotros queríamos algo más y fue cuando en 1977 logramos un acuerdo, en el mes de Abril, de que la Universidad Autónoma del Noreste absorbiera al Instituto de Educación Superior y brindara reconocimiento de validez oficial, a través de su autorización, a todos los alumnos que venían con nosotros desde 1974?. La Unidad Torreón llegó a tener más de 3000 alumnos.
La Universidad Autónoma de La Laguna cumplió 15 años el cuatro de diciembre actual. Su inspirador fue, precisamente, don Pedro Rivas Figueroa. Se inició como él dice, con la bendición de Dios y la liberalidad de sus Consejeros que consiguieron de Banamex un crédito de 50 mil pesos a 90 días para una institución que, en ese momento, no existía, y que a los cuarenta y cinco días de haber sido formada tenía ya el reconocimiento provisional de validez oficial de estudios; a los sesenta estaban poniendo la primera piedra del primer edificio; a los seis meses tenía la instrucción en el registro de profesiones: ?con esa velocidad nació el niño?.
El ciego, constante, apasionado y cotidiano trabajo de don Pedro, el apoyo del Consejo y la laboriosidad del equipo de colaboradores han sido el sostén de la UAL durante este tiempo. Hubo años en que lo difícil no era cumplir con el deber sino saber cuál era, pero, la autoridad moral de los consejeros por un lado, y por el otro la clara visión de don Pedro sobre la filosofía de la UAL han mantenido siempre iluminado su camino. Espera que esta filosofía básica de la universidad no cambie, y que en el futuro siempre habrá líderes que seguirán trabajando para y por la Universidad.
Piensa don Pedro que, lo importante es reconocer que lo que hasta hoy se ha hecho es sólo poner las piedras del cimiento sobre las que las futuras generaciones podrán edificar el espacio de reflexión y el cultivo del espíritu que debe ser una institución de educación superior basada en la participación y en la formación de hombres de bien con mentalidad de servicio.
Y lleno de agradecimiento recuerda aquellos hombres que en los primeros días le hablaban por teléfono para decirle uno: ?Venga a mi oficina; venga a la hora que pueda, tocayo?. Y cuando iba, le entregaba un sobre diciéndole: ?Eso es para que empiece lo que usted sueña.?; y el otro, que entregándole el sobre le decía: ?eso es para ladrillos?. Y así como ellos algunos otros, cada cual a su manera.
Ésta ha sido, un mucho a saltos de caballo de ajedrez, la vida de este hombre, de este lagunero, que desde que tuvo uso de razón comenzó a descubrir cuál era la misión de su vida y la aceptó con alegría y sentido de responsabilidad y ha logrado por su integridad que otros quieran compartir con él su hermosa tarea. Ésta es, a grandes rasgos la vida, la tarea, el quehacer, el oficio, la empresa de Pedro Rivas Figueroa, uno de LOS NUESTROS.