Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Los Nuestros

Carlos Rosas Figueroa

Ser, a través del éxito y del fracaso lo que un hombre quiere ser, no es cosa fácil. Ni se es de puros éxitos, ni se llega a ser sólo de fracasos, algún éxito sonado tienen, incluso, los que no llegan a donde quieren. Bien, pero, éste no es el caso de Carlos Rosas Figueroa.

Comenzaremos por decir que el señor Rosas nació en Guadalajara, Jalisco, el tres de septiembre de 1924, lo que quiere decir que pertenece a la primera generación de conscriptos.

Como Virgo que es, de acuerdo con los astros, nació con una gran capacidad de tolerancia, pero, también con una determinación inquebrantable. Es previsor, no remediador; cumplido, servicial y oportuno. Como amigo es de lo mejor; a los amigos los gana con facilidad y sabe conservarlos.

Nueve meses después de su nacimiento, es decir, en junio de 1925, su padre decidió cambiar su domicilio a la Ciudad de México, donde vivirían 20 años, hasta 1945; así que sus estudios primarios, secundarios y de preparatoria, los hizo en aquella ciudad capital: Los de primaria en el colegio Bucareli, los de secundaria en el colegio Cristóbal Colón, y los de preparatoria con los Lasallistas.

Del 1938 al 39 estudió inglés en el Centro Unión, idioma que, en la capital ya comenzaba a considerarse conveniente, y no sólo parte de una cultura o simplemente decorativo como el francés.

Por ese mismo tiempo estableció contactos con las compañías de seguros donde luego entraría a trabajar en la administración. Entre tanto el inglés se le iba dando bien, pero el problema que se le presentó según adelantaba en sus estudios fue el de hablarlo, porque fuera de la escuela no tenía ni dónde ni con quién. Carlos Rosas Figueroa tenía que ir, a pie, desde Puente de Alvarado hasta los Indios Verdes, para atrapar a los turistas que allí llegaban por la carretera, ofreciéndose a guiarlos gratuitamente hasta el hotel que iban a llegar, con el único objeto de practicar el inglés que iba aprendiendo y que, al parecer las circunstancias que se fueron presentando hicieron que quedara en nada, porque al final de cuentas, ya se sabe, el hombre propone y Dios dispone, y Dios dispuso que el primero de junio de 1945 Carlos Rosas se viniera a Torreón donde ya estaba su hermano Manuel trabajando en el Banco Agrícola y vivía por la Abasolo en la casa de huéspedes de una señora Reyes, a donde se lo llevó mientras encontraba trabajo y después ya verían.

Por lo pronto el tiempo iba pasando y nada, hasta que el señor Carson le habló a Manuel diciéndole de una chamba de sobrestante en el aeropuerto, que Carlos aceptó mientras salía otra cosa, como así fue cuando el ingeniero José Bracho de la Constructora Lagunera lo vio por allí, habló con él, se pusieron de acuerdo y se lo llevó, asociándolo o algo así para poner un campo de candelilla que por aquellos años era una locura, pues algunos con ella se habían enriquecido rápidamente. Lo que muchos no sabían era que a los que así les había ido era porque tenían acciones en la Forestal, que les compraba barato a los candelilleros por eso les iba bien a sus socios, pero no a los demás que lo único que ganaban eran fríos y calores, según la época.

Detengámonos un poco. Llegado Carlos a Torreón a mediados de 1945, año y medio después, es decir el 26 de diciembre, se casó con María del Socorro Villarreal Esparza, hija de don Porfirio Villarreal, vecino suyo, pues vivía por la Ocampo. Conocerse, pues, no fue difícil, y de allí a sus primeras pláticas, enamorarse y luego noviar no había más que un paso, que ella y él dieron con mucho gusto, agregando los que acababan frente al altar.

Formaron una hermosa familia de diez hijos, a saber: Gabriela, que llegó en el 47, y de allí en adelante Beatriz, Carlos Alejandro (f), Guadalupe, Ma. del Socorro, Ana Laura, José Jorge, Alejandro, Gerardo y José.

De 1948 al 50 Carlos trabajó en la Empresa de Agua y Saneamiento de Torreón, a donde lo llevaron de cajero los señores Martín del Campo y Luis Humphrey, que era director y contador, respectivamente.

Pero, a Carlos Rosas Figueroa le hacía falta el futbol al que se había aficionado en México. Como yo de futbol no sé nada me es difícil seguirlo, pero, según entiendo, promovió o estuvo en un primer grupo, entre los que estaban Pedro Valdés, Valeriano Lamberta, Jesús Fernández, Lalo Rodríguez Sada, Rafael y Beto Román, y el famoso “Pollito”, que, incluso, en el momento que se necesitó regaló la tela ciclónica necesaria para proteger aquel primer campo, en total 14 gentes, de las que el presidente fue don Ángel Fernández, Ángel Calvete el secretario y Otto Schott el tesorero. En fin, entre los grandes nombres del futbol lagunero están los de Norberto Román y Ricardo Plata, y es tiempo de que se haga una historia de sus principios por algún aficionado que gustándole el juego y conociendo del tema pueda despojarse de sus pasiones. A juzgar por lo que Carlos me cuenta, y, lamentablemente, a mí me deja frío por no ser aficionado, me doy cuenta de que es muy importante la historia de aquellos primeros tiempos futbolísticos y no hay que echarlos al olvido.

Como no podía dejar de ser, llevando ya sus buenos años en La Laguna, por los años 60 al 70 se metió Carlos Rosas a la agricultura sembrando algodón y trigo. La década no fue la mejor de nuestra agricultura y Carlos muy golpeado por ella, acabó por dejarla de una vez por todas, sin haber sacado de ella mucho más que la experiencia.

En 1975 a don Porfirio, su suegro, le empezó a ir mal en una zapatería que tenía por la avenida Hidalgo y le pidió que le ayudara, lo que hizo con mucho gusto. Lamentablemente un tiempo después se enfermó y no pudo seguir. Al aliviarse siguió con lo suyo que ha sido viajar con zapatos e hilo, representaciones que, al retirarse, ha ido dejando a sus hijos.

El mayor golpe que la vida le ha dado es el sensible deceso de su muy querida esposa María del Socorro, ocurrida el 20 de julio del año 2001, pues su amor hacia ella creció constantemente desde su noviazgo y hoy el solo recuerdo de la mujer de su vida y la soledad por su ausencia humedece sus ojos y apaga su voz.

El caso de Carlos Rosas Figueroa, como se dice al principio, no es de grandes triunfos ni de grandes fracasos, aunque tuvo suficientes de los primeros como para poder hoy vivir retirado y ser independiente, lo más significativo de su vida y que, por sí mismo lo convierte en uno de LOS NUESTROS es su amor en constante desarrollo por su esposa, ese amor que, como decía Alain, “es hallar la riqueza fuera de uno mismo”.

Al escucharlo, y ver, que con sólo mencionar la fecha del fallecimiento de la compañera de su vida por más de medio siglo se le humedecían los ojos, recordé la poesía de Manuel Alonso Alcalde, que dice:

Lejana estás como los montes últimos

heridos dulcemente por la sombra.

Ya no te alcanzo con mis voces,

aunque desesperadamente se prolongan.

Estoy bajo los cielos

como una peña levantada y sola;

entrañado en los cielos,

en su absoluta soledad redonda.

Los brazos se me escapan

como dos ramas amorosas;

a ti se alargan, tienden, pero soy como un árbol

y unas raíces me encadenan, sordas.

Mi voz como la luz resbala;

suavemente hacia ti se ahonda.

Es como el mar, refluye siempre

hacia su playa luminosa.

Pero ha entrado en mis huesos

la soledad con lengua abrasadora.

No viviera, no pudiera soportar la ausencia de su amada, si no fuera por los buenos amigos que durante toda su vida hizo, y que hoy le visitan, lo buscan, lo arrancan, aunque sea brevemente, de su soledad, tratando de hacerle soportable la ausencia de María del Socorro, su amada esposa.

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 18507

elsiglo.mx