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Los objetivos de la guerra/Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Aparán

A medida que los tambores de la guerra resuenan con mayor frecuencia e intensidad, algunas preguntas se hacen cada vez más acuciantes: ¿Realmente es necesario que Estados Unidos desate su furia bélica sobre Iraq? ¿Es posible todavía detener un conflicto que, según la mayoría de las voces (excepto las que surgen de la Casa Blanca) tendrá consecuencias y derivaciones imposibles de prever, pero que nadie duda serán negativas? ¿Qué pretende EUA lograr con esto? ¿Cuáles son, en suma, los objetivos norteamericanos en una Segunda (o Tercera, si contamos la de Irán-Iraq de 1980-88) Guerra del Golfo?

Lo peor del caso es que no hay respuestas claras, sólidas e incontestables. Como quizá nunca antes en una situación tan crítica, las metas de la política exterior norteamericana se presentan nebulosas y ambiguas. Revisando los conflictos más próximos en el tiempo, las intervenciones norteamericanas han tenido objetivos muy concisos, aunque no siempre resultaran lógicos ni provechosos a mediano plazo. En Indochina el gobierno americano estaba dispuesto a apuntalar a Vietnam del Sur, bajo el supuesto de impedir un “efecto de dominó” en el sureste asiático; ello puede no sonar muy racional, pero respondía plenamente a la mentalidad de la Guerra Fría. La invasión de Granada mató dos pájaros de un tiro (o bueno, de varios): salvar a los estudiantes de medicina gringos atrapados en un golpe de Estado; y echar a los cubanos que estaban construyendo un aeropuerto en la isla. En Panamá en 1989, agarrar a Noriega fue el pretexto utilizado. En 1991, frenar la agresión de Saddam Hussein e impedir que ese gañán amenazara con apropiarse de la mitad de las reservas petroleras del mundo. En todos los casos, los objetivos resultaban muy claros... al menos en sus inicios. Por supuesto, Vietnam se convirtió en una pesadilla cuando cayeron en la cuenta de que lo planteado era muy claro en la teoría pero más fangoso que un arrozal a hora de la verdad. Pero el principio básico (contener el comunismo) le resultaba transparente al Pentágono... aunque no tanto a los pobres infelices que terminaron peleando una guerra sin pies ni cabeza.

Las intervenciones “humanitarias”, especialmente las que no reunían condiciones elementales ni horarios concretos, terminaron con los Marines escapando por piernas de Beirut (1983) y Mogadicio (1994): dos muestras más de que meterse en un berenjenal sin saber cómo ni cuándo se puede salir de él es totalmente desaconsejable, pese a que los objetivos estaban aparentemente claros. Haití es un caso aparte, exitoso. Las intervenciones “de pacificación” en Bosnia y Kosovo, con respaldo de la OTAN, también tenían objetivos concretos y relativamente defendibles.

Pero en el caso de la futura guerra, lo que se persigue se presenta como algo sencillamente fantasmal: la amenaza de unas armas de destrucción masiva (ADM) que nadie ha visto ni encontrado. De hecho, un peligro claro y presente mucho más notorio es Norcorea: ésos sí tienen armas nucleares, tienen misiles con qué hacerlos llegar a Seúl, Beijing y Tokyo (y, al parecer, a Los Ángeles), y hace unos días sacaron a patadas a los pocos inspectores de la ONU que estaban en su territorio. En todo caso, Norcorea debería ser la que estuviera oyendo los sables siendo desenvainados, no Iraq.

Entonces, ¿qué busca Estados Unidos? Hay varias hipótesis.

A) Estados Unidos sabe algo que el resto del mundo no sabe, y no puede darlo a conocer por motivos estratégicos. Quienes confían en la racionalidad de la Casa Blanca (entre los que no me cuento, la verdad) suponen que EUA no se arriesgaría a una aventura de muy dudosos resultados si no tuviera los pelos de la burra en la mano como para decir que es parda; esto es, que conoce de peligros y amenazas que no puede comunicar a los demás (porque no le conviene en este momento o para no incitar reacciones de pánico), y por ello se escuda en los argumentos no muy convincentes que hemos venido escuchando. Por ello incluso Collin Powell ya se metió a defender una política belicista intransigente de la que había procurado apartarse hasta hace unas semanas. La verdad, el argumento no suena muy lógico, empezando porque supondría confiar en la inteligencia (en todos los sentidos de la palabra) de la CIA y otras agencias gubernamentales norteamericanas cuya eficiencia históricamente ha dejado mucho qué desear.

B) Estados Unidos quiere apoderarse de las reservas petroleras de Iraq. Éste es el argumento de los liberales, los izquierdosos y los nacionalistas árabes que llegan al extremo de defender a un tirano execrable como Saddam Hussein. El problema con esta hipótesis es que cualquier análisis objetivo revela que es poco o nada lo que Estados Unidos puede obtener en ese sentido. Empezando con que, si tomamos a 1991 como base, es dudoso que los americanos encuentren un pozo petrolero intacto en cuanto Saddam se vea perdido: si quemó los de Kuwait al retirarse, nadie duda que hará lo mismo con los de Iraq, como un respetable Crepúsculo de los Dioses. Y aún si la infraestructura petrolera iraquí se conquistara intacta, el conservarla funcionando implicaría el comprometer más fuerzas y por más tiempo del que nadie considera prudente ni provechoso. Además, una ocupación militar americana sería el mejor espaldarazo que se le pudiera dar a Osama Bin Laden y otros fanáticos de su estofa: sería como conceder que la guerra fue efectivamente una Cruzada, en el sentido que se le da en el mundo musulmán: una incursión de piratas gandallas para apoderarse por la fuerza de la riqueza que, por naturaleza, le pertenece al pueblo árabe. Además, un despliegue semejante de codicia también le daría la razón a quienes dentro de la OTAN están guardando distancia (Francia, Alemania y Bélgica), y ello constituiría un golpe muy fuerte para la organización atlántica. Por no decir nada de la ONU y los papelones que ha venido haciendo. Que como beneficio extra se va a “democratizar Iraq” con una ocupación americana como la de Japón después de 1945 suena muy tirado de los pelos. Primero, porque nadie se democratiza a bombazos; y segundo, porque al contrario que Japón con Pearl Harbor, Iraq no se la buscó.

C) George W. Bush quiere “terminar lo que dejó pendiente” su padre: Explicar circunstancias históricas a partir de la visceralidad de los protagonistas es una eterna tentación... pero pocas veces conduce a la verdad. Una guerra es un asunto muy serio, y en el caso de los EUA nunca ha dependido del capricho de un solo hombre, mucho menos de sus inquinas personales. Uno de los aspectos más interesantes de todo este asunto es que algunos asesores y subalternos (al menos en el organigrama) de Bush se muestran más beligerantes que el mismo presidente. Si por Rumsfeld fuera, Iraq ya estaría en llamas desde hace buen rato. Otro argumento ligado al anterior, que de las cenizas de la guerra ahora sí va a surgir un Iraq democrático y que no amenace a sus vecinos, es algo que nadie ha aclarado cómo va a ocurrir, ni en qué plazos. Además, luego del 9/11 Bush no necesita probar nada en esa área del mundo; de hecho, el meterse en esa camisa de once varas lo está distrayendo de lo que, le guste o no, se ha convertido en la marca de su administración: la lucha contra el terrorismo. Y aunque se esfuerce en ligar a Iraq con esa otra confrontación, la verdad es que en eso ha fallado miserablemente.

Así pues, qué pretende obtener EUA con esta guerra (aparte de ganarse numerosos enemigos gratuitos, convencer a muchos neutrales de que los fanáticos tienen la razón, y someter a muchas tensiones a sus aliados) es, para decirlo en una palabra, un misterio. Pero ¡ah, cuántos dolores de cabeza va a causar en los años por venir!

Correo: famparan@campus.lag.itesm.mx

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