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Los señores del poder

Gilberto Serna

En unas cuantas semanas más el Partido Revolucionario Institucional definirá sus candidaturas a la Cámara de Diputados rumbo al primer domingo de julio del año en curso. La importancia no radica tanto en si podrán obtener el triunfo los que resulten seleccionados sino en qué proporción influirán los cacicazgos que no acaban de morir, no obstante lo sucedido hace poco más de dos años en que la gente votó por el cambio. Los hay de todos los tipos, desde el déspota que no permite que dentro de su territorio se mueva una sola hoja sin su venia, hasta los amos del dinero que persiguen alcanzar el poder tras el trono manejando los asuntos electorales por trasmano. Uno de los más astutos personajes del PRI, César Augusto Santiago, secretario de Acción Electoral del CEN tricolor, refiriéndose a los comicios internos en su partido, acaba de decir: “hay liderazgos anquilosados en algunos lugares, (en) que hay resistencias de grupos… que no quieren dejar el poder”.

Se dirá hasta el cansancio que serán las bases priistas las que decidirán quiénes competirán en los ya muy próximos procesos electorales, pero la realidad aplastante, me lo dice la experiencia, es que se impondrá una sola voluntad que se reservará para sí el total de los nominados a jugar en los comicios. El poder político aunado al poder económico ha producido en este país auténticos reyezuelos que manejan al priismo local a su antojo, cual si fuera de su propiedad, colocando en las dirigencias estatales y municipales a gente de su absoluta confianza que responda únicamente a sus intereses personales, sirviéndose del PRI como una oficina palaciega encargada de legitimar lo mismo a aspirantes a presidentes municipales que a diputados locales.

En lo que respecta a diputados federales, a partir de que hubo un cambio en Los Pinos, las facultades de selección pasaron íntegras a los que políticamente mandan en las entidades federativas -que en muchos casos resultan ser selectos grupos empresariales-. La cúpula del partido carece en absoluto de prestigio lo que se deriva de la falta de autoridad moral de sus actuales líderes. La ciudadanía no se chupa el dedo dándose cuenta que en los 300 distritos electorales en que está dividido el país, los que realmente deciden, harán el simulacro de elecciones internas, no tocándose el corazón para efectuar procesos dirigidos, con o sin ánforas, con tal de conseguir sus propósitos de control total con miras a la sucesión presidencial. El gambito consiste en inscribir como pretendientes a las candidaturas únicamente a gente de todas las confianzas del grupo en el poder.

La única manera de romper con ese esquema es realizando la selección de candidatos en un procedimiento cuyos resultados no dejen lugar a dudas. ¿Cómo impedir que las ataduras tradicionales se impongan por encima del interés colectivo? To be or not to be, that is the question, dice Hamlet en la obra del mismo nombre del dramaturgo inglés William Shakespeare. Eso es un problema que tendrán que resolver los que manejan los hilos del poder en el PRI. Nunca fue tan primordial como ahora que los candidatos que acuden ante los electores en solicitud del voto sean producto de la voluntad democrática de sus militantes. Después del baño con agua fría que significó para los políticos el seis de julio del año 2000, esperemos que los priistas hayan entendido que no deben presentar candidatos seleccionados por el “dedo” o producto de procesos internos amañados en los que se escoja, como es su malhadada costumbre, tan sólo a los favoritos de los señores del poder.

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